Capítulo 40

974 76 9
                                    

Pese a que era consciente de que nada podía pasar entre ambos estaba tan nerviosa como si fuese aquella nuestra primera cita de verdad. Me había quedado durante horas mirando el armario y aunque ahora sí que había muchas cosas que me gustaban, no tenía nada que dijese "me gustas, pero sé que tienes novia" o algo parecido. Después, pensaba si realmente quería que mi ropa dijese eso. Obviamente no; pero ahí estaba, comiéndome la cabeza como si no hubiese un mañana.

Finalmente fui capaz de decirme a mí misma lo que parecía haber olvidado. Daba exactamente igual lo que me pusiese. Era ropa. Ropa para una reunión de amigos. Nada más.

Una hora antes de lo esperado, sonó el timbre de la puerta. Fui con una sonrisa, preparada para enfrentarme a Gabriel, pero lo que jamás esperaba encontrarme, era a ese melenón de rizos al otro lado mirándome con cara de mala leche. Aquello no iba para nada bien y ni tan siquiera había empezado. ¿Cómo es que su novia estaba allí? ¿Iba a tener una de esas escenas de celos a las que tanto recurrían las telenovelas? Esperaba que no. No estaba preparada para algo así.

— Tú y yo tenemos que hablar —dijo con una mala leche que había logrado helarme la sangre.

Entró en mi casa sin mi permiso. Miró todo alrededor igual que si alguien le estuviese pidiendo alguna clase de crítica para mejorarla o algo por el estilo. Sin embargo, intenté hacerme la fuerte. No era como si nos hubiesen presentado así que no tenía que saber de su existencia, ¿verdad?

— Primero dime quién eres y me pensaré si llamar o no a la policía.

Me observó con una sonrisilla en los labios y se sentó en la encimera de la cocina con las piernas cruzadas como los indios.

— No te ha hablado de mí, ¿eh?

— ¿Quién?

— Gab. Siempre se le olvida hablar de mí.

Vale. Aquello era raro. ¿Por qué decía precisamente esas palabras? ¿Acaso ella había estado con él el tiempo suficiente como para que fuese relevante? Jamás imaginé que Gabriel era de esa clase de hombres que engañaban a sus parejas, pero hoy en día uno no podía fiarse ni de su propia sombra. No había nada claro ni seguro.

— ¿Debería?

— Hombre, teniendo en cuenta que he oído miles de veces tu nombre en estos últimos días, creo que hubiese sido algo digno de agradecer al menos —apoyó sus manos sobre sus rodillas intentando cubrirlas como si fuesen lo bastante grandes para eso.

Algo más raro aún. ¿Se suponía que era normal que Gabriel le hablase de mí a su novia? No cuadraba ni lo más mínimo.

— Vengo a dejarte dos cositas claras, Greta. Uno, como le hagas daño, te mato. Dos, por muy adorable que sea y fuerte que parezca, ya ha sufrido lo bastante por ti como para que le destroces el corazón de nuevo —movió su mano delante de ella igual si apartase alguna mosca demasiado molesta—. A mí no me importa si te acuestas con ciento ochenta hombres, es más, te aplaudiría. Pero cuando mi hermano está pillado por ti no me hace ni la más mínima gracia que sufra por alguien que no le quiere. Si no sientes nada por él, díselo.

¡Su hermana! Maldita sea. ¡Me había dado el mayor susto de toda mi vida! Ni tan siquiera se me había revuelto tanto el estómago cuando me enteré de la presencia de Kraft en el despacho de McCallister.

— ¿He hablado claro? —amenazó con el dedo demostrando que poco le importaba su altura o su peso, sabía que podría conmigo y que me haría picadillo si quisiese, pero lo que había conseguido en su lugar había sido muy diferente. Ahora... ahora tenía esperanzas.

La puerta sonó una hora después tal y como habíamos acordado. Gabriel había llegado con el pelo suelto, con una sonrisa en los labios que parecía perenne en él y vestido de forma mucho más casual que con aquel uniforme o traje que ambos le quedaban igual de bien que todo lo que se pusiese.

Agárrate que vienen curvasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora