Capítulo 11

1.6K 135 6
                                    

Aquella noche dormí de un tirón. El único problema es que en mis sueños estuvo Arthur, mi jefe, con aquella extraña escena que habíamos vivido en el rellano. Era como si mi cerebro se negase a no analizar todo lo posible aquella situación. No había vivido nada más extraño y tenía cierta curiosidad por saber qué le había llevado a acariciarme de esa manera. ¿Podía eso significar que me sentía atraída por él? ¡Bendita la gracia que me hacía si era así! Siempre había logrado mantener a un lado todo tipo de emociones, pero intenté calmarme al recordar que se debía a su trato amable. Pronto se me pasaría, estaba convencida. Además, ¿qué si me atraía? Era atractivo, así que solo sería una persona normal en un universo normal sintiéndose atraída por el mismo tipo de hombre que el resto del planeta. Nada más allá.

El desayuno era difícil de digerir. No podía evitar mirar las flores que habían llegado sin una sola nota el día anterior y que parecían dispuestas a alegrarme las mañanas en lo que durasen, por supuesto. Tenía otro ramo en el trabajo y, aunque la resaca era de un tamaño descomunal, había empezado a tomar todos los remedios posibles contra la misma. Entre ellos, me obligaría a no emborracharme en un mes mínimo. No podía llegar siempre con esas pintas a la oficina y menos en mi primer día de trabajo como vicepresidenta financiera.

Casi dando palmas con las orejas, entré a mi despacho. Había sido la primera en llegar. No es como si eso tuviese que ser premiado, pero aunque me moría de sueño había tomado todas las medidas oportunas antes de salir de fiesta. Me había puesto un total de once alarmas cada pocos minutos para que me fuese imposible quedarme dormida. Le debía mucho a mi teléfono móvil en esa ocasión y al dolor de cabeza que una vez despierta había decidido que no iba a poder dormirme por mucho que lo intentase.

Poco tiempo después llegaron los nuevos trabajadores de la empresa en aquel sector, mi secretario Gabriel luciendo un chaleco y una camisa con su pantalón de traje, pero mandando al diablo la chaqueta y, su compañera, aquella a la que le había puesto en primer orden en la lista. Judith si no recordaba mal era su nombre.

— ¡Hola, jefa! —saludó con una gran sonrisa el musculoso secretario que iba a tener a partir de ahora.

— Empiezas con buen pie. Me gusta que me llamen jefa —reí dispuesta a mostrarle todo lo que necesitaba saber.

Cuando estuvo listo para empezar, comencé a explicarle todos los programas que iba a tener que usar, la agenda, los términos importantes... Por mucho que hubiese estudiado aquello quería hacerle las cosas más sencillas al entrar en su primer trabajo. No todo el mundo podía permitirse la posibilidad de pensar con completa claridad y sin hacerse un lío con programas que no tenía porqué haber visto antes.

— Entonces, tengo que encargarme de poner las citas, pero salvo esas importantes con el jefe mayor y poco más, no tienen que ser inamovibles hasta que no me dé le visto bueno, vale —asintió comprendiendo todo—. Tendría entonces que hacer la llamada de confirmación y todas esas cosas después, ¿verdad?

— Así es. Me temo que sea doble trabajo, pero creo imposible hacerlo de otro modo. Si colocas citas que después me coincidan con alguna de las inamovibles tendrías que cambiar sí o sí toda la agenda, así que te tocaría hacer doble o triple trabajo —comenté recordando las veces en las que yo misma había tenido que llamar y rellamar a distintos despachos porque mi jefe anterior había empezado a ausentarse—. Y por favor, tutéame aunque mantén lo de jefa. Eso siempre te hará ganar puntos.

Ambos nos reímos sin importar demostrar algo de familiaridad. Había sido fácil conversar con él desde la entrevista de trabajo por lo que me había hecho especial ilusión volver a encontrarme con un hombre tan agradable.

— Buenos días, señor McCallister —dijo la joven secretaria que se había negado a seguir mis "clases exhaustivas" para principiantes como todo aquel que no posaba una sola mirada en mí, igualito que si fuese un mueble.

Agárrate que vienen curvasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora