Capítulo 30

1.1K 78 4
                                    

Gabriel se había hecho rápidamente parte del círculo de Cheryl. De hecho, me sorprendería demasiado que no mantuviesen el contacto sin importar lo que pudiese ocurrir conmigo. Eso era algo que siempre había envidiado de mi hermanastra. Sabía cómo hacer que todo el mundo terminase medio enamorado de ella. Así que cuando insinuaba que podía gustarle a mi jefe me parecía imposible. Seguramente no diría lo mismo con Gabriel porque tendría pruebas para refutarle su acusación o aquel intento de cuento de hadas que siempre intentaba inventar para mí.

— El único problema que puedo ver en mi jefa es que tiene un admirador que siempre está queriendo llenarle el despacho de flores —bromeó puesto que él sabía por mí que aquellas flores no eran de nadie más que de ella, Cheryl.

— Un momento, ¿flores? —preguntó como si fuese la primera noticia que tuviese del tema.

— Sí. Las flores que me has estado mandando tú —reí pensando que no había nada que se le diese mejor a esa mujer que fingir ser una actriz de las que se llevarían todos los premios de la academia.

— ¿Cómo que te las he mandado yo? Yo no te he mandado ni una sola flor, Greta.

Perdí por completo el color. No podía ser. Debía estar bromeando. Aquellas flores eran suyas porque no conocía a muchas personas a las que le hubiese dicho cuáles eran mis flores favoritas ni tampoco los colores que lograban tranquilizarme. Era eso, estaba bromeando.

— Deja de fingir que te hemos pillado —añadió Gabriel apoyando su gran mano en mi espalda seguramente porque había visto mi inexistente alegría en esos momentos.

— A ver, chicos, que no. Os lo digo en serio. Yo no he mandado ninguna flor —admitió con tanta seriedad que me fue imposible creer lo contrario pese a que rezaba internamente porque en cualquier momento dijese algo como "¡os lo habéis tragado!".

A medida que pasaban los segundos esa posibilidad se diluía más y más logrando que mi buen humor se fuese al traste completamente.

No quise pensar en lo que podía suponer. Seguramente sería una coincidencia. El único que conocía mis gustos en flores era Kraft, pero Kraft no podía haber vuelto. Era imposible. Él me había dejado bien claro las intenciones que siempre había tenido cuando rompió nuestra relación. Aún dolía porque tan solo había sido capaz de ponerme un parche en el corazón. Nada más.

Gabriel me atrajo hacia sí intentando de ese modo protegerme de lo que fuese que me estuviese perturbando. Él no podía saberlo, pero agradecía su abrazo. Agradecía que estuviese allí y también que fuese una persona preparada para todo tipo de situaciones sin perder la dulzura de su trato. Era extraño. Nadie era tan tierno todo el tiempo, pero ese cuerpo de armario ropero no le impedía ser todo lo contrario a lo que podía llegar a aparentar sin conocerle.

Sin embargo, Cheryl sabía leer a la perfección mis intentos por aparentar que nada me estaba logrando estremecer hasta puntos imposibles. Ella había conocido toda mi historia con Kraft, sabía lo que había sufrido y si hubiese sido de otro modo, si las flores no hubiesen aparecido en la conversación probablemente no hubiese dicho nada más.

— Es él, ¿verdad?

No podía saberlo, pero todas las piezas encajaban. Así que, con un suspiro, sacó su teléfono móvil antes de dejarlo a un lado.

— ¿Recuerdas lo que me pediste cuando ocurrió todo?

Miré a Cheryl sabiendo a la perfección qué era lo que quería decirme con eso.

— Por eso cree Tre que le estoy poniendo los cuernos. Hace un par de semanas empezó a mandar mensajes —hizo una mueca de asco.

¿En serio? ¿Habían roto por eso? No podía creer que Cheryl hubiese antepuesto mi propio bienestar y la promesa de silencio que le pedí frente a su relación. Sabía lo mucho que quería a Trevor y también era consciente que había muy pocas cosas que le ocultaba. Dudaba poder devolverle aquello de ninguna manera. Ella había sacrificado todo por protegerme.

Agárrate que vienen curvasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora