Capítulo 38

880 77 2
                                    

— ¿Y esa cara mustia? —preguntó Cheryl sentándose a mi lado en el hueco que Gabriel había dejado libre.

— Nada. Es solo que... bueno, he visto a una chica guapísima en la pantalla de su móvil así que... —me encogí de hombros mirándola de reojo.

Ella entrecerró los ojos, pero no dijo nada porque estaba acostumbrada a hablar demasiado alto y probablemente Gabriel la escucharía sin ningún problema.

— ¿Y sabes si alguna de estas casas se vende? Porque me vendría a vivir sin problema —aseguró Tre mirándome.

No me había dado cuenta hasta qué punto me conocía tan bien. Cheryl y él sabían de sobra cuando había que cambiar de tema leyendo mis facciones. Era una habilidad que no sabía si yo también poseía, pero desde luego servía de maravilla para múltiples ocasiones como aquella.

— No lo sé. A mí me gustó esta y no tuvieron que enseñarme ninguna más, pero estoy convencida que la amable señorita de la inmobiliaria no tendrá ningún problema en buscaros alguna por la zona —moví las cejas intentando recuperar mi buen humor que se había desvanecido gracias a aquella melena de cabellos rizados.

Por la noche me quedé solo con Gabriel más pronto de lo que me hubiese gustado. Miré a aquel hombre que parecía estar siendo regalado en ese momento por los dioses con el atardecer tras él y dándome una sonrisa de aquellas que bien podían quitar el hipo sin ningún inconveniente.

— Me alegra saber dónde estarás.

— Tampoco importa demasiado dónde me quede. Sabes que teniendo mi teléfono móvil puedes localizarme, bueno, si Cheryl decide dármelo algún día o... si te doy mi nuevo número provisional —sonreí centrándome en recoger lo que había sobre la mesa.

Vasos y platos de diferentes tentempiés habían quedado vacíos. Los puse dentro del lavavajillas buscando tener cierta distancia de él. Gabriel recogió otros pocos y finalmente, me ayudó a meterlos en el lavavajillas también. Había tenido suerte, al menos la cocina estaba amueblada completa y aunque tenía pocas cosas en el resto de las habitaciones, pronto terminaría llenándolas.

— De todos modos, me gusta saber dónde puedo encontrarte.

Le miré sin comprender del todo qué quería decir. En cualquier otro momento me hubiese emocionado, pero estaba claro que tras esa foto era imposible que hubiese dicho algo parecido a lo que yo creía que estaba insinuando.

— Bueno, ya sabes que aquí siempre tendrás comida —bromeé alejándome de él.

Gabriel puso sus manos sobre la encimera y me observó soltando un suspiro. ¿Cómo era posible que descubriese dolor en ese suspiro cuando él tenía novia? En fin, ¿quién diablos va con una foto de una desconocida o de alguien que no es su pareja en el móvil? Nadie. Absolutamente nadie. No le culpaba, pero dolía saber que había perdido una oportunidad de oro con alguien que probablemente sí que había sentido algo sincero por fugaz que hubiese sido. En cierto modo me sentía estafada y ridícula. Yo sola había logrado romper lo poco que me uniese a él. No sabía bien qué había hecho, pero dudaba que, con Marga de por medio, lo que hubiese pasado entre Arthur y yo hubiese quedado en un simple chisme sin pena ni gloria. No, ella sabía bien lo que hacía y no podía enfadarme con ella porque fuese mi vida privada. ¿O si?

Volví a sentarme en el sofá donde había pasado gran parte de la tarde. Gabriel regresó colocándose en el mismo sitio. Toda la complicidad había desaparecido en un abrir y cerrar de ojos. Me sentía cansada. Temía ser responsable de algo más de lo que no quería ser el motivo.

— ¿Sigues viéndote con... ?

Fijé mi mirada en el perfil de Gabriel que había dejado la pregunta inconclusa pese a que sabía perfectamente qué quería decir.

— ¿A qué te refieres?

Suspiró antes de removerse algo incómodo.

— Fui a preguntarle a Cheryl por ti en una ocasión y le vi saliendo de allí. Supuse que probablemente todos teníamos la entrada vetada menos... tu novio —se encogió de hombros y luego desvió la mirada todo lo que pudo antes de ponerse cómodo—. No quiero encontrármele. Dudé en venir a la fiesta por eso, pero veo que no está así que... por eso pregunto.

— Y has dado por sentado que es mi novio porque...

— Siempre te miraba como si fueses de su propiedad.

— Y lo era. Laboralmente hablando tan solo.

Respiró con más tranquilidad y se relajó bastante más que antes.

— Nos acostamos una vez, Gabriel. Eso fue lo que quiso, ya te lo dije. Kraft estaba detrás de todo eso. Nos acostamos, punto, no hay más. Él fue a casa de Cheryl para asegurarse que no dijese ni pío... ¿no te lo conté todo? —quise saber esperando no haberme confundido porque después de tantos días de locos probablemente había perdido la cuenta de lo que sí había dicho y de lo que no.

— Perdona... es que...

— ¿Es que qué? No soy yo quien tiene pareja de este sofá —enarqué una ceja antes de quitarme los zapatos para estar mucho más cómoda.

Gabriel me miró con el ceño fruncido, pero no dijo una sola palabra más. Simplemente se quedó allí, en silencio, hasta que tuvo el valor de volver a ponerme un brazo sobre los hombros atrayéndome hacia sí. Era el tipo de hombre que hace que una lo termine extrañando, necesitando y en cierto sentido, queriendo tenerlo cerca todo el rato.

— Perdóname. Es que... ese idiota no te merece y solo quería asegurarme que no tiene la suerte de tener tu corazón.

Reí negando apoyándome tranquilamente en su hombro como un dura almohada que podría colocarme las cervicales en un abrir y cerrar de ojos.

— No lo tiene porque no lo ha tenido nunca.

— ¿Qué?

— Pues eso... Yo no me enamoré de él. Solo nos acostamos. Era guapo, es guapo, es un capullo y probablemente me arrepienta el resto de mis días de haberle dejado pasar una noche apasionada conmigo. Pero el deseo y el amor no van de la mano. Lo descubrí en el momento que me acosté con él. Solo era lujuria animal, ganas de quitarse ese calor o de desestresarme, yo que sé... No le quería. No podría querer a un idiota así —admití en voz alta descubriéndole la verdad, que yo misma había sucumbido al pecado de la lujuria solo por la satisfacción carnal, lo que hacían muchas personas alrededor del mundo.

— No sabes lo que me alegra oírlo —dejó un beso en mi sien.

No quería preguntar ni tampoco comenzar una discusión. A él debía darle igual quién o quién no estaba ahí, instalado, haciendo de mi corazón su hogar para no salir de él por una temporada. Cuando uno tiene pareja pierde todo derecho para sentirse celosa o montar espectáculos. Uno debe estar con alguien porque quiere estar con esa persona y no para olvidar a otra. Era algo que no me cabía en la cabeza. Ahora comprendía el sexo sin amor de por medio, pero me negaba a creer en la necesidad de pasar la vida junto a alguien por el que no se siente lo necesario. No estábamos obligados como otras generaciones antes de nosotros o las contemporáneas residentes en países donde el matrimonio por beneficios seguía siendo parte de su leyes sociales. Como individuos ajenos a todos esos tiempos, no estábamos atados a nadie hasta que no quisiésemos atarnos. Para mí, muy pocos casos se salvaban de algo así, de una comprensión viviendo un suplicio.

Me quedé en su brazo, apoyada, sabiendo que nada era lo mismo que aquel día cuando me había confesado que sentía algo por mí. Me acurruqué en su pecho y deseé con todas mis fuerzas que nada hubiese cambiado porque ahora ella yo quien sentía esas horribles mariposas en el estómago y notaba el dolor en el pecho al imaginar que aquel lugar no me correspondería jamás.

Me aferré a la esperanza de un olvido que sería más sencillo y haría menos daño, pero ni tan siquiera olvidarme de Kraft había sido menos dañino que enamorarme en secreto. 

Agárrate que vienen curvasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora