Capítulo 41

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El vino entraba con facilidad en el organismo al tener la temperatura idónea. Nunca me había planteado lo importante que podía ser eso en cualquier cosa. No era igual comer un gazpacho caliente que frío y menos aún en la temporada en la que se consumiese. Todo tenía un porqué y estaba hecho para ser consumido de una manera en concreto.

Estaba pensando en gazpachos, era evidente que estaba más nerviosa de lo que me atrevía a asegurar en voz alta. ¿Cómo decirle a alguien que tu corazón está latiendo tan deprisa que sientes que nada puedes hacer para actuar como una persona normal? No lo era cuando estaba frente a él. Sus ojos me miraban de otra manera y esa esperanza es la que me volvía medio idiota.

— ¿Qué te va a ti como bombero?

— Es un trabajo intenso, no voy a negarte la verdad. Sin embargo, creo que la adrenalina, el deseo de salvar a todos es lo que hace que pensemos menos en nuestros miedos personales. No es como si ver llamas de tres metros no nos impusiese a ninguno, pero sabemos que hay cosas más importantes que nuestro propio temor. Estamos dispuestos a enfrentarnos a ellas con los conocimientos que tenemos... —se quedó callado unos segundos y luego movió la cabeza de un lado al otro como si quisiese salir de algún recuerdo o algo parecido.

Puse una de mis manos sobre las suyas que estaban envolviendo el cuello de la copa y esperé que una caricia lograse lo que probablemente no podía hacer con palabras. No sabía qué era enfrentarse a la misma muerta para salvar a otros. Mi trabajo estaba al otro lado de un escritorio y los únicos peligros podían ser: quedarse ciega por la luz de la pantalla o que las cuentas no cuadrasen como debían cuando uno se arriesgaba a aumentar el capital de la empresa.

Miró mi mano y la atrajo a su rostro como si estuviese enseñándome que no pasaba nada por tocarle, que él no iba a morderme. Así que, con vergüenza, me aventuré a acariciar su mejilla con los dedos sintiendo la forma en que la barba arañaba la piel. Me gustaba esa sensación. Le quedaba la barba de maravilla aunque no le había visto sin ella y pensaba que había pocas cosas más atractivas en el físico de un hombre que tener una barba bien cuidada y no dejada crecer de manera agreste.

Tenían cada uno esa manera tan particular de crecer. Parecían tener vida propia como las plantas buscando el lugar perfecto para así tener siempre la suficiente luz solar con la que crear su alimento. Unos viajaban hacia un lado, otros a otro, pese a que la mayoría tenían una trayectoria bastante igual convirtiendo su piel en un mar de cabello castaño oscuro.

Sus ojos estaban cerrados cuando me di cuenta. Tenía una expresión de serenidad que no había experimentado nadie con mi tacto. Era algo diferente que colocaba a mi estómago en un lugar peligroso, en ese instante donde no sabe si explotar de felicidad o de los mismos nervios. No sabía si algo parecido era sentirse importante, pero de serlo desde luego que disfrutaría de esa sensación extraña. Jamás lo había experimentado con Kraft quien siempre, de alguien manera, se había asegurado que comprendiese hasta qué punto no merecía nada.

Abrió los ojos y me dedicó una sonrisa de esas tímidas que le quedaban tan bien. Respiré profundamente y solté un suspiro sin darme cuenta de lo audible que había podido ser. Sus dedos rozar mi brazo con la lentitud precisa que lograría derretir a cualquier mujer. Seguía un camino contracorriente. Mostrándole a mis músculos que tenían vida en el sentido puesto, cuando las caricias eran el único modo de ser consciente de eso mismo.

Mi piel mostró el efecto que le correspondía. La piel se me puso de gallina y noté un cosquilleo tan intenso que solía ser una mala señal, pero en aquella ocasión no era sinónimo de algo malo, sino de la cantidad de emociones que llegaba a experimentar a cada segundo.

Rompí el contacto visual por puro temor. Llevé la copa a mis labios y la sed apareció casi como el toque de una varita mágica. Me terminé la copa en un abrir y cerrar de ojos. Necesitaba beber, calmar esa sed que no sabía de dónde diablos había salido. Mi cuerpo reaccionaba sin permiso y eso lograba ponerme aún más nerviosa. Me preguntaba si él se daría cuenta de todo lo que se estaba despertando o si estaba tan ciego como yo. Quería saber también si podía provocar algo parecido, pero me daba una vergüenza inmensa poner esas palabras en voz alta.

— ¿Quieres cenar?

— Sí, claro. Estoy muerto de hambre.

Así que, durante los siguientes minutos pude tener la mente ocupada en algo mecánico. Poner la mesa era mi único objetivo y aunque no quería terminar demasiado pronto, era incapaz de moverme más despacio. Todo lo hacía demasiado lento y demasiado deprisa a la vez. El término "demasiado" empezaba a definirme en todo. Ojalá hubiese podido frenar mis revoluciones, pero me resultaba imposible. Una parte de mí quería impresionar mientras la otra quería que la tragase la tierra cuanto antes.

Cuando me pude dar cuenta, comprobé que no había sido la única que se había motivo poniendo cosas. Yo no había llevado todo, así que probablemente no me estaba moviendo tan deprisa como creía. Gabriel me había ayudado dejando alguna que otra cosa de las que sacaba de sus lugares escondidos que él debía desconocer dado que no era su cocina.

— ¿Estás bien, Greta? —preguntó al verme parada haciendo cuentas de los viajes que habíamos hecho cada uno de nosotros.

— Sí, sí... es solo que...

Me di la vuelta y me encontré su imponente figura tan cerca de mí que el corazón decidió tomarse unas vacaciones y no volver a latir durante unos segundos o bien hacerlo con tanta rapidez que ni tan siquiera era consciente de ello.

Fue su mano la que envolvió mi mejilla regalándome una caricia. Me miraba con preocupación. Tenía un brillo en sus ojos que desconocía y eso me asustaba porque quizá se debía a ese sexto sentido que todos aseguran que tenemos las mujeres o que el cuerpo es mucho más consciente de los actos de seducción que nuestras propias mentes, pero sabía lo que iba a hacer.

— Quiero besarte... —susurró.

Puede que me hubiese esperado algo diferente, quizá una toma del terreno al más puro estilo colonizador como había hecho Arthur, pero esa dulzura, avisándome que tenía ese deseo logró que me estremeciese de pies a cabeza. ¿Me estaba pidiendo permiso? ¿Tenía que responderle?

Probablemente mi mente estaba intentando pensar en algo maravilloso que decirle, sin embargo, mi cuerpo se abalanzó sobre él para que nuestros labios se encontrasen por primera vez. Fue lo más valiente que me permití reconocerme como autora. Fue un beso lento, de esos que uno es consciente que no quiere que terminen jamás. No comprendía cómo podía transmitir un beso mucho más que solo deseo. Además de extenderse hacia el resto de mi anatomía, no se quedaba fundiéndose de manera líquida entre mis piernas. Me estaba entregando de otro modo.

Sus brazos envolvieron mi cintura y me acercaron a él todo lo que nos permitieron las leyes de la física. Sus manos se abrieron recorriendo mi espalda mientras que ambos nos dábamos ese placer único que puede experimentarse con el primer beso robado, sintiendo la sorpresa mezclada dentro de ese abanico de emociones que tan solo podía provocar adicción.

Un primero fue seguido de otros cuantos, cortos, demasiado cortos para mí. Quería alargarlos todo lo que la noche diese de sí, pero también disfrutaba de ese modo tan peculiar que me permitía descubrir hasta qué punto cualquier tipo de beso que él me ofreciese me permitía experimentar la misma clase de de sentimientos con una intensidad diferente.

Nos quedamos con la frente contra la del otro y fue él quien soltó un suspiro en esta ocasión. Uno de esos suspiros que recodaban a los mismos que se escapaban del cuerpo cuando se debía hacer algo que no gustaba ni lo más mínimo.

— Deberíamos cenar... —dijo con la voz algo ronca.

Asentí como una autómata, igual que si no me pudiese negar a ningún deseo de ese tono de voz tan cargado de sensualidad.

Me dio un nuevo beso y se separó de mí para que juntos pudiésemos tener nuestra primera cena tras aquellos besos que no se me iban a olvidar jamás, de eso estaba segurísima. 

Agárrate que vienen curvasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora