Capítulo 8

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Un vestido rojo. El vestido rojo. Eso era lo que había escogido para que me pusiese esa noche. Recordaba la última vez que lo había llevado puesto. Había recibido un piropazo de mi entonces novio, Kraft, pero había durado tanto como mi capacidad para darme cuenta que me tenía como tapadera de su verdadera relación. Estaba enamorado de una chica desde hacía años, pero ella no pensaba dejar a su marido, por lo que era el otro y se había encargado de buscarse una otra que fuese su novia oficial, por si las moscas. Ahí había entrado yo, la palurda mayor del reino, que había estado llevando una corona con una gran cornamenta solo por tener un novio que fuese más o menos guapete.

El vestido no era lo único que me había dejado. Había también una nota. Me decía que no podía negarme a hacerle ese favor porque estaba impresionante con el vestido puesto y que, intentásemos borrar los malos recuerdos con una copa de vino y dando a aquel atuendo otro significado mucho mejor.

A las nueve en punto estaba preparada, más que lista para lo que estaba segura que iba a ocurrir. Así que, cuando Cheryl abrió la puerta con su llave la recibí con una sonrisa en los labios.

— ¡Bien! Estás lista —corrió hacia mí enfundada en un vestido plateado y me dio un abrazo de esos que podían llegar a cortar la respiración—. ¡Enhorabuena! ¡Estoy tan feliz por ti!

Reí mientras nos balanceábamos en los brazos de la otra y agradecí que me hubiese obligado a celebrar aquello aunque no fuésemos nada más que ella y yo.

— Gracias, gracias. Y ahora, desembucha. Cuéntame los planes para esta noche.

Una sonrisa maliciosa cruzó su rostro y levantó uno de sus dedos con una manicura casi perfecta, de esas que tenía la habilidad para realizarse ella misma por el placer de desestresarse.

— Un momento, tiene que venir alguien más.

— No me digas que...

— No, no... Mi chico no cuenta en esta lista. Ahora mismo está en modo chófer esperando en la puerta para llevarnos a donde tengo planeado —movió sus hombros de un lado al otro comenzando a bailar en el sitio al ritmo de una música que solo podía escuchar ella.

El sonido de unos nudillos golpeando la puerta hizo que diésemos ambas media vuelta. Cheryl se había dejado la puerta abierta y se veían unos cabellos pelirrojos ondulados cayendo por uno de los hombros. Marga había llegado. Estaba guapísima con un vestido azul eléctrico que contrastaba con la blancura de su piel y con ese pelo de color natural que tanta envidia provocaba a otras personas.

— ¡Enhorabuena! —dio saltos en el sitio antes de entrar en mi casa para darme un gran abrazo.

Esa sí que era una sorpresa. Pese a saber que Cheryl se había encargado de llamar a algunas personas de la oficina, lo que menos esperaba es que alguien accediese, incluyendo a Marga quien parecía estar dispuesta a pasárselo a lo grande.

— Wow.. hola —reí devolviéndole el abrazo tras salir del primer instante en shock.

— Yo soy Cheryl. Hemos hablado esta mañana por teléfono —ni corta ni perezosa se presentó con la misma familiaridad que si fuesen amigas de toda la vida—. Estás guapísima, Marga.

Después de intercambiarse piropos por lo impresionantes que iban, las tres salimos de allí. No esperaba a nadie más que a la pareja de Cheryl haciendo de chófer. Sería una gran sorpresa que una sola persona más hubiese decidido unirse. Sabía que Marga se llevaba muy bien con muchas personas de la oficina, pero la galardonada era yo y a mí a duras penas si me ponían nombre salvo cuando les podía beneficiar para algo.

Nos metimos en el coche después de una rápida y enérgica enhorabuena de Trevor. Cheryl y él llevaban juntos tanto tiempo que ya era para mí como un hermano más que otra cosa. Bromeaba con él y aunque nos dejaba tener tiempo de hermanas, sabía que podía contar con su ayuda para lo que necesitase.

Agárrate que vienen curvasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora