Capítulo 35

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Tenía dos cosas muy claras. Había perdido todo lo que tenía seguro en esa vida en cuanto al terreno laboral se trataba. Me había quedado sin sustento económico así que debería deshacerme de muchas cosas antes de ponerme a buscar empleo. El único problema era que la parte de mí misma que adoraba autocompadecerse no quería que me levantase de la cama y era mucho más sencillo hacerle caso a ella.

El sofá de Cheryl y Tre se había convertido en mi tienda de campaña particular. Les escuchaba hablar sobre mí cuando creían que estaba dormida. Intentaban pensar qué era lo mejor que podían hacer por mí y Cheryl le contaba las novedades de todo lo que se iba enterando, pero no por mí, sino por la fuente más fiable de chismes de toda la empresa: Marga.

No escuché la melodía de mi teléfono móvil durante una semana. De hecho, no sabía si lo había apagado o mi hermanastra se había apropiado de él. Fuese como fuese no me importaba. Si había visitas, no llegaban a cruzar el umbral y si alguien me llamaba, serían tan solo malas noticias.

Sin embargo, había que poner un final a esa autocompasión. No es como si hubiese necesitado ayuda de nadie. Simplemente un día, me dije a mí misma que apestaba demasiado como para seguir sin darme una ducha. Vencí a la pereza metiéndome bajo el agua y gracias a eso tuve algo más de fuerzas para enfrentarme a la realidad.

Sentada con un folio y un bolígrafo que había encontrado en los miles de portalápices que tenía mi hermanastra por toda su casa, me puse a hacer una lista de lo que debía hacer. Lo primero de todo era ponerme a buscar un nuevo empleo. Nadie vivía del aire y mucho menos yo. Sabía que era algo que podía llevar su tiempo, por lo que tenía que encontrar otra manera de subsistir mientras tanto. Cheryl ya me había propuesto quedarme alguna vez en su casa durante un tiempo cuando lo necesitase. Se lo preguntaría, de todos modos, pero si me deshacía del piso en el que vivía tendría un colchón importante.

Mordí mi labio inferior antes de apuntar todas las ideas se me fuesen ocurriendo. Parecían lo bastante buenas en mi cabeza. Así que, a las siete de la mañana cuando Cheryl y Tre se despertaron tenía un plan que, pese a sus lagunas, podía ser más o menos accesible en mi situación.

Comencé a redactar currículums para llevar a todas las empresas posibles. Añadí mi experiencia en la empresa que había dejado y el puesto de vicepresidenta financiera que era lo único que bueno que me había dejado esta experiencia. Probablemente si tan solo hubiese tenido entre mis puestos la secretaria, hubiese sido el lugar al que hubiese podido aspirar.

Desayunamos y todos juntos y pronto tuvieron que marcharse para hacer la compra. Yo aún tenía muchísimo que hacer por lo que volvía a agradecer un poco de tranquilidad entre aquellas paredes.

— Como vuelva a verte tumbada en el sofá cuando llegue pienso darte de patadas en ese bonito trasero que tienes —me amenazó dejando un beso en el tope de mi cabeza.

Ella era así de cariñosa. Sabía que cumpliría su amenaza sin demasiada dificultad, así que no quise tentar a la suerte.

Me despedí de ellos antes de ponerme a mandar mi currículum a todas las direcciones de empresas de la ciudad, porque aunque no lo estuviesen solicitando, me dije a mí misma que podría ser bueno que les sonase mi cara para alguna posible reserva. Me sentía como si estuviese pidiendo estar en un equipo de primera división y solamente estuviesen disponibles lo lugares en el banquillo.

Después, me metí en una de las páginas que había estado mirando. El piso a la venta no se pondría solo. Aseguré que lo daba completamente amueblado porque ya iba siendo hora de deshacerme de todo lo que hubiese podido significar un refugio en el pasado.

Pasé el resto de horas que estuve sola en la casa, mirando otros pisos mucho más económicos sin importarme que fuesen exclusivamente para mí. A fin de cuentas no es como si tuviese planes en un futuro de tener pareja, hijos o lo que fuese. De hecho, solo pensar en ello en ese mismo instante lograba que un escalofrío recorriese mi columna vertebral.

El timbre sonó interrumpiéndome en el instante que estaba terminando de apuntar unos datos sobre el piso que más me había gustado de todos y que estaba disponible ya. Pensé que Cheryl y Tre podían estar hasta arriba de bolsas, así que no tenían manos para abrir la puerta con su llave.

Abrí sin mirar quien era y entré rápidamente para que el ordenador no se apagase.

— Ahora mismo os ayudo que estoy viendo un piso que me está encantando. Cuando puedas ven, te va a enamorar hasta a ti, Cheryl —reí inclinándome sobre aquella hoja de papel a la que no le quedaba mucho más espacio en blanco.

— Así que te mudas...

Su voz logró paralizarme. El corazón me latió tan fuerte que me odié a mí misma por no haber mirado antes de abrir aquella puerta. Me sentía en peligro. Lo que menos hubiese querido hacer era encontrarme con nadie que me recordase ni lo más mínimo al pasado, pero Arthur McCallister era el pasado con mayúsculas acompañado del recuerdo de Kraft.

— Vete de aquí —pedí sin tan siquiera mirarle.

— Greta, por favor...

— ¿Por favor, qué? ¿Qué quieres que te escuche pedirme perdón por algo que realmente no sientes? ¿Quieres que acepte volver a ser la vicepresidenta tan solo porque sé el marrón que tienes encima? ¿Quieres que deje que me trates otra vez como si fuese idiota? Vete a la mierda, Arthur. Tú y el cabrón de tu amigo —me levanté de la silla buscando poner la mayor distancia entre ambos.

Ya no era la misma idiota que podía haber tenido cierta esperanza en resultar atractiva a un hombre como él que podía tener a toda mujer que quisiese. No. Ahora tenía claro que me había liberado en muchos sentidos cuando me había acostado con él. Me había puesto al mismo nivel que otras mujeres y había tenido lo que había querido. De hecho, no me arrepentía. Lo único que me había dolido de todo aquello era que Kraft estuviese aún detrás, dispuesto a seguir fastidiando, a seguir haciéndome daño como si yo hubiese sido la culpable de su imposibilidad para estar con la mujer de su vida.

Algunas personas eran malas, crueles, solo por el placer de serlo y sin ningún tipo de redención posible.

Arthur se quedó mirándome en silencio. Había dolor en su expresión. Probablemente no fuese tan capullo como pensaba o, al menos, tenía conciencia de alguna manera. No me importaba. Si algo de todo aquello le hacía daño bienvenido era. Se había quedado solo como el capitán del barco del Titanic viendo su hundimiento.

— Quédate tranquilo. Si has venido aquí a saber si haré o no haré pública la situación financiera, créeme que no es mi cometido en la vida. La empresa y muchos trabajadores de ella no tienen la culpa de que haya cretinos en los altos cargos, como tú —me encogí de hombros—. No soy vengativa. Ni intención alguna tengo por empezar a serlo ahora.

— Gracias —susurró asintiendo ligeramente.

— Ahora vete, ¿si? Y olvídate de que me conociste o de mi mísera existencia, por favor —intenté que mi pulso fuese lo más firme posible mientras que le señalaba la puerta por donde había entrado.

No supe si había hecho algo o tan solo había venido para asegurarse de aquella última parte, pero no intentó nada más, se dio media vuelta y se marchó.

Me temblaban las piernas cuando logré sentarme en la silla de nuevo. Me felicité a mí misma por no haberme puesto a llorar o ceder ante mí misma. Solo con la presencia muchos hombres habían logrado que hincase la rodilla en el suelo permitiéndoles que me tratasen como poco más que a un vasallo. Ahora, la cabeza alta y las piernas temblorosas habían logrado mucho más que cualquier otra cosa. ¿Dejaría de ser un juego para todo aquel que quisiese usarme como tal? No lo sabía, pero había dado un gran primer paso, había seguido demostrando a una de las personas que me habían usado, que no era igual que antes.

Cuando regresaron de la compra estaba pletórica. Aquel cambio de actitud no les pasó desapercibido a ambos y pidieron explicaciones de todo. Me dio igual que Tre se enterase también de lo que había sucedido en mi vida y cómo Kraft había sido parte de todo aquel plan. Escucharon toda mi narración en silencio, les expliqué todo seguramente más de un par de veces intentando que no se me escapase ningún matiz de esa historia que probablemente me había hecho mucho más fuerte.

Se miraron boquiabiertos y después, Cheryl se abalanzó sobre mí en señal de júbilo, llenándome de miles de besos las mejillas entre maldiciones a aquellos capullos. Ahora, tan solo había que comenzar otra vez. 

Agárrate que vienen curvasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora