Capítulo 48

906 73 4
                                    

Las llamas producían un ruido, un chisporroteo que siempre me había parecido relajante hasta que me estaba enfrentando a las mismas de mi altura. No era igual tener que lidiar con algo que tan solo tenía el tamaño de una cerilla a ver hasta qué punto podía llegar a alimentarse transformándose en un monstruo que frente a mí era imparable.

Intenté ir a la cocina. Cogí un trapo y lo humedecí. Eso era lo único que recordaba haber aprendido en todos los simulacros que me había saltado puesto que había creído, de manera ingenua, que nadie se atrevería a prenderle fuego a mi casa o que yo misma no sería tan torpe como para eso. Me había lucido, desde luego.

El trapo tampoco era la panacea, pero algo hacía. La resequedad del aire no era tan acentuada teniendo la humedad del paño entre mis fosas nasales y el resto de la sala, como también pude notar el filtro que hacía la tela con respecto al humo que no entraba tan violentamente en mis pulmones como hasta ese momento.

Busqué por todos lados un sitio al que ir. Sabía que no debía abrir puertas y esas cosas, por lo que tenía suerte. No había cerrado ninguna de ellas. ¿Tendría más salida si era capaz de escaparme por la ventana de mi habitación si con suerte descubría que no habían llegado las llamas a ella? Tenía miedo. No podía enfrentarme a esa posibilidad por mucho que fuese la única esperanza a la que agarrarme como instinto de supervivencia. ¿Quién me aseguraba que el fuego no había empezado en mi habitación y que aquello estaba aún peor que el mismo infierno?

Escuché el crujido de la madera sobre mi cabeza y bajo mi cuerpo. Si tan solo llegasen lo suficientemente pronto podrían ponerme a salvo, podría tener otra oportunidad, podría enfrentarme a todo lo que me había obligado a dejar correr.

— ¡Greta! —la voz de Gabriel apareció en ese momento—. ¡Greta! ¿Me oyes?

Intenté acercarme a la voz, pero la madera del suelo se movió de tal modo que preferí quedarme donde estaba por temor a que terminase deshaciéndose con mi peso. Si tan solo hubiese pesado menos todo sería diferente, ¿verdad? Entonces, la única parte sensata de mi mente me recordó que las personas con obesidad no eran las únicas que terminaban falleciendo en algún incendio. Había muertos de todo tipo en cualquier situación porque ni tan siquiera el peso era sinónimo de vida cuando el fuego decidía ser el responsable de tu propia muerte.

Comenzaba a sentirme ridícula cada vez que ese pensaba me acompañaba apareciendo en cualquier parte. No todo era blanco o negro. No todo estaba supeditado a lo que yo llegaba a creer o pensar. No todo tenía que ver conmigo y pese a estar en una casa incendiándose era lo único que seguía funcionando sin importar que toda mi vida pudiese terminar en ese mismo instante.

— ¡Greta!

— ¡Estoy aquí! —conseguí despertar de aquel ensimismamiento autodestructivo.

Pasaron segundos eternos hasta que pude ver a Gabriel que estaba vestido de pies a cabeza con ese traje ignífugo. En cualquier momento podría haber pensado en lo guapísimo que estaba o las ganas que tenía de ser cabezona haciéndole saber que había sido idiota. Pero ahora estaba allí para salvarme la vida, una vida que me había torturado hasta extremos que ni yo había creído posible. Había sido tonta, no había abierto los ojos y... ¡calla, Greta!

— ¿Estás bien? —preguntó sin acercarse a mí.

Su mirada estaba puesta en el suelo. Suponía que él también se había dado cuenta de esa manera tan extraña que tenía de comportarse con el peso extra sobre sus tablones. No presagiaba nada bueno. De hecho, lo más sensato hubiese sido que ni tan siquiera hubiese pensado en hacer algo, pero Gabriel parecía tener otros planes.

— Greta, tienes que correr. Tienes que correr lo más rápido que hayas corrido en toda tu vida, ¿me oyes? No pienses, solo corre. Yo te sujetaré cuando llegues aquí —movía las manos mientras hablaba.

Mi mente solo podía procesar si debía confiar en él. Él no lo había hecho cuando había aparecido Arthur y aunque eso fuese un contexto completamente distinto, tenía mis propias reticencias a hacer lo que él quería.

— No tenemos mucho tiempo, Greta. Por favor, confía en mí.

Durante medio segundo pensé si aceptaría aquella muerte como la mía, pero suponía que el ser humano tiene muchos más instintos de supervivencia. Aceptar la muerte sin remedio no era algo para lo que estaba preparada y por eso corrí como me lo había pedido. Corrí tanto como mis piernas me permitieron. Por primera vez casi sentí que cortaba el aire con mi velocidad y descubrí cierta sensación de placer en moverme en busca de mi propia libertad.

Cuando terminaron de extinguir el fuego, observé aquel despojo de casa que había quedado. Tendría que volver a empezar. Tendría que hacer todo de nuevo. Probablemente lo que menos querría era ponerme a hacer todo lo deshecho. Pasaporte, papeleo, tarjetas... Las próximas semanas serían insoportables sin contar con que debía buscar un nuevo hogar. No tenía a dónde ir. No había nada para mí en ese lugar. Quizá esa fuese una verdadera metáfora de cómo había terminado todo mi mundo en un segundo.

— ¿Estás bien? —preguntó la voz de Gabriel a mi espalda.

Le miré sobre mi hombro y me limité a asentir.

— ¿Te quedarás con Cheryl este tiempo?

Negué al escucharle y me encogí de hombros.

— No tengo dónde ir ahora mismo. Me buscaré algún hotel.

Suspiró y se sentó a mi lado apoyando sus codos en las rodillas. Se quedó mirándome un rato, el suficiente como para hacerme sentir algo incómoda.

— ¿Tan mal están las cosas?

Hice una mueca como si eso lo explicase todo.

— Puedes quedarte conmigo si lo necesitas.

— Preferiría que no —respondí tajante.

Se giró hacia mí.

— Mira, Greta, he sido un idiota y comprendo que me odies, pero no puedo dejarte en la calle.

— No estaré en la calle. Y sí, has sido un idiota, pero no te odio. Por raro que parezca no odio a nadie aunque más de uno se lo merecería —volví a mirar la casa que a duras penas si se tendía en pie.

Comprendí que había surgido en mí un sentimiento de rencor por haber sufrido todo lo que había pasado por culpa de Cheryl. Nunca era la protagonista de mi propia historia y probablemente él también estuviese detrás de mi hermanastra. No podía reprochárselo, pero no quería migajas de amores que no eran correspondidos.

— Por favor, llámame si...

— Vete, Gabriel —suspiré con pocas energías.

Así me quedé durante dos horas más. Lo único que podía ver era mi hogar convertido en cenizas. No me importaba si había sido provocado o no. Había escuchado las conversaciones de algunos investigadores y la policía me había hecho unas preguntas, pero cómo reaccionar cuando no tienes nada. Suponía que era mucho más sencillo quedarse allí, mirando lo que pudo ser y no fue, sin hacer nada, tan solo permitiendo que el tiempo siguiese corriendo como si lo solucionase todo por sí solo.

Caminé hacia el solar. Acaricié con mis dedos los restos que quedaban del cerco de la puerta principal aún en pie y dejé que mi frente tocase la madera carbonizada permitiéndome llorar en silencio, sola, sin nadie que me consolase y sintiéndome miserable como lo había hecho durante todo aquel fatídico día. 

Agárrate que vienen curvasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora