Capítulo 34

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El resto del fin de semana casi me pareció aburrido. Lo único que tenía que hacer era pasar el tiempo tumbada o sentada en alguna parte. No pensaba salir de casa, tampoco es como si lo hiciese todos los días, así que no había dejado de ser un fin de semana al huso salvo porque ahora la idea de regresar a la oficina me daba más ansiedad que antes. Empezaba a preferir los momentos vividos solamente con mis cuentas y las miles de horas de trabajo solo para mí.

Nunca me hubiese imaginado que tener una vida resultase aún más complicado que no tenerla. En fin, siempre había creído que todas las faltas y el malestar producido por las mismas sería mayor que cualquier otro intento, igual que si entrar dentro de la "normalidad" de la población mundial no conllevase ninguna clase de problema más.

Ahora temía enfrentarme a la situación. No sabía cómo iba a reaccionar Arthur en cuanto me viese, pero tampoco sabía cómo lo haría Gabriel cuando se enterase, si es que tenía que hacerlo, de aquel desliz mío con mi propio jefe. Yo misma me preguntaba porqué diablos había caído cuando me había tratado tan mal en muchas ocasiones. ¿Eso suponía que una cara bonita tenía inmunidad para actuar como le diese la gana conmigo? No era justo, ni mucho menos.

Yo misma había tomado una determinación. Me daba igual la cantidad de veces que Arthur tuviese en la cabeza que aquello iba a repetirse. No lo haría. Era consciente que no lo quería. Tan solo me había traído su magnetismo sexual y que había estado en el lugar indicado en el momento preciso. Para todo tenía suerte el muy capullo. Incluso si podríamos meter en su abanico de suerte haberse acostado conmigo.

Sentía diferente, por eso el mismo día que regresaba a trabajar, me puse la ropa de otro modo. Casi intenté conjuntarla y estar más guapa. Al menos, sentirme yo de ese modo. Siempre había oído que todo es la actitud y había decidido probarlo por una vez en mi vida.

Subí hasta la planta que me correspondía andando. Recordé al hacerlo porqué no era una costumbre porque tantos tramos de escalera no era un ejercicio para tomárselo a la ligera. No tuve que correr, desacostumbrada a sentirme bien, había llegado al trabajo tan pronto que no había un solo alma por todo el edificio. Me había tomado mi tiempo para subir las escaleras y así no terminar hecha un amasijo de sudor en cuanto hubiese llegado a la planta.

Lo primero que hice cuando llegué a mi oficina fue abrir la ventana. Me costó un rato averiguar el funcionamiento, pero pude hacerlo. La perseverancia es la clave para muchas cosas, incluyendo esta. El aire de la ciudad decidió acariciar mis mejillas y no golpearme con fuerza como bien había hecho otras veces. Por primera vez estuve contenta de que en aquella parte del edificio diese tanto el aire. Solía ser un problema cuando llovía a cántaros. Siempre me sentía como en esas películas de terror en las que algo malo va a pasar.

Entonces, lo oí. Pocas veces en mi había había escuchado esa risa desde el momento en que había hecho todo lo posible para lograr que mi autoestima besase el fango.

— Aún no puedo creer que lo hicieses, pedazo de capullo —volvió a reír helándome la sangre.

— Una apuesta es una apuesta. Además, a diferencia de lo que me dijiste, es una maravilla en la cama —admitió Arthur mientras también se reía.

— No puedo creer que estés diciendo eso precisamente tú. ¡Te creía con mucho más gusto!

— Por cierto, el chivatazo de las flores fue un puntazo, gracias, aunque no me sirvió de mucho.

— ¿Y eso? ¿Es que ahora no le gustan las flores?

— No, idiota. Es que pensaba que se las estaba enviando Cheryl...

— Pobre Greta. Siempre ha estado tan sola que no puede creer que un hombre se fije en ella, aunque tampoco puedo culparla.

El estómago se me revolvió. Me negué a creer lo que estaba oyendo. Probablemente no era nada más que un engaño de mi mente. Tenía que estar en una pesadilla. Por eso todo había ido tan bien en un principio, claro, porque se trataba de un sueño. ¿Qué lógica podía tener que yo me sintiese cómoda conmigo misma? Por mucho que intenté convencerme a mí misma, era imposible que me lo creyese del todo.

Agárrate que vienen curvasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora