Capítulo 6. Estragos en el refugio

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Mi cuerpo temblaba y una sensación amenazante me agitaba. No podía respirar porque apretaban mi cuello y no alcanzaba a mirar su rostro.

—¡Suéltame! —grité, tratando de zafarme.

Abrí mis ojos en medio de la conmoción, y veía una silueta borrosa que se hacía más nítida.

—¡Hey! ¡Despierta! —gritó, sacudiéndome por los hombros—. Tenemos problemas.

«¡¿Honnel?! ¿Acaso me estaba estrangulando?», me pregunté muy sorprendido, entonces lo recordé: me había quedado dormido frente a las pantallas. Se trataba de otra pesadilla. Esta, sin dudas, era la peor de todas: el aire me faltaba. Se volvían cada vez más tensas. Ignorarlas ya no era opción, incluso con su desagradable esencia, no evitaba pensar que las había vivido.

No podía ser casualidad: sin memoria y con estas visiones... Ya había visto películas donde alguien en mi posición, en realidad, era el villano o cómplice de todo un teatro sangriento. En el menor de los casos, entonces yo era un criminal... «¡No!», me repliqué. Quizás era partícipe de malas acciones, pero nunca de un asesinato.

—¡Reacciona! —exclamó, chasqueando los dedos frente a mis ojos—. No es momento de disvariar.

—Ah —contesté con serenidad entre parpadeo—, lo siento. ¿Qué sucede?

—¡No estés tan tranquilo! Las cámaras exteriores no funcionan y las internas están siendo derribadas. ¡Nos están invadiendo! —expresó con desesperación, recorriendo el pasillo en busca de lo necesario.

—¿Cómo pudieron entrar? —pregunté mientras le ayudaba.

—Ya no importa —dijo, sosteniendo un bolso con armas—, debemos asegurar la entrada —, y nos acercábamos a la entrada del pasillo—, antes de que... —un sonido lo interrumpió. Se oía desde el otro lado de la puerta.

«Lo he escuchado antes», me dije.

—¡Atrás, va a explotar! —pregoné, empujando a Honnel para alejarnos lo más rápido posible, pero la explosión llegó antes, derribando la puerta y destruyendo gran parte del concreto. La onda expansiva nos empujó a ambos. Yo estaba sintiendo por segunda vez la sensación de mareo, aunque esta vino con un chirrido retumbante en los oídos.

Eran bombas más potentes que las que yo había utilizado cuando me defendía de aquel cazador. No podía ver por el humo y había perdido de vista a Honnel. Cuando dejó caer el bolso, varias armas se habían salido, entonces tomé la primera que palpé del suelo para defenderme. Me levanté con dificultad, apoyándome sobre la pared, y caminé hasta la Sala de Juegos.

—¿Qué tenemos aquí? —preguntó una voz con tono soberbio tras de mí.

En un abrir y cerrar de ojos, me sometieron por la nuca con una sola mano. Traté de oponerme, pero me sujetó con la otra mano contra el sofá. No lo vi venir y, por las heridas, mis fuerzas no estaban al 100%. En un intento desesperado, escondí el arma en la cintura del pantalón bajo mi camisa, evitando que me la quitaran, por poco la perdía. Los reconocí al ver el rostro de dos de ellos: era el grupo que habíamos visto a través de las cámaras. «¿Qué no se habían ido?», me quejé.

—Mi gigantesco amigo está impaciente por aplastar tu cabeza —comentó el hombre de aspecto promedio—, así que preguntaré una sola vez. ¿Eres H doble N?

—¿De quién hablas? —pregunté, confundido y sintiendo la tensión en mi brazo y espalda—. No conozco a nadie con ese nombre.

—No mientas —subrayó—. Sería un desperdicio eliminarte y descubrir que lo eras. Deseo que sufras.

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