Capítulo 8. Los fortachones y el espectro

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Dicen que para lidiar con cualquier situación, es importante mantener la calma para que las ideas fluyan... Toda una frase absurda para mí en esta ocasión. Era correr o morir.

Poco después de haber abandonado aquel lugar en ruinas, corría sin pensar en nada más que alcanzar mi Zona Segura. Con veinte horas restantes y sin saber cuánta distancia faltaba, cada minuto era valioso. A pie no era muy práctico, por suerte había hallado un vehículo cuyo nombre no recordaba... «Sidwea, Saway, ¡ah sí, Segway!», junto a otros pertrechos en un pasillo con muchas cajas de cartón.

Iba a gran velocidad, casi podría igualar a la de una motocicleta. Indicaba la velocidad con el panel de control, el acelerador era un pedal que presionaba con mi pie y el freno se ubicaba en el manubrio. Toda mi atención estaba entregada a conducir: evitaba a cualquier individuo en el camino y esquivaba los obstáculos en varios pasillos. Sujetaba también mi bolso, pues debía ser cuidadoso con Klávesa, el aparato que Honnel me entregó.

Él contó que al principio era un simple sintonizador, hasta que descubrió su máxima capacidad, por lo que invirtió bastante esfuerzo y tiempo para crearle su sistema operativo especial. La razón por la que le había dado ese nombre...

«Cuando mi hija nació, en mí apareció un sentimiento único y precioso. Fue como si ella lo hubiese desbloqueado. Ella... es mi llave, mi "Klávesa" —expresó con mucho cariño y los ojos aguados—. Este dispositivo es la llave que te puede sacar de aquí —declaró con una mirada fuerte y mucho valor».

Las instrucciones que me dictó giraban en torno a sus tres programas principales. El primero era ZánGano: capaz de interceptar cualquier señal dentro de un radio de diez metros, y descargar su información, aunque solo podía ver u oír en video un máximo de tres ventanas en tiempo real. El resto de la información quedada guardada.

El segundo era Opening: me permitía acceder a datos restringidos de otros artefactos al conectarlos con unos cables ensamblados a Klávesa. También desactivaba mecanismos de bloqueo como puertas o cajas. Honnel me encomendó conectarlo a los collares. A pesar de no quitarlos, me daría a conocer parte del perfil de un competidor o de determinadas áreas: lo que saliera era al azar. Adicional a que una barra acumuladora cargaba con lentitud en porcentaje.

Por último, estaba Deborah: equipado con un mapa que guiaba hacia un lugar específico. Él me aseguró que llevaba a uno de los límites del supermercado, en donde encontraría una salida. Apostaba todo a que funcionaría, de ese modo, podría escapar de la competencia, pero debía cumplir con una condición: que llevara cargada la barra de Opening al 100% antes de enlazarla a la compuerta que hallaría.

Eso último rayaba en lo fantasioso a mi parecer, pues no subestimaría a los organizadores. Escapar así nomás, sonaba demasiado bueno como para ser verdad. Tenía algunas carpetas y el audio del tercer favor, el cual escucharía en otro momento.

Algunos criminales intentaron perseguirme en vano, pues su velocidad estaba lejos de compararse con la mía. Al atravesar un pasillo principal, noté una extraña y llamativa figura semejante a un espectro, a unos pocos metros. Aquella distracción me llevó a frenar en un pasillo bloqueado por una pared de vigas, todo un callejón sin salida.

—¡Quiero el vehículo! Entrégalo —exclamó una voz con tono de retardo a mi espalda.

Al darme la vuelta, un fortachón, que movía una maza con púas como una simple vara, obstruía mi salida. Exhibía unas pequeñas y erguidas extremidades empaladas por sus púas tanto en su arma como en su ropa. Se trataban de dedos con variedades de tamaños y tonos de piel; en más de uno pululaba un pus cuyo hedor se olfateaba de lejos. Las moscas revoloteaban alrededor como si no supiesen por cuál miembro empezar su festín.

Skull super marketDonde viven las historias. Descúbrelo ahora