Capítulo 7. El legado de Honnel

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Convertirse en el portador de los tesoros de aquellos que se esforzaron con esmero, a eso se le podía llamar: recibir un legado. Tristemente, al ser así, era porque esas personas ya no volverían a respirar.

Lo que más odiaba era las despedidas de por medio, prefería que transcurriera de forma rápida y silenciosa, como el anciano que dormía, exhalaba su espíritu y no volvía a despertar: sin dolor, ni sufrimiento o complicaciones.

Mi abuela solía decir que esa era la manera más sabrosa de morir. No podía confirmarlo por mi falta de memoria, aunque no me constaba que alguien sabio, en alguna parte del globo terráqueo, lo haya dicho.

Durante una crisis, se podía forjar relaciones fuertes en poco tiempo, pero los imprevistos ocurrían, aún para los que tenían todo fríamente calculado. La probabilidad de que se cumpliese lo que deseabas, era igual a que se produjera todo lo contrario. Por desgracia, a la estadística le pareció grato que tuviese que despedirme de la única persona confiable y buena, dentro de una competencia que nunca había aceptado.

Además, me restregaba en el rostro la amarga sensación de recibir un legado más allá de mi capacidad o, más bien, de lo que creía merecer.

—Quiero pedirte tres favores como deseo final —comentó Honnel mientras desatornillaba partes de mi collar—. El primero es ostentoso, aunque todavía tengo fe después de todo lo que he vivido, y es que cuando salgas de este infierno, localices a mi hija y le digas todo lo que te conté.

—Preferiría que tú mismo lo hicieras —repliqué, inmóvil.

Yo no me rendía ante la posibilidad de que él sobreviviera. Era difícil de creer que ambos saliéramos victoriosos de esta competencia, pero esa era la magia de ser humano: creer en lo imposible.

—No digas palabras sin sentido —increpó.

Traté de convencerlo de no rendirse pero, por más que quisiera, no se podía. Él era quien tenía toda la razón, no era pesimista sino realista.

—Ya déjate de idioteces —agregó con rudeza—, no saldré de aquí por la gravedad de estas heridas. Si en verdad te importa nuestra amistad, entonces cumplirás este deseo final. Me lo debes por mantenerte con vida.

Hace poco mencionó a la fe: un recurso absurdo o útil en manos de quienes sabían manejarlo. En esta ocasión, se cumplía el primer caso. Por otra parte, que me demandara tal favor por haberme prestado su generosidad, no parecía justo.

—Es probable que muera ahora, mañana o pasado. Tu primer favor no es ostentoso, es imposible —contesté.

Envié al carajo lo de creer en lo imposible, pues congeniaba más con su idea realista. Si alguien como Honnel moría, era seguro que yo también terminaría igual o peor.

—Puedes quedarte a morir también, pero no aceptaré que mi trabajo se pierda. El segundo favor es que tengas mi arma más poderosa.

Me explicó que la computadora principal era vital debido al programa quitacollares, sin embargo, no podías transportarla contigo. Él sacó el aparato, donde tenía digitalizado el rango de las calaveras, del cofre de madera para entregármelo.

—Posee las funciones definitivas —expresó con confianza—. No tuve tiempo de escribir un manual, así que oye con atención...

Yobby

La espera empezaba a desesperarme, cada minuto en esta sala era dinero y tiempo perdido.

—Tarda más de la cuenta —musité, mordiendo la punta de mi pulgar. Para distraerme le reclamé a los traidores de Doug y Foss, el que no rechazaran de inmediato la propuesta de Honnel.

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