Capítulo 19. Trazando límites

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Los diamantes se han caracterizado por cortar lo que sea, y también por ser frágiles, representando una cualidad análoga a la de los humanos, al mismo tiempo, una alegoría curiosa.

Me hallaba disperso entre pensamientos y más conjeturas, mientras terminaba de recoger las armas que me entregaron en la Zona Segura, cuando un llamado arrebató mi atención:

—¡Escuadrón Cruz Verde, cambio! —transmitió Deltiac furiosa a través del intercomunicador tras devolverlo a mi oído.

—Aquí Blad, cambio —respondí, pensado en que ella no creería lo que nos pasó.

—No has dado tus reportes con regularidad, explícate.

—Tuvimos problemas para encontrar los objetos especiales por un enemigo fuerte —mirando de reojo y con desprecio a Cabrel, este sonrió y levantó el pulgar—, y terminamos heridos y separados. Ya solventamos el problema y nos reagruparemos pronto. Tenemos los adhesivos y el TofUD. Tardaremos un poco más en recolectar los que faltan debido a las lesiones de mis compañeros.

—Muy bien, recuerda que deben regresar con todos los objetos de la lista y con las armas que les proporcionamos. Si alguno muere, traigan su cadáver. Tampoco piensen en...

—En escapar, sí lo sé —completé, harto de su voz. «Ella no imaginaba el arma que yo había encontrado», pensé—. Tardaremos un poco para volver, pero regresaremos los tres con todas las cosas.

Ella ni siquiera se preocupó en preguntar por el estado de mis compañeros. No esperaría menos de una criminal, aún los que guardaban siquiera un poco de solidaridad en su corazón, terminarían enfriados en circunstancias como estas... «Blad, recuerda no cerrarte de mente», me repetí, reprendiendo cualquier sensación pesimista. Siempre hallaría individuos potenciales como Honnel y Cabrel, aunque no consideraba que este último estuviese del todo listo; a pesar de haberme perdonado la vida y prestado su apoyo, todavía no finalizaba la primera etapa. De nada me serviría estando condenado por su collar.

—¿En qué piensas? —preguntó Cabrel mientras sacaba macundales del montículo, y los aglomeraba sobre una sábana—. Hace minutos que dejaste de hablar.

—Solo meditaba —contesté, dibujando una sonrisa fingida—. ¿Qué tantas cosas tienes allí?

—Ya que el coreano destruyó mi única pistola y tú inutilizaste los mecanismos, solo tengo mis artículos alimenticios y de cuidado personal...

—¿Esa es una rasuradora eléctrica? —le interrumpí tras ver qué había echado una caja.

—Oh, sí. Me agrada cuidar mi imagen.

No me sorprendía que la disciplina del ejército y la carga de ser el fundador de una organización de sicarios, le llevasen a exhibir un aspecto impecable. Aunque me producía confusión que se mantuviese arreglado cuando había decidido esperar la muerte con solo dormir y masturbarse. Tal vez solo era fiel a gustos personales e higiénicos.

—Oye, ¿esas son cremas para la piel? —pregunté con grima al notar sus envases un tanto grasientos.

—No son para lo que piensas —contestó entre risas—. Mantener mi piel hidratada es parte del cuidado personal. Me importa un carajo el estereotipo de que un hombre no las puede usar. Algunos hozaron burlarse, pero los silencié para la eternidad. No eres de ese tipo de personas, ¿verdad?

—Me da igual —contesté, cambiando de parecer. Su cuidado personal en realidad no me importaba en lo más mínimo.

—En serio, si tú opinas que no se ve bien, entonces dejaré de usarlas —insistió con amabilidad.

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