Capítulo IX

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Capítulo IX

Sara

Quería llorar no sólo me había rechazado, me puso a merced de sus amigos, también había cerrado los ojos cuando me quisieron atacar. Alejandro no es la persona que esperé... Siempre supe que mi mate me odiaría, mi mate nunca me querría por muchas razones: No soy virgen, soy Alfa, tengo mal carácter y una manada que es mi entera responsabilidad... Una manada que elegiría por encima de mi mate. Fui ilusa al pensar en que Alejandro y yo podíamos tener algo. Nuestra conexión solo existe para mí.

Regresé a la mansión y Andrés estaba caminando de un lado al otro con ansiedad, Sebastián y Camilo estaban sentados mirando a un punto fijo. A ellos les debía lealtad y amor, no a cualquiera que llame mínimamente mi atención. Escucharon mis pasos y voltearon hacia mí.

– ¡Fui un tonto! Sólo quería devolverte la broma y te hice daño, no tuve en cuenta que podría pasar. Tú has pasado por tanto y yo prometo tenerlo en cuenta para futuras bromas. – Sus palabras me hacían gracia... Andrés es sincero. – ¿Me perdonas? – Me miró con angustia esperando mi respuesta.

– No tienes que disculparte, estoy segura de que no tenías malas intenciones. Todo está bien. – Le sonreí y me devolvió el gesto. Y nos encaminamos a la camioneta. Quería almorzar con ellos, es divertido no comer sola.

Andrés comenzó a conducir a nuestra manada... Mi manada. Pensándolo bien con todo lo acontecido yo no sabía nada de ellos ni ellos de mí. Nuestra relación se basaba en su extraño sentido de protección hacia mí, pero no habíamos hablado de nuestro pasado y demás.

<< – En el orfanato no comíamos tan bien, deberíamos acabarnos toda la comida esa floja no bajara para desayunar. Sería un desperdicio. – Andrés continúo hablando... >>

– Cuando estábamos desayunando dijiste algo de un orfanato. ¿Me explicas? – Andrés me observó por el espejo retrovisor y supo que había aprovechado su culpa para sacar información.

– Camilo y yo llegamos a el orfanato cuando éramos demasiado pequeños, ninguno de los dos recuerda a su familia. Vivimos los dos por nueve años hasta que llegó Sebastián. El orfanato era un buen lugar tenías comida, educación y nadie te maltrataba, pero la guerra se arraigó y los recursos se fueron y el orfanato quedó a su suerte. A duras penas teníamos una comida por día y cada día había más huérfanos, y cuando cumplimos quince nos sacaron a los tres para entrenarnos y hacernos guerreros. Ese es un gran resumen de nuestra existencia. – Mire a Sebastián, quería que él me contará algo de su vida. Pero sólo aparto la mirada y así terminó la conversación hasta que llegamos a la mansión.

Bajamos de la camioneta, entramos a la mansión y ya estaba servido el almuerzo. Me agrada cómo siempre estaba la comida lista cada vez que tenía hambre. Nos sentamos en nuestros respectivos sitios y empezamos a comer en un cómodo silencio.

– Necesito que reúnan a las personas de construcción y a los maestros de la manada para hablar de ciertas cosas. Luego deben ir al campo de batalla, los guerreros los estarán esperando para que los traigan de regreso. Pueden retirarse y por favor no se demoren, tengo una tarde y noche para arreglar un colegio de miles de estudiantes. – Los tres se levantaron de la mesa, se despidieron y salieron de la mansión.

Subí a mi habitación, me lavé los dientes y me dirigí a la sala de reuniones para empezar a cuadrar todo para los colegios mixtos. Media hora después llegaron los maestros y así pasó toda la tarde, para mi sorpresa todos me trataron bien, me estaban aceptando. Llegaron los guerreros y tenía planeado dar un pequeño discurso para afianzar la confianza de los miembros que estaban regresando.

Salí de la mansión y me dirigí al centro de la manada donde ocurriría el reencuentro de los guerreros y sus familias. Al llegar al punto de encuentro Andrés, Camilo y Sebastián tenían una hermosa sonrisa junto con todos los guerreros que se encontraban ansiosos por volver a sus casas con sus familias. Y sin dilatarlo subí a la tarima.

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