Mi nombre es Serena Tsukino, tengo treinta años y soy licenciada en derecho penal, me atrevería a decir que soy la mejor abogada del país, y eso lo avalan los múltiples casos ganados que he tenido a lo largo de mí trayectoria.
Soy una mujer exitosa, apasionada por su carrera y por su trabajo, me he dedicado en cuerpo y alma a defender los derechos de los inocentes desde el día en que me gradué de la universidad con una mención honorífica.
Producto de mi esfuerzo y mi trabajo he logrado forjar un gran patrimonio. Tengo mi propia casa, nada modesta por cierto, un lujoso automóvil y una cuantiosa suma de dinero resguardada en una institución bancaria que me permitiría vivir tranquilamente el resto de mi vida si me lo propusiera. Pero no, aún no es tiempo de retirarme, siento que en el mundo, todavía hay mucho por hacer.
En cuanto a mi vida personal, solo puedo decir que me encanta estar conmigo misma. Mis contados amigos y yo no convivimos mucho, en el último año me he permitido salir a divertirme con ellos en solo dos ocasiones. En cuanto a mi vida amorosa... Bueno, en realidad esa no existe, en mi vida no hay un solo pretendiente, no existe una pareja, no tengo hijos, me encanta mi soltería y mi libertad. Puedo ser yo misma en el lugar que quiero, a la hora que quiero y en el momento que yo quiero sin tener que darle explicaciones a nadie. Mi vida sería perfecta si tan solo no existiera esa maldita presión social por parte de todos mis conocidos y familiares acerca de mi edad y mi eterno estado civil.
—¿Y tú para cuándo te casas? Ya estás entrando a una edad madura. Tus compañeras de la universidad ya son madres de familia. Te estás quedando atrás— escuchaba esos comentarios una y otra vez cada que visitaba la casa de mis padres. Siempre que decidía verlos era lo mismo, no podían evitar compararme con mi hermana Mina pues a pesar de que era diez años menor que yo ella tenía una preciosa familia conformada por un esposo maravilloso y dos preciosos hijos. No puedo decir que le iba mal, pues tenía un hombre que la consentía en todos los aspectos y la trataba como a una verdadera princesa, pero así como ella había elegido su modo de vivir, yo también había escogido el mío, y obviamente nuestros enfoques eran muy distintos.
Cierto día, queriendo que mi fortuna fuera más grande de lo que ya era decidí invertir mi dinero en acciones de una novedosa empresa que se había instalado en el país, prometiéndome que en tan solo un mes triplicaría mi aportación inicial. Sin investigar más a fondo, llevada por la ambición, decidí entregarles todo lo que poseía sin imaginar que estaba frente a una red de estafadores que de la noche a la mañana desmantelaron sus oficinas y eliminaron cualquier rastro de su paso por la ciudad. Eso era lo único que me faltaba. Ahí estaba yo, sola, sin nadie que me apoyara, y prácticamente, en la ruina y con nuevo caso en las manos, el mío, al que por supuesto no pude atender debido a que todo había sido culpa de mi tonto deseo de llenar mi vacío emocional con un beneficio económico.
Sabía que trabajando duro, en unos cinco años lograría reponerme, pero mientras tanto, ocultando mi nueva situación a mi familia tuve que tomar la desición de vender mi costoso auto y mis preciados y finos muebles, quedándome por lo menos al resguardo de un techo seguro al conservar mi casa. Lo único que había logrado quedarme en mi poder era una vieja bolsa de dormir, algunas mantas, un par de almohadas, algunos otros objetos que me servirían para comer y asearme, y por supuesto, mi enorme guardarropa, que no cambiaría por nada del mundo.
Cierto día, saliendo a comprar algo para comer, al entrar al supermercado, un joven un tanto apuesto que se encontraba detrás de mí en la fila comenzó a mirarme fijamente, ante esa situación, no comprendía por qué pero me ponía un poco nerviosa. —¡Lindo peinado bombón!— me habló el muy atrevido mientras con su dedo índice golpeaba uno de los curiosos pompones que había hecho en mi cabello.
—¡Igualado! ¿Quién te crees que eres para hablarle así a una dama como yo?— de inmediato giré mi rostro para observarlo y reclamarle por su acción, aunque al verlo de frente, hubo algo en él que me dejó paralizada por unos segundos. El hombre era alto, tenía el cabello negro y largo, lo llevaba sujeto a una coleta. El tipo en cuestión portaba una camiseta sin mangas, con lo que se podían observar unos enormes y gruesos brazo, bastante tonificados, su cuerpo parecía muy bien delineado y era más que obvio que dedicaba cierto tiempo a hacer ejercicio.
—¡Veo que te he impactado bombón! No me sorprende, suelo causar ese efecto en todas las chicas que se cruzan en mi camino— el muy arrogante me hablaba con tanta confianza en sí mismo. No niego que en realidad fuera atractivo a simple vista, pero su exceso de seguridad y la manera en la que se dirigía a mí me molestaban un poco, aunque en el fondo tuve que aceptar que él tenía razón, algo en toda esa imponente personalidad había llamado mi atención.
—¡Ni lo sueñes! ¿Quién va a fijarse en un tipo tan antipático como tú? ¡Estás completamente loco!— giré mi rostro con una clara molestia que no me esforcé en disimular, pasé a la caja a pagar mis artículos y tan pronto como los empacaron salí rumbo a mi hogar dejando a ese atractivo joven atrás.
Una vez que tomé el camino de vuelta a casa, tuve que desviarme. Mi mejor amiga me había llamado por teléfono para invitarme a comer, y dada mi precaria situación no pude negarme; cualquier cosa en la que pudiera ahorrar hasta el más mínimo centavo sería aprovechada por mí. Así, guardando las compras del supermercado para sobrevivir un día más tomé mi nueva dirección.
Al llegar al restaurante donde Molly me había indicado vernos, tomé asiento y ordené después de saludarnos con un abrazo bastante cordial. Apenas había comenzado a probar mis alimentos cuando ella muy emocionada comenzó a darme la mejor noticia de su vida.
—Serena ¡Voy a casarme!— ante la noticia que llegó de golpe me atraganté con el bocado que acababa de ingerir y comencé a toser fuertemente en señal de ahogo.
—Serena ¿Estás bien?— me cuestionaba Molly un tanto extrañada al mismo tiempo que tomaba un poco de agua para controlarme.
—¡Perdón! Es solo que no puedo creer que te cases. Ni siquiera sabía que tenías una pareja estable.
—¿No es fantástico?— volvía a preguntar ella con el rostro lleno de emoción.
—¡Por supuesto, muchas felicidades! — de inmediato corrí a abrazarla. Aunque no comprendía la situación, ese brillo que ella reflejaba en su mirada y la inmensa sonrisa que adornaba sus labios me dejó ver qué eso la hacía feliz. Cuando estudiábamos juntas ella también había dejado el amor en segundo plano, su manera de pensar era parecida a la mía, prefería el éxito antes que otra cosa, pero al parecer alguien la había hecho cambiar de opinión, y yo, como amiga debía apoyarla en este paso tan grande que estaba a punto de dar.
Todo marchaba de maravilla, Molly me contó en nuestro encuentro cómo había conocido a Neflyte su prometido, en un viaje de trabajo al exttanjero, y como en una simple cita tomando una malteada, el hombre le había propuesto matrimonio de la manera más romántica posible.
Ambas seguimos celebrando por un rato más y me atrevo a decir que el momento que estábamos viviendo era bastante ameno, o al menos así fue hasta que Molly llegó a una punto crucial que me tomó por sorpresa y me obligó a escupir el último sorbo que había dado al vino de nuestra celebración.
—Serena ¿Y tú para cuándo?
Eso sí que no me lo esperaba...

ESTÁS LEYENDO
¿Y si nos casamos?
أدب الهواة¿Quién dijo que una boda no deja nada bueno? Serena Tsukino, enfocada cien por ciento en su desarrollo profesional está segura de que elmatrimonio no es importante en su vida, o al menos eso pensaba hasta el día en que la suerte parece haberle dado...