El despertar no fue mucho mejor.
Mi ventana no tenía persiana y si yo quería levantarme tarde para no ser consciente tan temprano de dónde estaba; ese día no iba a tener suerte.
Claro que, ni el día, ni la semana, ni el mes.
Me dormí tarde, intentando conseguir en algún punto de la casa un mínimo de cobertura que me diera acceso a internet. A las cuatro de la mañana desistí, no lo encontré y estaba convencida que en aquel pueblo no lo habría.
Intenté dar media vuelta y seguir durmiendo, pero el sonido de mis tripas me advirtió de que iba siendo hora de comer algo; desde que había salido de Barcelona, lo único que me llevé a la boca habían sido las dos cucharadas que le di a la cena.
Así que muy a mi pesar, me levanté sin escuchar nada en aquella casa; no sabía dónde estaba el huerto, pero juraría que alrededor no era.
Bajé hasta la cocina encontrándome con una nota de mi madre.
Estamos trabajando, el huerto está la calle abajo, por un camino de tierra a la derecha. Puedes venir si quieres, o también puedes darte una vuelta por el pueblo para conocerle. Lo que tú quieras.
Mamá.
Mi plan del día era ir a un huerto, no tenía palabras para describir lo que sentía.
Abrí la nevera cogiendo la leche. Me recorrí todos los armarios que tenían, hasta que, en el séptimo, encontré unas galletas; algo era algo. Me apoyé en la encimera para mirar desde la ventana que tenían; veía el pueblo, las cuatro casas que había y ni una sola persona. Unas calles asfaltadas con una máquina del siglo dieciséis, ni una marca vial blanca y, por supuesto, ni un coche.
Las vistas eran bonitas, pero no eran suficientes como para que dejara de molestarme estar ahí.
—Joana —dijo sorprendiéndome Jesús—. Te agradecería que no te pasearas en tanga; por las mañanas, entra mucha gente a casa.
—¿Te pongo o qué?
No recibí respuesta; pero cuando me giré, a su lado, había otro hombre, muchísimo más joven que Jesús; pero infinitamente más feo. No dejaba de mirarme mientras dejaba una caja con unas lechugas contra la pared de la cocina.
—¿Quieres algo?
—No, no. —Negó el chico sonrojado—. Perdona, es que no esperaba encontrarme a nadie y menos así... Soy Pablo, encantada.
—Pensaba que estabais en el huerto —dije ignorándole, no me interesaba.
—Y estamos allí, pero tenemos que traer cosas y llevarnos herramientas —contestó Jesús apuntando algo en las notas de la nevera—. ¿Vas a venir?
—¿Tengo opción a decir que no?
—Tu madre te está esperando.
—Entonces me estás diciendo que vaya, no preguntándomelo.
—Pablo te esperará para que sepas dónde es, yo me tengo que ir. —Asentí mirando al chico que esperaba de pie, pero sin quitarme la mirada—. E insisto, ponte algo debajo.
Le hice una peineta cuando él se marchaba y justo antes de llevarme otra galleta a la boca. Miré al tipo, al tal Pablo, que seguía exactamente igual.
—¿Quieres algo?
—No... —carraspeó su garganta—. Solo esperarte para llevarte al huerto.
Me reí ante ese comentario porque sonaba tremendamente ridículo, algo que él también hizo.
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La chica del pueblo.
RomanceJoana vive en Barcelona, es muy joven como para seguir las normas que su padre le impone. Ese es el problema. Después de escaparse de casa para acudir a un festival en la ciudad condal junto a sus amigos; su padre decide que ya es suficiente, decide...