Era martes o miércoles; no sé, yo no salía de la habitación y para lo único que salía de la cama era para coger el plato de comida que mi madre me dejaba en la puerta. Ella ya no me forzaba a nada, muchísimo menos a cruzarme con Jesús.
No había vuelto a hablar con Natalia; su marcha me dolía, aunque no tanto como saber que no la vería a saber por cuánto tiempo.
Yo no había hecho nada; y por eso, esa noche, salí. Cuando pensaba que todos dormían en esa casa; me estaba mareando de permanecer encerrada tanto tiempo, por eso salí. Me senté en las escaleras que daban a la puerta principal de casa; justo frente al pasillo de piedra que comunicaba con la calle del pueblo, en completo silencio, sin escuchar nada; y sin prácticamente ninguna luz, tan solo una que tenían encima de la puerta y la que la propia luna alumbraba.
Nunca había tenido problemas con mi homosexualidad, jamás; siempre tuve claro lo que era y quién me gustaba, mis padres tampoco me pusieron límites y en el instituto tampoco. Mis amigos mucho menos y mi entorno solo había facilitado las cosas. Era la primera vez que me enfrentaba a eso; y tampoco estaba segura de cómo hacerlo, pero pese a eso, no sería débil frente a una persona que tenía muchos más problemas que yo.
—¿Molesto?
La voz de mi madre me sorprendió, no esperaba a nadie; pero negué con la cabeza sintiéndola, segundos después, sentarse a mi lado con una taza de chocolate caliente que intentó cederme, pero no quise.
—¿Cómo estás? —Me encogí de hombros, al final era lo único que podía hacer—. Pablo quiere disculparse, pero no sabe cómo hacerlo.
—No quiero disculpas de nadie —dije con la voz ronca—. Solo quiero irme de aquí.
Mi madre no dijo nada; para ella, al final, tampoco podía ser fácil. Dejó la taza a un lado, se enredó en la manta que la cubría y miró hacia el mismo punto que yo lo hacía: el pueblo.
—¿Por qué no sois novias? Hacéis muy buena pareja.
—Funcionamos mejor así, sin compromisos, sin explicaciones ni nada.
—¿La quieres?
—Mucho —contesté mirándola—. Lo suficiente como para no querer que vuelva, aunque me duela.
—¿Cómo os conocisteis?
—Cuando llegó a Barcelona, se mudó por el trabajo de su padre. Me la encontré perdida en el instituto y la ayudé; empezó a ir con mi grupo de amigos, hasta que se quedó.
—¿Te lanzaste tú?
—Sí, en una fiesta. A partir de ese día siempre hemos estado juntas.
—No acabo de entender que no seáis pareja, pero supongo que son cosas de jóvenes.
No dije nada; tenía ganas de hablar con mi madre, pero cuando recordaba todo lo que había pasado y lo que me quedaba por vivir, me entraban ganas de esconderme de nuevo en la habitación.
—No sé qué hacer, Joana, ayúdame un poco. Grítame o dime que me odias, pero no sé qué hacer sabiendo que estás así.
—No te odio —susurré volviendo mi vista al pueblo—. Pero no lo entiendo. ¿Por qué estás con él, mamá?
—Porque le quiero. Jesús me ha dado una segunda oportunidad, una vida nueva y es lo que quiero; todo esto. Aquí soy feliz.
—¿Con él?
—Sí... No estamos de acuerdo en todo, es evidente; pero hemos aprendido a vivir con eso, los dos.
—¿Cuándo se lo contaste? ¿Qué te dijo?

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La chica del pueblo.
RomanceJoana vive en Barcelona, es muy joven como para seguir las normas que su padre le impone. Ese es el problema. Después de escaparse de casa para acudir a un festival en la ciudad condal junto a sus amigos; su padre decide que ya es suficiente, decide...