Los días pasaban sin más y mi única tarea estaba siendo la restauración de la casa de María. Había colocado todos los tablones, tanto del porche como del jardín. El suelo del interior, también lo había arreglado en su totalidad, y tras alisar las paredes, quedaba solo pintar. Esa última actividad era lo que nos estaba entreteniendo esos días.
Llevábamos un par de semanas trabajando sin parar ella y yo, sobre todo yo; porque algunos días, muchos más de los que me gustaría, tenía que quedarse en la tienda trabajando. Aún así, cuando lo hacía, venía a buscarme al final de día para tomarnos una cerveza o para cenar.
No veía a nadie más que a ella y mi madre; ni Pablo, ni Federico, ni nadie. No salía por las noches porque no quería encontrarme a nadie del pueblo y tampoco protagonizar, de nuevo, la escena de la última vez. La pelirroja lo entendió perfectamente, pues no me insistió nuevamente en salir con ellos. El grupo también lo entendió. Que cambiaran sus rutinas por mí, no me acababa de gustar y, a alguno de ellos, tampoco.
Así que lo mejor era no moverme de mi casa por las noches y punto.
—Oye, este fin de semana son las fiestas en el pueblo de al lado y vamos a ir todos, ¿te apuntas? —preguntó dándome una cerveza—. Te lo vas a pasar bien.
—¿Fiestas de qué?
—Fiestas. —Se encogió de hombros—. Compramos bebida, bailamos, música en la plaza... Como una discoteca, pero en el pueblo.
—No creo que lo mejor sea que yo vaya.
—Es otro pueblo, nadie te va a decir nada. —Solo entonces consiguió que la mirara teniendo todo mi interés—. ¿No quieres salir de fiesta? ¿No las echas un poquito de menos?
—Un poco... Pero no sé qué haré.
—Anda, vente —dijo dándome un pequeño empujón cariñoso—. No vamos a dejar que te pase algo malo.
—Tampoco quiero joderos la fiesta a vosotros.
—Eso no va a pasar.
No me fiaba, la verdad; pero que fuera en otro pueblo y no en el nuestro, ayudaba ligeramente a que me decidiera. Aún así quería hablar con mi madre, en función de su opinión, así haría.
—Y venga, que queda por pintar la habitación.
—Déjame descansar cinco minutos, ¿no? —pregunté bebiendo de la cerveza que ella me había dado—. A veces eres una jefa muy mandona.
—Qué mal llevarías tener jefa de verdad, si yo soy todo un solete.
—Un solete dice, qué ofensa para la gente que sí que lo es.
—Serás malvada —dijo pegándome en la pierna—. Tendrás quejas.
—Muchas, excelencia; me hace trabajar sin descanso y encima me da cervezas para emborracharme —vacilé riéndome—. Qué mala.
—Uf, sí, de lo peor soy. —Sonrió levantándose—. Venga, que tenemos que terminar antes de que se haga de noche.
Perseguí a María hacia la que, en un futuro, sería su habitación. Era la única que nos quedaba por pintar, el resto de la casa estaba perfectamente pintada en tonos claros, unos que la dueña había escogido días atrás.
Nuestra relación avanzaba a unos pasos considerables. A veces parecía que nos conocíamos de toda la vida; y ella, había pasado de considerar que la homosexualidad era una enfermedad y por ende, yo era una enferma; a no separarse de mí. Íbamos a todos lados juntas, me buscaba siempre que podía y, por lo que mi madre me había contado, en más de una ocasiones, había rechazado quedadas con sus amigos por estar conmigo.
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La chica del pueblo.
RomanceJoana vive en Barcelona, es muy joven como para seguir las normas que su padre le impone. Ese es el problema. Después de escaparse de casa para acudir a un festival en la ciudad condal junto a sus amigos; su padre decide que ya es suficiente, decide...