XXI

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El sonido de mis tripas indicaba que debía comer, pero hasta que el soplapollas de Jesús y mi madre se fueran, yo no saldría para nada de la habitación. Básicamente porque no quería verle y que me mandara a ponerme un pantalón porque le salía de las pelotas.

Además, estaba viendo una película estupenda en la que salía Anna Castillo; solo con eso, merecía le pena quedarme en mi cama, jugueteando con la sábana a mis pies y esperando a que llegaran las seis de la tarde para que Natalia llegara al pueblo.

Tuve que esperar media hora más hasta que mi madre llamó a la puerta, pasando tras darle permiso y cerrando dándonos intimidad.

—¿Os vais ya?

—Sí —contestó sentándose a mi lado—. Jesús está cargando las maletas. —Asentí pausando la película—. El coche llega a las seis, se irá directamente; y la recogerá pasado mañana sobre las doce. Es la hora perfecta porque todo el mundo estará en misa.

—Muchas gracias, mamá, de verdad.

—Agradécemelo después. —Sonrió acariciándome la barbilla—. Te he dejado comida de sobra en la nevera, solo tienes que calentarla. Y si necesitas algo, Pablo y María se quedan al pendiente, ¿vale?

—Vale, pero son dos días, que no va a pasar nada.

—Por si acaso. No tengo muy buenas referencias de Jordi cuando lo hacía en Barcelona.

—¿Y le crees?

—Sí, pero quiero darte un voto de confianza.

Supuse que era una prueba de fuego para ver si estaba preparada para volver a Barcelona.

—No haré nada malo, te lo prometo. Y lo que haré ya lo sabes tú de sobra.

Conseguí que se riera justo cuando Jesús la llamaba desde el salón, era el momento de salir.

—Ten cuidado, hija —susurró dándome un abrazo—. Por favor.

—Lo tendremos, vete tranquila.

Fui tras ella, despidiéndome de Jesús con la mano mientras me miraba de arriba hasta abajo debido a mi vestimenta. Mi madre me dio otro beso y, finalmente, salieron de casa. Yo me apoyé en la puerta, esperando a que se fueran, despidiéndoles y sin moverme hasta que el coche desapareció de la calle.

Lo primero que hice fue lo único que quería, comer de una santa vez. Mi madre me había dejado unos cinco tupers, con una nota en cada una de ellos contándome qué tenían en su interior. Quería a mi madre por ese tipo de detalles, siempre estaba en todo. Bueno, casi siempre.

Me calenté la comida y me senté en el sofá dispuesta a ver algo que no me hiciera morir de aburrimiento hasta que Natalia llegara. Quedaban tres horas para ello y necesitaba matar las horas de alguna manera. La televisión, desde que llegué al pueblo, era mi gran aliada para ello.

Hice zapping hasta que encontré un capítulo, que ya había visto, de Station 19; pero demonios, era lo único que había, así que dejé el mando a un lado, me acomodé en el sofá mientras comía y me dispuse a ver la serie.

Sin embargo, ese día, no tendría toda la suerte del mundo. Llevaría unos quince minutos, me había terminado ya el plato de comida; cuando alguien tocó a la puerta. Por un momento, pensando que era Pablo, exclamé que se podía largar por dónde había llegado; pero la voz de María me hizo brincar en el sofá, girando la cabeza al escuchar la puerta abrirse.

—¿Puedo pasar?

—Si te digo que no, tu tío me mata; así que hasta la cocina.

Y allí que se fue; pero no porque se lo hubiera dicho, sino porque dejó unas bandejas de lo que parecía bizcocho en la encimera y metió algo en la nevera. Dobló una bolsa y se acercó a mí con timidez.

La chica del pueblo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora