Eran las ocho y cinco de la tarde, y María llegaba tarde.
Por mucho que me repitió que la esperara en la puerta de la tienda y así llegar juntas hasta su ruinosa casa, no quise. Me negaba a que todo el pueblo me mirara y murmurara según pasaba como si fuera el primer descubrimiento de la era contemporánea; y, principalmente, sabiendo cómo opinaba el tío de María, cuando más alejada estuviera de su familia, mucho mejor para ella.
La casa no tenía tan mal aspecto. Sin ventanas, con una madera más podrida que Jesús y con una llamativa falta de pintura. Desconocía como estaba por dentro, pero por fuera, no era tanto el trabajo.
—¿Joana?
Salí del jardín de la parte trasera, advirtiendo que había que cortarlo, en cuanto escuché la voz de María. Estaba en el porche, con un maletín a sus pies que parecía pesar más que ella misma.
—Perdona el retraso, tenía que hacer el inventario en la tienda.
—No te preocupes. Le estaba echando un ojo por encima.
—Los muebles me llegarán dentro de un mes. Ojalá nos dé tiempo a terminar todo lo demás —dijo abriendo la puerta.
—¿Solo vamos a estar tú y yo?
—Sí, lo que se tiene que hacer, podemos hacerlo solas. Así no nos molesta nadie.
Me sonrió de una manera asombrosa. Era impresionante esa mujer de arriba abajo.
Me explicó todo lo que quería hacer, las herramientas que Pablo se había encargado de conseguir y sus maravillosas ideas. Colocar maderas, reconstruir el porche, pintar, un par de cosas más y los muebles.
—¿Estás segura de que quieres que yo me encargue de tu casa?
—Sí. Si tienes alguna duda, llamo a Pablo. Pero así tienes algo que hacer.
—Gratis.
—Ya te pagaré de otra manera.
Se me ocurrían muchas formas de pago, y una especialmente; pero no iba a ser la más válida, no con María.
Mi primera tarea fue el porche y en qué momento aceptaría, porque ni siquiera estuve con ella. María se ocupó de la parte trasera, prácticamente el jardín. Mientras que yo me dediqué a quitar las tablas que se veían feas y poner unas nuevas clavándolas a las que ya había debajo.
La verdad es que no era una tarea muy complicada.
El problema fue que empecé a sudar como una marrana y era lo último que quería. Tuve que hacerme una coleta, anotando que el resto de mis días serían así; incluso me quité la camisa que me había puesto quedándome solo en tirantes.
En ese momento tampoco entendí qué hacía con tantas capas de ropa si era verano... Pero eso era otro debate de la inutilidad de Joana en el que no iba a entrar.
—Joana, ¿puedes ayudarme un segundo?
—Sí, claro.
Dejé las herramientas que estaba utilizando a un lado y me dirigí hacia su voz. Me la encontré esperándome en la puerta que daba al jardín de detrás.
Su problema era que no lograba colocar un clavo con la máquina; y en realidad solo tenía que apretar, pero María no tenía tanta fuerza como para sujetar el tablón, la máquina e introducir el clavo en su sitio.
—No estoy segura de saber.
—Es fácil, cógela —dije colocando el tablón—. Tú sujeta con la izquierda y con tu rodilla para que no se mueva, y con la derecha y la máquina, te posicionas en el punto exacto y deja tu cuerpo caer.
ESTÁS LEYENDO
La chica del pueblo.
عاطفيةJoana vive en Barcelona, es muy joven como para seguir las normas que su padre le impone. Ese es el problema. Después de escaparse de casa para acudir a un festival en la ciudad condal junto a sus amigos; su padre decide que ya es suficiente, decide...