POV JOANA
Desperté por una sencilla razón: me dolía cada centímetro de mi cuerpo. Intenté moverme, pero una hilera de cuchillos se me clavó en la espalda. Era como si se me hubiera caído el Palau Sant Jordi encima. Probablemente estaba exagerando porque de ser así, yo estaría muerta; y el dolor que sentía, me hacía comprobar que estaba muy, pero que muy viva.
—Hija...
Esa era mi madre. Imaginé que mi intento de moverme había sido positivo, y resultado de ello fue que ella, lo había notado perfectamente. Por eso me estaba llamando.
Tenía que despertarme finalmente.
Abrí los ojos teniendo que cerrarlos enseguida debido a la inmensa claridad que había en aquella habitación. El olor a lavanda y no a habitación cerrada me hizo fruncir el ceño, ¿dónde carajo estaba? Volví a intentarlo y así sucesivamente hasta que la luz me dejó ver bien y no borrones a mi alrededor.
Sentada a mi lado, acariciando la frente y agarrándome una de mis manos, estaba mi madre, mirándome preocupada.
—Mamá...
—Hola, ¿cómo te encuentras?
—Com si m'hagués caigut dels castellers.
—Et fa mal?
—Una mica —contesté gratamente sorprendida de que se acordara de hablar catalán—. ¿Dónde estoy?
—En mi casa.
Esa era María.
Apareció en mi campo visual en cuanto abrió la boca, a los pies de la cama, imaginé que la suya; de brazos cruzados y con el mismo rostro que mi madre, la misma preocupación.
—¿Recuerdas algo?
—Muy poco —respondí intentando moverme, misión imposible—. Lo último que recuerdo fue a Mónica irse hacia la plaza.
—¿Mónica es la chica?
María asintió ante la pregunta de mi madre. Supuse que lo que fuera que hubiese pasado, ya se lo había contado ella.
Me llevé la mano libre a la cara, notando al menos, dos gasas, una en la ceja izquierda y otra en el cachete del otro lado. Tenía que tener una pinta terrible.
—Ten, tómate esto —dijo mi madre dándome un vaso de agua y un par de pastillas—. Te van a venir bien para el dolor. —Asentí sin protestar, incorporándome un poco—. Y tengo que cambiarte las gasas.
—Eso puedo hacerlo yo, Montse, usted tiene que volver al huerto.
—¿Seguro que no es un problema para ti? —preguntó poniéndose de pie, viendo como María negaba—. No quiero cargarte con ella.
—No es ninguna carga, usted tiene que trabajar y en la tienda está mi madre. Váyase tranquila, yo me encargo, de verdad.
—Vale —susurró mi madre volviendo a mirarme—. ¿Estás bien?
—Sí, vete donde tengas que ir —respondí deseando que se largara para que fuera María quien me cuidara.
—Con lo que sea me llamáis, por favor. —Ambas asentimos justo antes de que ella se agachara para dejarme un beso en la frente—. A la hora de comer vengo a verte, ¿vale?
—Aquí estaré.
—Cuida't, filla.
Me dio otro beso que sentí debido a que yo cerré los ojos. No lo reconocería, pero tener a mi madre ahí, cuidándome, resultaba reconfortante.

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La chica del pueblo.
RomansaJoana vive en Barcelona, es muy joven como para seguir las normas que su padre le impone. Ese es el problema. Después de escaparse de casa para acudir a un festival en la ciudad condal junto a sus amigos; su padre decide que ya es suficiente, decide...