IX

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Agradecía que mi madre me había cedido una televisión; desconocía de dónde la había sacado, pero me estaba salvando de mirar a todas horas el techo. Me estaba agobiando solo de mirar un punto fijo; al menos así, tenía entretenimiento.

Ese sábado me había visto dos películas y me había enganchado con un reality show que, en Barcelona, habría sido impensable.

Siempre había renegado de esos programas que no hacían más que envenenar a la gente; pero claro, teniendo en cuenta que todo a mi alrededor era veneno, un poco más, me daría igual.

Procedía a retomar mi interés en el programa tras una pausa para anuncios, cuando el sonido de la puerta me llegó. Pregunté quién era, escuchando la voz de María, la dejé pasar enseguida.

—Hola.

La miré en cuanto entró; con un vestido de esos tan bonitos, que la quedaban tan bien; esa vez, a rayas. La misma chaqueta vaquera que el primer día que la vi y unas sandalias que dejaban a la luz sus uñas, se las había pintado nuevamente.

—Hola —contesté incorporándome.

—Vaya plan de sábado tienes, ¿no? —Me encogí de hombros dejando que se sentara—. ¿Qué estás viendo?

—El cinco.

—No te pega mucho ver esos programas.

—Y no los veo, pero no tengo nada mejor que hacer.

—Ya sí, por eso he venido —dijo apagándome la televisión—. Arreglate que te vienes conmigo.

—¿A dónde?

—Es sábado, todos te están esperando.

—¿Al bar? —Ella asintió—. Una merda.

—Oye no me hables en catalán que no estamos en igualdad de condiciones.

—Una mierda, María —repetí—. Yo no voy a ir a ningún sitio.

—Claro que sí, de aquí no me voy a mover hasta que no vengas.

—Pues túmbate, estás en tu casa.

—Venga, Joana, vente.

—Que no.

—¿Por qué no?

—¿Para qué? ¿Para qué me miren con asco? Paso.

—Que no, te lo prometo. Hemos hablado todos y no va a pasar eso. Y si de verdad te sientes mal porque alguno te mira como no debe, me vengo a casa contigo y vemos el reality.

La miré cuando ella también lo hacía, fijamente, con una sonrisa preciosa en la cara y pacientemente.

—¿Por qué tienes tanto interés en que salga?

—Porque no quiero que te quedes aquí encerrada. —Seguí mirándola inquisitivamente—. Y porque tu madre me lo ha pedido...

—¡MAMÁ! ¡DÉJAME EN PAU!

—¡ES POR TU BIEN!

—Olvida a mi madre, ¿sí? Tú vete y pásatelo bien.

—Sea por tu madre, por ti o por mí, no me voy a mover de aquí hasta que vengas conmigo.

¿Tenía opción? No. Tampoco la iba a tener esperando toda la noche.

Me levanté de la cama a regañadientes; abriendo el armario y sacando la ropa que me pondría. No, no tenía ninguna gana y tenía muy claro que a la mínima, me vendría a casa.

Una camisa y un pantalón; me duché corriendo sin lavarme el pelo y, tras calzarme unas deportivas más o menos limpias, acabé en menos tiempo del que esperaba.

La chica del pueblo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora