Abrí los ojos con calma, aunque había muy poca luz todavía para que me molestara en los ojos. Frente a mí estaba María, dándome la espalda y dejándome oler su preciosa melena pelirroja, que caía por casi toda la almohada. Pegada a mí, ambas tapadas con una sábana tan pulcra como toda su habitación. Mi mano, situada sobre su cintura, llevaba allí prácticamente toda la noche; y eso que me dormí enseguida.
Respiraba más densa de lo que habituaba, eso solo significaba que María, seguía dormida. Quizás por eso, deslicé mi mano desde su cintura hasta su abdomen; acercándome con cuidado y sin que me notara a ella, todo lo que pude, oliendo todavía más ese pelirrojo que tanto me gustaba admirar.
Pero es que entonces, ella me agarró la mano llevándola hacia su pecho, enterrándome medio brazo sobre los suyos. ¿Se pensaba que era Pablo? Solo deseaba que no fuera así.
Cerré los ojos justo antes de escuchar unos nudillos impactar contra la puerta de manera muy leve. Noté a María girarse, no estaba dormida y yo estaba tremendamente equivocada. Y justo cuando la puerta se abría, apartó mi mano de su cuerpo y se sentó en la cama.
—Voy a la tienda, hija —susurró la madre de María—. A las dos necesito que te quedes.
—Estaré allí, no te preocupes.
—Vale. ¿La llevarás a su casa?
—Sí. En cuanto se levante, que desayune algo y me la llevo.
—Vale. Si necesitas algo, dímelo.
—Descuida. Que vaya bien el día, mamá.
Tener a María de enfermera y exclusivamente para mí se acababa ese día, volver al infierno de vivir con Jesús, volvía esa misma mañana.
Toda mi suerte se terminaba finalmente.
En cuanto la puerta sonó cerrándose de nuevo, María se tumbó agarrándome el brazo, colocándolo por su espalda. Estaba claro que no lo hacía pensando que era Pablo, esa duda se disipó enseguida.
Me moví ligeramente tumbándome boca arriba, tenía el brazo ligeramente entumecido. Lo único que conseguí fue que ella se acercara, pasando su brazo por mi cintura; porque incluso, sentí un beso en la mejilla. Apartó el pelo de mi rostro, pero siguió acariciándome la mejilla con sus dedos, de una manera tan delicada que me estaba pidiendo a gritos abrir los ojos y comérmela a besos.
Pero no podía hacer eso.
Hasta que su teléfono sonó, sobresaltándonos a las dos. Sentí medio cuerpo suyo sobre el mío, tratando de alcanzar el fijo que estaba en la mesilla que había al lado de mi cabeza.
—Montse, buenos días —susurró intentando no despertarme—. Sigue dormida.
—No estoy dormida —dije finalmente al saber que era mi madre—. Dile que me ha despertado.
—No, está despierta —escuché a María reírse—. Dice que cómo te encuentras.
—Dile que, hasta su llamada, bien.
—Ya la ha oído. Vale. Sí, en cuanto desayune vamos a su casa, no se preocupe. De acuerdo. Vale.
—Mare, no siguis pesada.
Protesté moviéndome, abrazando a María todo lo que pude, provocando que se tumbara boca arriba mientras yo dejaba mi cabeza contra su cuello.
—Vale, calcule una hora, quizás algo menos. De nada, Montse. Hasta luego —dijo colgando definitivamente—. ¿Cómo has dormido?
—Bien, muy bien. No me he enterado de nada.
—Ya veo, porque te ha dado fiebre dos veces.
—¿Has estado pendiente de mí?
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La chica del pueblo.
RomanceJoana vive en Barcelona, es muy joven como para seguir las normas que su padre le impone. Ese es el problema. Después de escaparse de casa para acudir a un festival en la ciudad condal junto a sus amigos; su padre decide que ya es suficiente, decide...