Era el día.
Estaba nerviosa, muy nerviosa. Y me sentía completamente estúpida porque me comportaba como si nunca hubiera visto a Natalia y, probablemente, era con la persona que más había compartido en toda mi vida.
Me daba igual absolutamente todo, incluso lo que pensase Jesús de esa visita. De lo único que me preocupaba era de que Natalia llegara bien, que se sintiera a gusto y, lo más importante, que me hubiera echado de menos. Tal y como yo lo hacía.
No llegaría hasta entrada la tarde, y yo tenía por delante todo el día. Cuando me levanté, sobre las dos de la tarde; comí a modo de desayuno. Mi madre y su novio no llegarían hasta las tres; pero para entonces, yo ya me habría vuelto a la cama esperando a que las horas pasaran.
Sin embargo, ese día no todo iba a ser coser y cantar, como todo en ese pueblo. Serían las tres y media, ellos acababan de comer, se tumbarían un rato y volverían al trabajo; pero mi madre llamó a la puerta. Y lo supe en cuanto asomó la cabeza para ver que era ella.
—¿Qué?
—¿Te quieres venir conmigo? Hemos catalogado las cajas para llevarlas a la tienda.
La miré elevando mis manos, era sinónimo de que me importaba una mierda lo que iban a hacer.
—La recepción la hace María.
El pelirrojo de su pelo, sus pecas alrededor de sus mejillas y esa mirada tan hipnotizante; se aparecieron por mi mente.
Miré el reloj de mi móvil, quedaban unas horas por delante hasta que Natalia llegara; si me quedaba en esa cama, se me iba a hacer eterno. Pero si iba con mi madre, no solo conseguiría que se me pasara todo más rápido; sino que estaría con la mujer más bonita que había en toda esa provincia.
Me levanté de la cama, pidiéndole a mi madre que me esperara cinco minutos, lo que tardaba en darme una ducha y dejar que el pelo se secara al aire libre; total, hacía calor, estábamos en verano. Unos minutos más de los que había calculado, en los que la cama ya estaba hecha después de muchos días y la ventana abierta, probablemente esa noche oliera a mierda de vaca. Sin embargo, teniendo en cuenta lo que Natalia y yo íbamos a hacer en cuanto llegara, el olor en ese pueblo me daba exactamente igual.
La furgoneta que tenían para los trabajos del campo, estaba aparcada en la puerta; en cuyo interior, al menos, unas veinte cajas guardadas y almacenadas.
—¿Todo eso es para la tienda?
—Sí. Es lo que nos piden semanalmente.
—¿Y cuánto ganáis solo con eso?
—Unos trescientos euros, más o menos.
Era un pastón, o al menos bajo mi punto de vista. Desconocía cuánto se gastaban ellos en el mantenimiento del huerto, pero supuse que también era mucho dinero; probablemente más que de lo que me imaginaba. De la misma forma que, aunque no tenía la menor idea de cuánto, la única tienda de todo el pueblo, ganaba lo suficiente como para poder vivir de eso.
Tardamos más en arrancar y aparcar el coche, que en llegar. María ya estaba esperando en la puerta, imaginé que esa cita era semanal y nadie faltaba. Con un delantal negro, que delineaba su figura como no lo había hecho el vestido anteriormente; apoyada en la pared, en cuanto nos vio, una sonrisa iluminó todo su rostro de una manera maravillosa.
Todo lo vi a través del retrovisor, mientras mi madre no apartaba la vista de mí. Sonrió y me indicó que podía salir del coche para ayudarles.
—Qué bien acompañada viene hoy.
—¿A qué sí?
Mejor que el idiota de Jesús desde luego que lo era.
—¿Te parece si ella te ayuda dentro y yo voy descargando?
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La chica del pueblo.
Roman d'amourJoana vive en Barcelona, es muy joven como para seguir las normas que su padre le impone. Ese es el problema. Después de escaparse de casa para acudir a un festival en la ciudad condal junto a sus amigos; su padre decide que ya es suficiente, decide...