Abrí los ojos sintiendo que era demasiado tarde, pero era lo bueno de estar allí, desterrada, que no tenía que madrugar para ir a ningún lado. No echaba nada de menos madrugar para ir al instituto, ni siquiera echaba en falta hacer algo productivo. Evidentemente sabía que tarde o temprano, tenía que hacer algo con mi vida, pero no me corría prisa.
Mucho menos cuando mis días venían acompañados por María.
Me levanté de la cama, fui al baño para lavarme la cama y como no escuché nada en toda la casa, imaginando que estarían trabajando; bajé a la cocina para comer algo. Solo entonces me di cuenta que era cerca de la una de la tarde.
Vi un tuper con macarrones que no dudé en coger, servirme unos pocos y calentármelos. Feliz desayuno para mí.
Vivir con mi madre me había dado una libertad que en Barcelona con el tonto de Jordi no podía. Por el momento, debía reconocer, que sin tantas exigencias me iba muchísimo mejor.
Si ignoraba al soplapollas de Jesús, claro.
Fue acabándome el plato de macarrones, justo cuando iba a limpiarlo, cuando vi a mi madre aparecer por la calle, a través de la ventana. Solo tuve que esperar unos segundos para que entrara en la casa, dejara colgado el sombrero en un perchero que tenían clavado a la pared en la derecha y que me encontrara en la cocina.
—Buenos días, hija, ¿te levantas ahora?
—Lo que he tardado en comer algo. ¿Ya habéis acabado?
—No —contestó dejando una bolsa con algunas verduras en su interior—. Hoy nos vamos a retrasar más porque Pablo ha tenido que ir a la tienda.
—¿Y eso?
—María está mala, ha pasado muy mala noche.
—¿En serio? —. Mi madre asintió—. Pero, ¿qué tiene?
—No lo sé, según me ha dicho Pablo, tiene fiebre y está en la cama.
Me quedé inmóvil, observando como seleccionaba las verduras y las separaba para meterlas después en las pequeñas cajas que guardaban debajo del mueble. Tras esa tarea, me repitió que se iría y que tardarían en volver a casa.
No tuve ningún problema en ello, al final, se suponía que yo tenía planes... Ir a casa de María para seguir arreglándola como habíamos acordado, pero si ella estaba enferma, no supe hasta qué punto podía ir yo sola.
Por esa razón, en cuanto me cambié, no fui hacia su vieja y ruinosa casa; sino hacia la suya, donde vivía en ese momento con sus padres.
Toqué tres veces a la puerta, pero nadie me abrió; así que me asomé a la tienda en cuyo interior había dos personas comprando y la que sería, la madre de María. Enseguida me miraron, supuse que en mi cara tenía anotado que era la hija de Montse y por consiguiente, una completa y absoluta desviada mental.
Pese a eso, seguí en mi misión de llegar de una pieza hacia mi apreciada pelirroja.
—Hola... Venía a ver a María.
—Hola, Joana —contestó su madre, la hermana de Jesús—. Está en la habitación.
—¿Y puedo subir?
Me miró por un instante, pensando y fijamente. Imaginé que aquella mujer había hablado largo y tendido con mi madre, con su hermano y con su hija. Solo deseaba que la opinión de las dos mujeres pesara más en ella que la de su familiar.
—Claro.
—Muchas gracias.
Di gracias a la profunda amabilidad y cariño que la gente de aquel pueblo le tenía a mi madre.

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La chica del pueblo.
RomansJoana vive en Barcelona, es muy joven como para seguir las normas que su padre le impone. Ese es el problema. Después de escaparse de casa para acudir a un festival en la ciudad condal junto a sus amigos; su padre decide que ya es suficiente, decide...