XXII

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—Madre mía lo que te echaba de menos —dijo Natalia agarrándome por el cuello, impidiendo que siguiera bajando.

—¿Cómo está todo por allí? —pregunté tumbándome a su lado.

—Igual, la verdad. Hace un par de semanas estuvimos en el festival de Llobregat.

—Imagino que fue una pasada, ¿no?

—Increíble. Ignacio ligó, con eso te lo digo todo. —Las dos nos reímos porque Ignacio, un amigo en común, era prácticamente imposible que ligara; nunca se atrevía por más que había tenido a huevo infinitas oportunidades—. La música no fue para tanto, pero el ambiente fue increíble.

—¿Mejor que el de la playa?

—Sí, te diría que sí, pero porque la gente estaba como fuera de sí; fue impresionante. Aunque me faltaste tú.

Sonreí con cierta nostalgia rememorando las veces que nos lo habíamos pasado bien; la cantidad de festivales a los que había acudido me parecían pocos, siempre eran pocos festivales sabiendo que se podía ir a muchos más.

—¿Tú qué tal por aquí? ¿Jesús?

—Las cosas están tranquilas, más o menos. No tener a nadie con quién liarme, facilita mucho las cosas, la verdad.

—¿No te has liado con nadie?

—Con una de un pueblo de al lado, pero vamos, que su hermano me dio de hostias por lo mismo de siempre. Fue una movida qué flipas.

—¿Qué te hizo?

—Me dejó hecha un cuadro.  Fue una noche y ya está, no le doy ni importancia. Ni tengo el teléfono de la chica ni necesidad de volver a verla.

—Pero, ¿te pegó por liarte con ella o cómo?

—Imagino que sí. Me dijeron que nuestro pueblo no se diferencia mucho del suyo, así que si aquí me etiquetaron como la desviada, allí no iba a ser menos.

—Todo se te jode, ¿eh?

—Ya te digo. —Sonreí acariciando su brazo—. ¿Y tú qué?

—Tres —contestó mirándome sabiendo a lo que me refería—. Y ninguna como tú, eso también tienes que saberlo.

—No hace falta que me lo digas —dije apoyando mi cabeza en mi mano para mirarla desde arriba—. ¿Hasta dónde llegaste?

—Con dos no pasó más allá de un par de morreos y ya, en la discoteca. Y con una sí que follé; me dijo que tenía la casa sola, así que fuimos. Fue un poco incómodo, pero no estuvo mal.

—¿Incómodo por qué?

—Me hacía unas cosas muy raras, no sé. Creo que estoy tan acostumbrada a ti, que si me tiro a otra y no eres tú, me parece raro.

—¿No te gustaron?

—Sí, o al menos me corrí. Pero te eché de menos, eso es todo lo que puedo decir.

—¿Cuánto te corriste? —pregunté llevando mi mano hacia su vientre.

—No tanto como contigo.

—¿No? —Ambas sonreímos sabiendo por dónde quería llevar todo eso—. ¿Entonces sigo siendo la única con la que te has corrido tanto?

—Sabes que sí —dijo tumbándose sobre mí—. No seas así de tonta, porque sabes que eres la única en muchas cosas.

—Bueno, pero no está mal que me lo repitas.

—¿Lo echas de menos?

—No te imaginas cuánto.

Era verdad; había pasado tanto tiempo sin ella que me di cuenta de cuanto echaba de menos acostarme con ella, aunque también estar con Natalia en general.

La chica del pueblo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora