XVI

2K 151 26
                                        

El ambiente en mi casa no había vuelto a ser el mismo desde aquella discusión. Es cierto que mi madre y Jesús habían hablado los dos tranquilamente, sin mí y sin María. Imaginé que se habían perdonado mutuamente porque no habían vuelto a escucharse gritos; y muchísimo menos amenazas de dejar esa relación, que tan poco entendía yo.

Aun así, quería hablar con mi madre. No entendía por qué estaba con él, porque no nos íbamos las dos de allí o, sencillamente, porque no podía hablar con mi padre para volver a Barcelona. El problema ya no era si era rebelde o si había cambiado; vivía con un tipo que me odiaba, mi padre ni siquiera debía pensárselo.

Eran las seis de la tarde cuando escuché el grifo de la ducha; ellos estaban de vuelta del huerto, y Jesús era el que se estaba duchando. Por eso salí de mi habitación, directa a la planta de abajo tras comprobar que mi madre no estaba en la habitación.

La encontré en el jardín de la parte de atrás de la casa; de rodillas, cuidando las plantas que allí tenía. Otra cosa no, pero ver a mi madre tan entregada a esa actividad que tan feliz le hacía, era lo que más me gustaba ver.

—Hola.

—Hija, hija —contestó levantándose el sombrero para mirarme.

—¿Tienes un minuto? Me gustaría hablar contigo.

—Claro —dijo poniéndose de pie—. Dime.

—Es... Sobre lo que pasó el otro día. —Ella asintió colocando su mano en mi hombro, andando hacia la parte delantera de la casa—. ¿Estáis bien?

—¿Jesús y yo? Sí. Es complicado, muy difícil; pero él no puede prohibirme estar aquí, y a ti tampoco.

—Es su casa.

—Sí, pero si te echa a ti me voy contigo; y él no quiere eso.

—¿Y tú por qué sí?

—Sé que es complicado de entender, hija; pero le quiero. —Entonces me miró con una tímida sonrisa—. Llevo con él cinco años, y te aseguro que han sido los mejores años de mi vida. Cuando le conocí me dio una chispa que no tenía, ni siquiera me sentía mujer; y él consiguió cambiar todo eso.

—Esa parte la entiendo, pero...

—Es la primera vez que hemos discutido tanto.

—O sea que es por mi culpa.

—No, no es tu culpa. Es la suya.

—Ya, pero, mamá...

—Tendrá que vivir con ello; como vivió con lo de su hijo, no puede estar siempre en contra de todo el mundo porque a él le parezca mal.

Mi madre hablaba de una manera tan serena que me llamaba la atención; sobre todo porque el tema, no era nada fácil para ella. Se encontraba en medio de los dos y lo único que había hecho era avivar aún más el fuego defendiéndome a mí.

Pero mantenía la calma.

Cuantísimo la había echado de menos.

—¿Puedo preguntarte otra cosa?

—Lo que quieras.

Me senté en las escaleras del porche, provocando que ella hiciera lo mismo; acariciándome la espalda con la misma tranquilidad que ella mostraba.

En mi caso, tomé aire y pronuncié la pregunta a la que más miedo le tenía.

—El meu pare m'odia?

Me miró sin sorprenderse lo más mínimo de la pregunta.

—No, filla.

—¿Y per què estic aquí?

La chica del pueblo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora