Park había perdido la esperanza en sus relaciones anteriores, hasta que sin saber cómo había caído flechado por una chica.
El único problema era que ella apenas era una niña de diecisiete y él un tipo de veinticinco.
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Un departamento fue desocupado, su dueño salió a la par que abría su sombrilla y se colocaba debajo de ella para evitar ser alcanzado por las gotas de lluvia que caían ese día.
Un sábado de octubre bastante lluvioso.
Le tocó brincar un charco de agua a la entrada del edificio donde vivía para poder caminar por la humedad acera.
Sus pasos eran lentos a pesar de tener una cita familiar en una cafetería popular cerca de su departamento, caminando alrededor de quince minutos antes de empujar con fuerza la puerta de vidrio para entrar.
Seco bien sus zapatos y situó su sombrilla en un casillero pequeño. Anotó su nombre para poder ser guiado a su reservación, lo dirigieron a una mesa ya ocupada por dos personas. Su familia.
Saludó con una sonrisa a estás antes de sentarse en una silla libre.
—Que gusto verte, hijo.
Hace unos buenos meses que no veía a su madre gracias a los últimos proyectos y a su nuevo trabajo.
Ordenó un café y se dispuso a disfrutar la campaña de su madre y su hermano.
—Los extrañé mucho a ustedes también.
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Tiempo después agradeció y tomó su sombrilla listo para salir de nuevo a la lluvia.
La charla familiar había resultado bastante agradable y satisfactoria con los panecillos que habían consumido en el local.
Definitivamente tenía bien merecida su reputación aquella tienda.
Volvió a agradecer al ver qué un empleado le abría la puerta.
Abrió su sombrilla y salió del local pisando con cuidado de no toparse con un charco o resbalarse.
Varias personas pasaban esa tarde para ser muy lluviosa.
Empezó a caminar siendo cuidadoso de despedirse nuevamente de su familia por aquel cristal que los separaba.
Cambio de último minuto su ruta, iría a visitar a unas viejas personas, pero no podía llegar con las manos vacías, así que paso a una tienda de regalos a comprar unos pequeños presentes.
