11. La decisión.

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Los ojos del corazón.

Capítulo 11.

—Jazmín Tanner—

—Seis meses después—

La vida puede presentarse en tantas facetas y colores, que llegará ese momento donde debes elegir si tu felicidad o tu autodestrucción. Estos meses han pasado tan rápido como una estrella fugaz que solo alcanzamos a ver por milésimas de segundos, han pasado cosas que me han hecho valorar hasta lo más insignificante que me puede brindar el mundo.

Adrián se ha convertido en un chico muy especial para mí, viene a menudo y pasamos tiempo juntos, así no estoy tan sola. Javier, Cinthya y Endry vienen muy poco porque están en exámenes y deben estudiar, los he escuchado quejarse y no saben lo que yo daría por estar en su lugar. Miguel y Estela vienen cada vez que pueden y es agradable pasar horas riendo con ellos por la pendejada más mínima que digan.

Pablo y Nora pasan lo suficientemente juntos para hacernos pensar a todos que pasa algo más que «una amistad». Con Jacob supongo que todo va bien, salimos cada vez que él tiene tiempo, todavía recuerdo aquella vez cuando me quedé en casa de sus papás y nos acostamos tarde hablando de cualquier tema que surgiera.

Su querida y antipática esposa Rina no le cae en gracia que seamos amigos, y gracias a su inseguridad puso en mi contra a los papás de Jacob diciéndoles una sarta de mentiras, me detestan. ¡Jacob tendrá una niña! Me enteré hace unos meses cuando él me lo contó en una de nuestras tantas pláticas, estaba tan feliz ese día.

Han sido seis meses bastante… ¿Explosivos? Las discusiones con mi padre aumentaron hasta el punto que nos terminamos gritando palabras ofensivas que nos golpearon duro a los dos. Después de eso entendí que lo estaba juzgando sin detenerme a pensar el daño que le hacían mis desprecios y mis palabras hirientes. Decidí cambiar, como le prometí a mamá.

—¡Jazmín, mueve tus tapas de limón! —el grito de Jacob me hace reaccionar y tomo mi bolso de donde lo había dejado. Iremos al hospital porque hace unos meses me he sentido mal, a pesar de tomar mis medicamentos como se debe. Me negué a que Jacob nos acompañara, pero papá lo defendió diciendo, «hija, no seas grosera», y con eso que son tan amigos no pude seguir negándome.

—¡Ya voy! —le devuelvo el grito saliendo de la habitación.

—Por Dios, hija, demoras horas arreglándote.

—Soy mujer, papá.

(….)

—Sube al peso, Jazmín —dice el doctor. Ya hemos llegado al hospital y siempre que vengo lo primero que hacen es pesarme. Con su ayuda me subo hasta el peso y empieza a darme sermones porque he bajado varios kilos y eso no puede estar pasando. Regreso a mi silla y me acomodo esperando para irme.

—¿Doctor, cómo se encuentra mi hija? —Inquiere papá en un tono preocupante.

—Estoy bien, papá, no te preocu…

—No estás bien, Jazmín —me interrumpe el doctor—. Tus medicamentos no están cumpliendo las funciones que deben, has dicho que te ha dado fiebre, fatiga y la pérdida de peso ha sido demasiado drástica. No puedes seguir negándote al tratamiento, la LLC puede correr lenta, pero llega el momento donde necesitarás ayuda. Si no recibes el tratamiento adecuado ahora posiblemente con el tiempo tendremos que hacerte un trasplante de células madres, y eso no sería bueno.

Sabía que este momento algún día llegaría, y por mucho tiempo pensé en mi respuesta, yo no quiero vivir dependiendo de unas quimioterapias o transfusiones de sangre, eso no está en mis planes. Estoy arriesgando mucho, y pueden estar pensando que soy una estúpida que no sabe lo que quiere, pero nadie que no haya vivido esto puede señalarme porque es doloroso saber que un día terminarás sin tu cabello o con la piel tan pegada a tus huesos por la pérdida de peso.

Me levanto y sé que cada uno de ellos me mira porque puedo sentirlo. El ambiente es tenso y es tan clara la preocupación de papá que estoy segura de que mi respuesta le romperá el alma, pero esta es mi decisión y no cambiará. 

Lo siento, papá, puedo sentir tu preocupación, pero no es lo que deseo para mí.

—Seguiré tomando los medicamentos como hasta hora, pero no me voy a someter a un tratamiento.

—Hija… —papá me suplica en un hilo de voz.

—¿Eres consiente que con tu decisión te llevarás a la muerte tú misma? Esto no es un juego, Jazmín.

—Y lo sé, doctor, pero ni usted ni nadie me hará cambiar de parecer —dejo mi vista fija donde sé que están—. Todos aquí saben que mi enfermedad tarde o temprano acabará conmigo, y lo acepto, pero solo quiero ser feliz por el tiempo que sea necesario, no me pidan que haga algo que no funcionará.

—Señores, aquí no puedo hacer nada, Jazmín ha tomado su decisión y no puedo hacer que cambie —comenta el doctor.

Se forma un silencio abrumador durante varios minutos hasta que salgo del consultorio. Tengo claro lo que quiero y es ser feliz con o sin mi familia, tengo derecho a enamorarme, a ser libre y a crecer, que cuando ya no esté podré decir que fui feliz. Le pido ayuda a una de las enfermeras para que me lleve al parqueadero, lo hace sin protestar y cuando se aleja me pego contra un auto dejando salir una bocanada de aire. «Hice lo correcto».

—¿Estás así por tu papá? —me doy cuenta de que Jacob está cerca cuando toma mis manos—. Fue la mejor decisión, ¿vale?

—Papá guardaba las esperanzas de que accediera a tomar el tratamiento —rozo su mano con mis nudillos—. ¿Crees que me perdone?

—Tu papá te ama, Jazmín.

Levanto una de mis manos hasta encontrar su rostro, está frío. Llevo mi otra mano hasta atrapar sus mejillas, con mi pulgar, acaricio sus labios y me acerco hasta presionar nuestros labios, empiezo por mover mis labios sobre los suyos y segundos después él lo hace también.

Es un beso bastante cálido, como las pocas veces que nos hemos besado. Sus manos acarician mis brazos formando ciertas cosquillas en mi cuerpo, doy un paso atrás cuando me presiona contra su cuerpo y sus dientes atrapan mi labio, logrando un gemido de mi parte. Nos apartamos y sonrío porque ya extrañaba esto, extrañaba sus besos.

—Jacob.

—¿Si?

—Quiero estar contigo.

—Jaz, no podemos hacer eso.

—¿Recuerdas que una vez me dijiste que cuando dos personas se besan o tienen sexo se desean? Pues tú me deseas ahora, puedo sentirlo.

—Jaz, yo no podría hacerte eso por más deseo que tenga.

—¿Apostamos que sí? —me cruzo de brazos—. Llévame donde estemos los dos y verás que sí me vas a querer hacer de todo.

Escucho una risita divertida.

—Te acaban de decir que puedes morir y tú pensando que puedes seducirme —dice divertido—. Pero acepto, mañana te recojo y vemos qué tal nos va.

No alcanzo responder cuando se escucha la voz de papá.

—Podemos irnos ya —su tono es duro y demandante. Papá tiene que entender y aceptar mi decisión porque no voy a cambiar.

Esto no va a ser fácil, pero no voy a dar marcha atrás, no después que pienso cambiar parte de mi vida para cumplir mis sueños porque realmente valen la pena.

Los ojos del corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora