Capítulo 56

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—De nuevo tu padre. Creo que tiene que estar desesperado. —David le sonrío dándole ánimos—. Oye, mira lo que ocurrió con tu padre de otra forma y no le guardes rencor por eso. Se supone que tu madre y él se habían dado un descanso, pequeña. Y aún así estoy seguro de que no llegó a más con esa mujer y de que lo de esta mujer que lo llamó dulzura tendrá alguna explicación lógica.

Verónica quería creerlo, pero una parte de ella se preparaba para lo peor. Si su padre había engañado a su madre su corazón iba a partírsele en mil pedazos.

—Si yo fuese mi madre y me diese un tiempo con mi pareja, odiaría que él...

—No pienses en eso —la cortó David autoritario.

Tanto que ella abrió un poco más los ojos.

—¿No ves eso como algo posible?

Él soltó una carcajada, jactancioso, pero sus ojos contaban otra historia. Había vulnerabilidad e incertidumbre en ellos. Simplemente al imaginarse tomarse un tiempo por voluntad propia separado de Verónica se sintió como un imbécil. Y mucho más después de lo poco que podía verla en comparación con todo lo que le gustaría.

—¿Darnos un tiempo? Claro que no —contestó con seguridad.

Verónica sintió como su corazón se llenaba de ternura, pero lo hizo aún más cuando él siguió hablando.

—¿Y dejar que otro imbécil se enamore de ti y se de cuenta de lo feliz que sería su vida contigo? No gracias.

Ella rio acercándose a él y lanzándose a sus brazos y él la recibió levantándose y dándole una vuelta en el aire.

—Creo que es más lógico que yo tenga ese miedo a que lo tengas tú.

David le agarró la nariz con la mano libre y depositó un beso en ella.

—Dejémoslo en que es mutuo, pero eso no va a pasar —la calmó él.

El chico también se preguntaba a veces qué sería de su vida sin Verónica, y la respuesta le dolía tanto que prefería no pensar en ello. Ella era la parte más bonita de toda su existencia, y si tuviese mil vidas, la elegiría en todas ellas.

—No, no pienso dejarte ni respirar ojos grises —bromeó ella.

Ambos volvieron a reír y se sintieron sumamente unidos, como si todo lo que estuviese pasando los uniese más y más.

—Gracias por lo que has hecho por mi, aunque aún tenga ganas de matarte por cometer esa locura —le susurró él hablándole en los labios.

Estaba irremediablemente enfadado con ella. Lo que había hecho era una auténtica locura y David seguía en su cabeza con que iba a haber repercusiones. No obstante, él quería creer que podría solventarlas todas.

Entre bromas y caricias, salieron del hotel y realizaron el camino en coche. David le contó cómo se había hecho las heridas más detalladamente y el caos en el que estaba sumido su vida en esos momentos. No obstante, también dejó de lado toda la negatividad y el miedo y dijo que veía más cerca el final y aquello fue como una bocanada de aire fresco en pleno verano para ellos dos. Curioso que en aquel momento estuviese cayendo una buena llovizna. Verónica cogió aire cuando David aparcó, preparándose para lo que se le venía encima. Por su parte, David hizo lo de siempre y se aseguró de que no hubiese nadie mirándolos. Luego, a sabiendas de que debería de quedarse con ella para contarle todo a Pedro, le dio a Verónica la oportunidad de creer que ella elegía lo que ocurría.

—¿Preparada? —le preguntó David, y ella negó de inmediato—. ¿Quieres que me quede?

—Por favor —casi le suplicó.

CIUDAD DE FUEGO© (3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora