Capítulo 16.1

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De pronto, sintió como unas fuertes manos lo agarraban en peso y lo levantaban. David se giró como si estuviese fuera de si hacia Juampe, otro de los hombres de confianza de Maek y otro de los cuatro que le pegaron en aquella nave. Había llegado cuando Abel estaba comenzando a reaccionar ante lo que veía. Sean no tardó en levantarse, pero en lugar de devolverle los puñetazos, se desestabilizó y cayó al suelo. Abel corrió a socorrerlo y lo sostuvo cuando volvió a incorporarlo. Furioso, Sean se deshizo de las manos de Abel. Juampe, que acababa de llegar, aún agarraba a David y parecía desconcertado. En absoluto era normal que el chico se rebelase contra ninguno de ellos.

—¿Qué le has dicho? —preguntó Juampe a Sean con voz acusatoria.

Sean estaba demasiado mareado para contestar, así que fue Abel quien lo hizo.

—Sean lo ha acusado de matar a Maek, y creo que ha quedado claro que no lo ha hecho.

David se revolvió en los brazos de Juampe y logró soltarse tras un simple intento. Con cara de odio se acercó a Sean y Abel contuvo el aliento a su lado. Indudablemente de que aquellos eran hombres peligrosos, David podía serlo aún más.

—Por tu propio bien que sea la última vez que eres capaz de acusarme de lo que acabas de hacer o te juro que aunque no haya matado a Maek te mataré a ti.

Sean observó su mirada fría y calculadora y se limitó a asentir con la cabeza, aún demasiado consternado por los golpes. Que David le golpease era lo último que esperaba. David se miró las manos. Tenía los nudillos blancos de tanto apretarlos y manchados con la sangre de Sean. Odiaba ser así. Odiaba con toda su alma la violencia y odia ser él quien la protagonizase. Si Verónica estuviese allí se escandalizaría nada más verlo con esa expresión de odio, pero era necesario. Claro que lo era. ¡Estaba en una jodida batalla de bandas y en cuanto que sospechasen de él lo matarían! ¡Y él no había ido hasta ahí para que lo matasen! ¡Ni había llegado hasta esa parte de su plan, ahora totalmente nuevo tras la muerte de Maek, para que lo matasen antes de volver a jugar sus cartas! ¡Claro que no! ¡Había llegado hasta allí para asegurarse de que Baref también acabase muerto y tener alguna posibilidad de averiguar quién era El Zorro y de llegar hasta él! ¡Y haría cualquier cosa por cumplir su plan! Esa era, al fin y al cabo, la única forma de garantizar la seguridad de los suyos y de él mismo.

—¿Quién puede asegurarme que no lo has matado tú para quedarte al mando? —le preguntó David alterando su respiración y haciéndola entrecortada, fingiendo que trataba de calmarse, cuando era el que probablemente actuaba con más sangre fría de aquel lugar.

El chico se pasó una mano por el cabello y apretó un mechón que para su gusto ya estaba demasiado largo.

—Yo no lo he hecho. —le respondió Sean volviendo a recuperar su expresión iracunda—. No te atrevas a acusarme a mi, Cobra.

David lo miró con desconfianza. Por supuesto que él no lo había hecho. Había sido él, pero nadie en esa habitación lo sabía y el chico sabía demasiado bien que tenía a muchas más personas que las que estaban en esa estancia escuchando lo que decía.

—No entiendo cómo demonios podéis estar tan tranquilos. Quizás su asesino esté entre nosotros. —comentó con hastío David dirigiendo una mirada reprobatoria a Sean y posando luego los ojos en Juampe y en Abel.

Juampe, un hombre muy fuerte y vestido con una camiseta negra, chasqueó la lengua.

—Está bien muchacho, será mejor que retomemos esta conversación mañana. —dijo con aires de calmar la situación Juampe.

David resopló aparentemente molesto y asintió con la cabeza.

—Vete a dormir a algún lado esta noche Cobra. Relájate y mañana hablaremos con más tranquilidad. —pidió Abel.

David se quedó quieto en el sitio, patidifuso. ¿Qué acababa de oír? ¿Los hombres de Maek siendo comprensivos? ¿Los hombres de Maek diciendo que iban a hablar las cosas con calma? David no pudo evitar pegar una carcajada, y en esta ocasión, no fingió hacerlo. La dio de verdad.

—¿De qué cojones hablas Abel? ¿Crees que soy un maldito nuevo? Llevo bajo las órdenes de Maek incluso más tiempo que Sean y tú juntos. ¿Desde cuándo habláis las cosas con calma? ¿Me estás echando? ¿Es eso lo que estás haciendo?

El cuarto en discordia no tardó mucho tiempo en entrar. Eme, el cuarto hombre de Maek y el último en pegarle la noche que mató a su jefe, entró en la habitación justo en ese momento y miró a David con sorpresa.

—¡Cobra! —dijo al verlo, como si realmente se alegrase de verlo, pero la mirada que David le dirigió bastó para que el hombre se arrepintiese de haber hablado.

—Aquí nadie quiere echarte, muchacho. —comentó Juampe.

Eme observaba la situación aún algo anonadado.

—Eres uno de los nuestros, Cobra. —reiteró Abel—. Por supuesto que te queremos dentro.

Mentían. Allí el concepto de lealtad no era algo que aquellos hombres respetasen. Uno de los nuestros. Esas palabras provocaron rabia en la mente de David. Todos lo observaban pero el chico tan sólo tenía ojos para Sean, quien se mostraba en un silencio tan impasible que parecía la persona más peligrosa de aquel lugar.

—Dentro ¿cómo qué exactamente?

Hola personitas preciosas!!! Os subo la siguiente parte enseguida. Gracias por leer.

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