Capítulo 11.2

588 175 22
                                    


David cogió a un borracho por el cuello de una camisa rota y sucia y lo apresó contra la pared, violento y levantando al hombre unos centímetros del suelo.

—¡Por favor Cobra, no me hagas daño! —imploró el vagabundo esforzándose por hablar.

David elevó la cabeza, molesto. Llevaba ya un tiempo caminando por esas calles y no había visto a ninguno de los suyos. Los suyos. Ni tan siquiera sabía si podía seguir llamándolos así, pero no había nadie. Ni tan siquiera en el cuartucho que compartía con Cat.

—¿Dónde coño se han ido todos?

Su voz sonó amenazadora, tanto que el vagabundo comenzó a temblar. David lo conocía. No sabía su nombre pero era una de esas personas sin hogar que siempre andaba por ese lugar bebiendo y drogándose. Una vez David tuvo que darle algún que otro puñetazo porque quiso propasarse con una de las chicas sin pagarle nada a cambio. No recordaba el nombre de la chica, ya que se la llevaron fuera de España a servir como esclava sexual en otro país. O como debería de llamarse, a ser violada una y otra vez por hombres que ni tan siquiera deberían de llamarse así. El chico cogió aire. No sabía si aquella joven seguía viva, pero aquel hombre al que ahora agarraba imponente, jamás había vuelto a molestar a ninguna mujer ni tan siquiera en ausencia de David.

—No lo sé, te lo juro.

David se le quedó mirando entrecerrando los ojos. El vagabundo temblaba tanto que le daba pena.

—Averígualo. —ordenó David soltándolo en el suelo—. Tienes cinco minutos.

El hombre abrió los ojos y David dedujo que aún no estaba tan borracho como para no entenderlo.

—Sí, sí, sí...

Siguió diciendo ese monosílabo mientras se alejaba corriendo y se perdía en la esquina de una de las calles. David cogió una bocanada de aire y lo observó alejarse cruzándose de brazos. Sintió cómo la camiseta se le levantaba un poco cuando sonó una fría ráfaga de viento. La pistola se quedó a la vista durante unos instantes. David ya se había acostumbrado a ella. Y a la lluvia. Cuando llegó a Galicia, antes de trasladarse a Neone con Maek, la lluvia fue lo que mas odió. Sin embargo los paisajes y las personas que había en esa tierra lograron calar hondo en el corazón de un niño de seis años. Recordó como un día mientras jugaba con Luce una mujer le invitó a un helado, porque sí, porque le apetecía y porque según la anciana él y su hermano eran dos niños muy guapos. David sonrió. Si se centraba en ese recuerdo aún podía saborear la vainilla con chocolate y menta, aunque su hermano acabó por comerse la menta de su helado y terminó quitándole también la suya propia. David miró las calles vacías y se preguntó qué habría sido de Martin. Hacía tiempo que ni tan siquiera pensaba en él.

Martin y él eran muy parecidos, y hasta que los separaron en diferentes hogares de acogida, su forma de comportarse también era muy similar. Además, Martin también tenía ojos grises y el cabello castaño y ensortijado, y al igual que él había heredado el lunar característico de la familia de su padre, aunque mientras David lo tenía en el cuello, Martin tenía un pequeño lunar en la mejilla izquierda. Además de eso, era un poco más alto. Al menos, la última vez que lo vio, era unos centímetros más alto.

El chico sintió como una sensación de pesar lo invadía. Ni tan siquiera había podido ir a verlo a la cárcel. Maek jamás se lo permitió ni mucho menos le dijo en qué cárcel estaba. En su momento, David hizo todo lo posible por tratar de averiguar dónde estaba su hermano, pero después de que Maek amenazase con hacerlo captar a más chicas y le pegase bastantes palizas, dejó de insistir. Sabía que su jefe jamás se lo diría. Su jefe. Su jefe muerto. Su jefe muerto que él mató.

David dejó caer la espalda en la pared más cercana. Su muerte había sido muy rápida e indolora para todo el daño que había causado en el mundo. Una noche, en un momento en el que pasó por unos minutos el remordimiento por su muerte, se preguntó si había hecho bien en matarlo así sin más, si no se merecía una muerte lenta y dolorosa. Tras muchas vueltas en la cama durante esos últimos días, pensó que la venganza no iba a devolverle nada de lo que ese hombre le había quitado. No podría crear recuerdos nuevos con las personas que aún quería aunque estuviesen muertas, como su madre o como su padre. No podría crear noches de películas en casa comiendo palomitas, ni días en el parque o viendo a su padre de nuevo dar alguna conferencia de medicina. Si David hubiese sabido que la conferencia en la que su padre habló cuando él tenía unos cinco años era su última conferencia, la habría disfrutado y no se habría comportado como un niño que quería irse a jugar fuera de aquel gran salón.

No podría crear nuevos recuerdos ni mitigar el dolor de sus ausencias, pero sí que había algo que podría haber conseguido si lo hubiese matado de otra forma. Crear más recuerdos en los que él mismo era el asesino y el culpable, recuerdos en los que él era la persona que lo hacía mal, la persona que hacía daño, la persona que hacía sangrar y gritar a los demás, y en su corta vida ya había tenido demasiado de todo eso. Maek ya había tenido demasiado poder y control sobre él, y la forma en la que lo mató, al fin y al cabo, fue una victoria de David sobre él. La ira que el hombre le provocaba, no logró vencer a David para que lo matase de otra forma.

Se incorporó de la pared y miró el cielo. Volvía a estar nublado pero había algún que otro rayo de sol que se colaba entre las nubes. Sintió el calor de la luz solar en la piel del rostro durante unos instantes y esbozó una media sonrisa. En poco tiempo anochecería.

El vagabundo no tardó en llegar corriendo hacia él, y David volvió a adquirir ese porte autoritario que caracterizaba a Cobra. Sabía que no había nadie de su banda por esa zona porque él mismo la había recorrido mientras pensaba en El Zorro. Sólo quedaban vagabundos, y David escogió a uno que sabía que jamás se volvería en su contra.

—Los demás di...cen que... han oído ru...mores. —dijo con voz cansada y entrecortada porque había ido todo el camino corriendo.

Los demás vagabundos siempre escuchaban rumores, pero, ¿cuántos de ellos eran ciertos?, se preguntó el chico. David se mantuvo serio y sin mediar palabra. El vagabundo entendió ese silencio como que quería una explicación y eso hizo.

—Dicen que están en una nave abandonada a las afueras de Neone.

David se le quedó mirando impasible haciendo como que dudaba de sus palabras aunque él mismo sabía que eran ciertas. Maek tenía una especie de base a las afueras de Neone. Una de tantas.

—Espero que tu información sea fiable. Si no lo es, créeme que volveré a por ti. —su voz sonó ruda y amenazadora.

El vagabundo tragó saliva visiblemente y agachó la cabeza. David no tenía la menor intención de volver a por él, pero era mejor que aún siguiesen temiéndolo todo lo posible si quería tener una oportunidad con los hombres de Maek.

—No me atrevería a darte información falsa, Cobra.

David elevó ambas cejas, pensando firmemente en que aquello era cierto. No se atrevería. Lanzándole una última mirada de advertencia, David se giró y comenzó a caminar hacia su moto, aparentemente despreocupado bajo un sol que ya comenzaba a ponerse.

Perdón, me he olvidado de mirar el tablero y se me ha pasado dedicarle el capítulo también a @luciabenitez1902. Así que este para ti <3 Contadme que os ha parecido. ¿Os ha gustado? La reflexión de David de este capítulo fue una de las que me gustó escribir. ¿Que os parece? Un abrazo enorme y gracias por vuestro tiempo y por leerme. ¡Sois geniales!

IG: itssarahmey

Fb: sarah mey libros




CIUDAD DE FUEGO© (3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora