Capítulo 54

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David y Verónica seguían mirándose mutuamente y disfrutando el uno del otro. Verónica se acercó un poco más a David, queriendo estar lo más cerca posible de él. El chico la apretó contra su pecho y besó sus labios con lentitud, saboreando cada segundo que pasaba con Verónica y sabiendo que en pocos minutos deberían de irse y sumirse en el caos de lo que acontecía.

—Firmaría para quedarme aquí por siempre contigo —le dijo con voz ronca y áspera.

El pectoral de David se hinchó mientras cogía aire y sus músculos se tensaron al rodear a Verónica con sus brazos. Ella estaba frente a él y sintió cómo el colocaba una rodilla encima de sus piernas. El calor volvió a recorrerla como un rayo. David ardía en todos y cada uno de los sentidos de esa palabra. Se estaba tan bien debajo de las mantas que ambos permanecieron un rato mirándose, sin ni tan siquiera hablar y besándose cada pocos segundos. Fuera, el repiquetear del agua cayendo con fuerza proporcionaba una agradable música de fondo a los dos jóvenes.

—Y yo porque seas lo primero que vea al despertarme todos los días.

David volvió a besarla, pero esta vez en la frente. Verónica volvió a estremecerse entre sus brazos cuando él entrelazó los dedos rodeándola. Luego comenzó a bajar lentamente su mano hacia el trasero de Verónica, dejándola ahí y sonriendo.

—Te tengo ganas las veinticuatro horas del día.

Volvió a hacer chocar sus labios de un modo mucho más pasional, introduciendo su lengua en la boca de ella y moviéndola con ávida experiencia. Con un suave empujón en un hombro, y depositando luego un beso en su clavícula, la hizo girarse y acabar bocarriba en el colchón. No tardó ni un segundo en colocarse encima de ella. Verónica sintió su cuerpo encima y gimió. David se activó ante ese sonido y no tardó en sentir su erección crecer entre sus piernas.

—Te queda increíble el pelo así, ojos azules. —Y pasó su labio inferior por la frente de Verónica.

El olor a melocotón de su pelo le llegó a las fosas nasales mientras sentía el aliento de ella en su cuello. Por primera vez en toda su vida deseó paralizar el tiempo y quedarse en ese pequeño escondite del mundo con ella. Nada importaba cuando estaban juntos. No había miedo ni dolor. No había otra cosa que paz.

—Creo que voy a volver a dejarme el flequillo. Lo echo de menos —comentó ella, nerviosa porque no sabía si iban a hacer el amor de nuevo.

¿Les daba tiempo? ¿Cuánto iban a tardar en volver a verse? Todo lo que iba a pasar a partir del momento en el que se separasen iba a ser malo, y ella lo sabía. Desde explicarle a su padre lo que había hecho, huir, ver la cara de su hermano al que adoraba soportar otra mudanza y otro cambio de colegio, pedirle explicaciones a su padre sobre aquella extraña mujer que lo llamó dulzura... Simplemente no quería...no podía... Era demasiado... y su tiempo con David demasiado escaso. Todo su cuerpo deseaba volver a sentir esa conexión tan íntima con el joven. Ese ardor que sus manos despertaban sobre su cuerpo. Sus manos buscando su cuerpo. ¿Qué podía ser mejor que eso? ¿Qué la persona que amaba la buscase? Que la correspondiese, que la amase y respetase. Que le diese aún más alas de las que ya tenía por ella misma.

—Hagas lo que hagas vas a seguir pareciéndome preciosa.

Su voz segura lo invadió todo. Verónica sonrió y elevó una ceja, sensual y coqueta.

—¿Haga lo que haga, señor Ferraro?

David rio y Verónica se perdió de nuevo en su sonrisa. Jamás había pensado que él iba a llegar a reírse tan rápido con alguien, o que iba a hacerlo de verdad, y allí estaba, observando a aquella joven de ojos pequeños y azules oscuros que le había robado todo el aire de los pulmones desde la primera vez que se vieron. Y sonriéndole, siendo capaz de iluminar toda la existencia de ella con esa sonrisa. ¡Qué diablos, iluminaría ciudades enteras! Así era el amor tan puro que los invadía a ambos. Sin embargo, en ese momento en un rincón de la mente del chico cada vez tomaban mas forma el señor Robert y la señora La Rua. Todas las personas que estaban en ese horrible lugar. En Maison la Noir. Todos los que habían podido ver a sus ojos azules. Todos los que se podrían haber encaprichado con ella. El miedo cada vez era más real. El momento de la separación, también.

—¿Debería de asustarme? —bromeó él tratando de alejar esos pensamientos a los que iba a tener que hacer frente.

Verónica rio con muchas ganas, sintiéndose libre como cada vez que estaba con él. Ni tan siquiera le importaba que sus padres averiguasen que se había escapado de noche y había hecho una locura que había valido la pena. Eso era lo que ella creía y lo que hacía que David viese más brillo del habitual en su mirada. Y él adoraba verla así, precisamente por eso no compartió con ella otra vez lo caóticas que creía que se iban a poner las cosas a partir de ese momento. No quería preocuparla. Él creía que ella ya sabía que lo que había hecho iba a tener consecuencias, de las que él debía de encargarse. Verónica cerró los ojos cuando David agarró su cara con sus manos y con una infinita ternura que jamás pensó que pudiese encontrarse en un hombre como él. La primera vez que lo vio pensó que era la persona más horrible que había conocido en toda su vida. Entró en aquel instituto quemándolo todo a su paso, haciéndola encapricharse con él como si fuese un amor imposible o platónico. Ahora, que se había dado cuenta de que ese chico había quedado atrás, muy atrás, casi tanto como Cobra, pero que aún así seguía manteniendo su esencia, no podía evitar mirarlo admirada. Verónica recorrió el torso desnudo de David con suavidad, y luego lo arañó ligeramente con las uñas, dibujando cada una de las curvas de sus abdominales.

—¿Qué has hecho conmigo ojos azules?

—Quererte y convertirme en tu peor pesadilla –sonrió bromeando.

Verónica sentía como había una especie de llamarada en la palma de su mano cada vez que su piel entraba en contacto con David. El chico le detuvo la mano cuando llegó a su pecho, justo en la zona donde se encontraba el corazón. Verónica lo escuchó latir e inconscientemente se relajó.

—Tú no eres mi pesadilla. Eres todo lo que nunca supe que quería y que ahora sería incapaz de dejar de querer.

El joven acarició su rostro mientras ella se quedaba sin habla. Su voz ronca y sensual retumbó en los oídos de Verónica. Lo que sentía en el pecho era algo tan inmenso que asustaba.

—Me da miedo que todo esto se vuelva una pesadilla de la que no sepamos salir –se sinceró ella, cada vez más consciente de lo que había hecho, pero... seguía pensando que no tenía otra opción para evitar que él entrase en aquel lugar.

Verónica sabía que aquello era inevitable. Incluso si hubiese sido David quien entrase en vez de ella, y los dos sabían que él iba a cumplir su palabra. El chico la miró con ternura a través de sus bonitas pestañas. Lo que realmente aliviaba a Verónica era saber que Rose estaba bien y que David podía tener la conciencia tranquila al menos en ese sentido.

—Te dije que iba a quemar todos tus miedos, mi amore. Quememos también nuestras pesadillas.

Nuestras. Verónica se enterneció y David fue capaz de verlo en su mirada. Lo que ninguno de los sabía era que tan solo hacía falta una diminuta chispa para prenderlo todo en llamas, y con lo que Verónica había hecho esa noche, todo iba a comenzar a arder a pasos agigantados. En la ciudad de fuego basta la más mínima chispa para que todo prenda y queme casi tan fuerte como el más abismal de los miedos.

Holaaaaaaa, ¿como estáis? ¿os ha gustado? Este es uno de mis capítulos favoritos <3 Contadme, ¿Qué creeis que va a pasar? Un abrazo grande y gracias por leerme.

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