Capítulo 53

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En una calle lejana una chica caminaba deprisa. No había podido dormir y había ido a dar un paseo en plena noche. En teoría, España era un lugar seguro para poder hacer eso, y mucho más si el paseo lo dabas en el coche de tus padres aunque no tuvieses carnet. Eva aún no sabía cómo se había atrevido a conducir el coche de sus padres, pero después de toda la rabia que sentía en su interior, no le importó en absoluto hacerlo. Su tío la había enseñado a conducir hacía ya tres años.

En ese momento eran más o menos las cuatro de la mañana cuando se había levantado de la cama en la que no había pegado ojo en toda la noche y había contenido las lágrimas y las ganas de gritar mientras bajaba por las escaleras. Había vuelto a salir en pijama y le daba exactamente igual. ¿Qué diablos importaba cómo fuese vestida cuando había mujeres que sufrían aberraciones como las que ella había visto en aquel lugar? No entendía como no había alguien que hiciese algo. ¿Cómo había personas que anteponían el dinero a una vida humana? ¿Cómo alguien podía decir que el feminismo y la sororidad no eran necesarios? La lucha por la IGUALDAD entre hombres y mujeres era algo necesario para Eva, precisamente porque ella sabía que aunque no sufriese en su piel las desigualdades de género había otras mujeres que sí que lo hacían. Que eran presas de una sociedad patriarcal donde no eran más que objetos. Pura carne servida al placer de otros. Y esa, esa era una lucha en la que Eva había decidido formar parte desde hacía años, pero aquella noche se había vuelto tan real que no había podido parar de llorar por pura impotencia. Y eso no quería decir que estuviese en contra de los hombres, tan sólo estaba en contra de que no se respetase a las mujeres y al igual que había hombres machistas, había mujeres igual que ellos, como tendría que serlo esa maldita señora La Rua. ¿Cómo podía una mujer consentir algo así? ¿Cuánta maldad podía haber en su corazón?

Tras dar varias vueltas por la manzana y secarse las lágrimas pudo por fin dejar de llorar. Un poco más tranquila, aunque aún muy enfadada con el mundo, la chica siguió caminando hacia su casa. Había aparcado el coche en la misma zona dónde su padre lo aparcó esa misma mañana. Gruñó al ver que ya eran casi las cinco de la noche y en dos horas llegaría el momento en el que tendría que estar despertándose para ir a clases. ¿Cómo podía su vida volver a la normalidad después de esa noche y de todo lo que había visto? ¡Aquello había sido como un trauma para ella! ¿Por qué se permitían cosas tan injustas como esas? ¿Chicas siendo violadas para el provecho de un hombre ya rico y poderoso que se lucraba de sus cuerpos? ¡Eso es lo que era la trata! ¡Y LE ATERRABA! ¡Y LE HORRORIZABA AÚN MÁS NO PODER HACER NADA!

Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando miró una de las aplicaciones de su móvil esperando que alguna de sus amigas le hablase. ¿Estarían ellas tan mal y afectadas como lo estaba Eva? La chica de ojos verdes se enjugó las lágrimas. Si lo estaban, ninguna le había hablado para demostrárselo. Probablemente porque no querían dejar pruebas ni evidencias de lo que habían hecho. Aún se sorprendía de lo que había hecho. Una parte de ella pensaba que era un mal sueño. Que nada había pasado. Que las chicas estaban bien. Que iba a despertarse en cualquier momento. No obstante, el sentimiento de horror era tan real que paralizaba por completo su mundo. Estaba a punto de entrar en su casa, aún con el corazón encogido, cuando su teléfono comenzó a vibrar. Asustada, vio un mensaje de un número que no tenía guardado. Eva tragó saliva y entró dentro de la aplicación donde estaba ese mensaje. Era un número extraño y parecía extranjero. ¿Qué diablos pasaba? ¿Quién era?

¿Todo bien?

Esas eran las dos palabras del mensaje que había recibido. ¿Quién se lo había mandado? ¿Se trataría de Verónica desde un número privado? ¿Estaría bien? La preocupación por su amiga le hizo reaccionar.

¿Quién eres?

La respuesta no tardó en llegar.

¿Puedes hablar?

CIUDAD DE FUEGO© (3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora