Capítulo 34

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Eva seguía con las palabras de Paloma flotando en su mente. Jota traficaba con personas. La chica bufó camuflando un gemido. O al menos intentándolo hasta que la mirada de Verónica se posó en ella. Sabía que Eva estaba preocupada y no era precisamente porque Paloma iba a devolverle la cachetada en cualquier momento. La tensión estaba en el ambiente de un modo tan palpable que Felix evitaba hacer ningún comentario. Se habían metido todos en el trastero y Verónica explicaba lo que pensaban hacer con la linterna del móvil en la mano a modo de iluminación. Paloma había revisado todo el trastero para asegurarse de que no había ni una sola cámara o micrófono y estaba apoyada contra la pared con el ceño fruncido. De vez en cuando dirigía miradas asesinas a Eva y se llevaba la mano a la cara, masajeándosela.

—Es una locura. –susurró Eva, la más racional de todas mientras negaba con la cabeza y miraba a Verónica—. ¿Te has vuelto loca?

La joven de ojos azules vio como Eva estaba aún asimilando su plan. Una parte de ella sabía que iba a negarse, al menos, al principio, pero en cuanto que se diese cuenta de lo que iba a hacer y del golpe que podían darle a la trata de mujeres, sabía que Eva se uniría.

—Necesito aire. –dijo de pronto Eva saliendo fuera y dejándolas a solas.

Felix se mantenía callado, sumido en sus pensamientos. Paloma se quedó con él y Verónica siguió a Eva tras intercambiar una mirada.

—¡Eva! –la llamó la joven en la calle.

La chica de ojos verdes se giró alterada hacia su amiga.

—¿Te das cuenta de la locura que quieres hacer?

Verónica cerró los ojos. Se había dado cuenta de que ese era el gesto típico de David cuando trataba de calmarse. Sus ojos grises.

—No grites. –le pidió—. Y por supuesto que sé que es una locura, y no espero que lo entiendas, pero es lo que voy a hacer.

Eva se mordió los labios.

—Volveré a ese lugar para hablar con David antes de dejar que te metas tú sola en Maison la Noir.

Habló tan bajo que cuando pronunció el nombre del burdel apenas fue un mero susurro en mitad de la noche. Verónica se abrazó a si misma. Los calcetines se le habían mojado debido a la calzada húmeda. Algo de niebla se esparcía por la calle.

—Ya no queda nadie en ese lugar, Eva.

La voz de Verónica fue tan frágil que algo dentro de Eva se congeló. Sin perder tiempo su amiga le explicó todo lo que había acontecido y que no había podido explicarle a través de la pantalla del teléfono, mirando a todos lados para asegurarse de que nadie escuchase sus susurros. Cuando acabó, Eva se miraba los pies.

—No puedes hablar en serio Verónica. Tienes que reaccionar. Esto no puede salir bien. ¿Cómo diablos vas a hacerlo? ¡Es imposible!

De nuevo había vuelto a alzar la voz. Verónica le colocó una mano en los labios y siseó para que guardase silencio.

—Lo sé. Lo sé. Pero estoy tan asustada de que vayan a por él cuando entré por esa chica que... —la voz la joven se rompió en el momento exacto en el que Eva la abrazaba.

—Tranquila. Estoy aquí Vero. –la consolaba Eva.

Ambas se mantuvieron abrazadas un buen rato.

—Lo siento. –se disculpó Verónica—. No ha sido una buena idea inmiscuirte. Pensaba que querías ayudar a una chica en esa situación.

Algo en la mente de Eva cambió.

—Claro que quiero ayudar a otras mujeres, pero entrar en ese lugar...

Verónica la observó.

—Supongo que puedes irte entonces.

Eva le aguantó la mirada. Verónica parecía triste.

—No espero que entiendas lo que una persona es capaz de hacer para proteger a otra si nunca te has enamorado. –prosiguió.

Eva refunfuñó.

—No me hace falta amar a un hombre para saber hasta dónde sería capaz de llegar por amor. También amo a mis padres y a mis amigos y me parece fatal que después de lo que me has pedido me eches eso en cara.

Verónica suspiró. Eva tenía razón. Joder que si la tenía. Y la chica del flequillo lo sabía. Eva siempre era la más lógica.

—Lo siento. Tienes razón. Puede que esté siendo una egoísta. Te veré cuando todo esto acabe. –le dijo dándole un dulce beso en la mejilla.

Eva se quedó muy quieta. Verónica comenzó a alejarse. La chica de los vaqueros se abrazó a si misma en la calle mientras veía a su amiga entrar en el edificio. Tenía que contarle todo eso a Pedro. El padre de Verónica la detendría. Eso era una locura. ¿Cómo podía una chica tan dulce y buena ni tan siquiera plantearse entrar en ese lugar? Eva entendía que no quería perder a David, y que Verónica era esa clase de persona que cala en las personas y que averigua como eran los demás. Si decía que David iba a entrar en ese lugar, era porque estaba segura de que iba a hacerlo. En cierto modo, tan sólo estaba tratando de proteger a los suyos.

Eva volvió a mirarse los zapatos. Tenía que hacer algo. 

Hola personitas preciosas!! Os subo uno más enseguida. Un abrazo y gracias por leer.

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CIUDAD DE FUEGO© (3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora