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Por quedarme hasta tarde, las bolsas por debajo de mis ojos eran naturales así que complementaban el resto de mi maquillaje de “rostro demacrado”. He sido golpeada a lo largo de mi corta y mísera existencia, así que recrear un rostro fase terminal no fue problema.

Pero Jonas no es tonto.

¿Y si ha habido una chica que intentó lo mismo que yo y no le fue bien? ¿Y si no fue solo una?

Mis pensamientos se interrumpieron al escuchar tres golpes seguidos para dar paso a una bestia que se paró al lado de mi cama.

-¿Sigues menstruando? -preguntó.
-Sí. Los cólicos no me dejaron dormir –dije girándome hacia él.
-Uff, te ves horrible... nadie pagaría por ti -susurró para sí.
-Ya lo creo -agregué.
-¿Estás... estás afiebrada?
-No creo, ¿por qué?

Miré su bolsillo.

-Tienes las mejillas rojas.

Tiene su navaja.

-Eso explicaría el calor abrasador que siento de vez en cuando.

-Te traeré un té de hierbas –se giró -. A ver si esto se acaba de una vez.

Se retiró. Bien, Steph, debemos mantenernos así hasta la noche.

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Todo el día estuve en la cama, excepto cuando iba al baño (aprovechaba de estirarme y prepararme mental y físicamente para lo que iba a suceder en unas horas). Venían unas chicas a dejarme un poco de comida liviana y té, principalmente verde y de manzanilla.

Tres golpes en la puerta y Jonas entró.

-¿Ya estás mejor?

-Sí, ya no me siento tan enferma. Me he estado moviendo un poco para no sentirme como un tronco.

-Pero no te haz excedido, ¿verdad?

-Para nada. Al contrario, me cansé.

-Bueno. Avisaré a los gorilas que ya estás mejor y te traeré un té.

-Gracias, Jonas.

Y se fue. Respiré hondo preparándome para la seguidilla de cosas que memoricé para luego disolver las hojas en el agua y borrar toda evidencia. Estoy lista. Steph, tú lo odias desde lo que te hizo a los siete años y por todo evento que ha seguido desde ahí. Tú puedes.

-Bien –dijo regresando con la taza -, ya saben que te sientes mejor.

-Gracias –me senté esperando recibir mi taza -, ¿de qué sabor es?

-Manzanilla.

Lo recibí, pero dentro mío surgió la inseguridad: Jonas es fuerte, bastante...

-Me acordé cuando te hiciste el test de embarazo.

Se detuvo el tiempo.

-Estabas tan asustada. Creo que, si no hubieses abortado, tendríamos a una Stephania Collins II igual de hermosa que su madre.

-Tenía 15 años.

-Ya, es cierto, pero tú desde que llegaste acá, te haz ganado el corazón de cada cliente.

Algo comenzó a hervir dentro de mí.

-Solo imagínate que tu hija o hijo habría salido igual de hermoso que tú... ¡y cuánto dinero habríamos ganado!

Y boté el té manchando y quemando al bastardo que hablaba.

-Mierda, Steph.

-¡Lo siento! -mentí -. Me sentí un poco débil y simplemente se me cayó. Déjame -me levanté -ayudarte.

Fingí un mareo tan fuerte que tuve que afirmarme del torso de Jonas y, así, iniciar el paso dos del plan: le arrebaté la navaja y se la clavé con odio inefable por hablar así de mí y de aquel terrible evento. Gritó fuerte, por lo que me descoloqué, porque eso significaba que alguien estaría escuchándonos. 

-Hija de perra –me decía insultándome mientras se agarraba su pierna en el suelo.

Agarré las llaves, pero todavía le quedaba aún fuerzas para dificultarme todo. Me agarró los tobillos y comenzó a golpearme, pero yo tenía mis piernas buenas, así que solo pude patearle la cara y destrozarlo cuánto se me permitiera. Me soltó así que abrí el maldito armario sacando las esposas para amarrarle las manos detrás de la espalda (patadas en las costillas y cedió). Sin embargo, este no paraba de chillar: debo callarlo. Fui a mi cómoda, saqué calcetas y se las metí en la boca. A duras penas, arrastré a Jonas dentro del armario (no paraba de retorcerse de dolor) hasta conseguir encerrarlo. Puse el candado y solo me faltaban los últimos dos pasos para poder escapar.

Saqué mi ropa corta con tacones, puse las llaves dentro de mi brasier y salí.

Los guardias me miraban raro, pero les decía que ya era momento de tener que sentirme mejor y seguir con normalidad. Sorprendentemente, se la creyeron. Lo sabía, mi posición de buena niña me salvaría en esto. Pero ahora venía lo complejo: irse.

Con mis tacones se podía escuchar mi posición, así que hacer desaparecer el sonido era muy sospechoso. Mientras iba en uno de los pasillos, me los saqué en frente de la gente y seguí caminando disimulando mis nervios de que me pillaran. Pero no es el momento.

Llegué al punto ciego que había divisado hace tiempo atrás y abrí la ventana... es un piso. Todo este tiempo estuve en el cuarto piso y por fin llegué al primero y al verdadero: a la libertad de la calle. El marco crujió un poco, pero mi cuerpo es tan diminuto que podía entrar en esa estrecha abertura.

Y mis pies, cual Rapunzel, tocaron el cemento de la calle por primera vez y corrí hacia uno de los sectores más peligrosos buscando ayuda para poder cambiar de vida.

Blood of Midnight (Sangre de medianoche)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora