Capítulo 4

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La bodega del barco parecía tranquila. Sin embargo, una de las cajas empezó a moverse y dentro de ella, se oían unas voces andaluzas.

—Quillo... ¿Queréis empujar ya o qué? —se quejó la primera voz.

—¡Esto está como cerrado, miarma! —contestó la segunda voz alarmada.

—Tigre, anda. Haznos un favor y abre esta caja. —pidió la tercera voz.

—Sí, hombre... —protestó la última voz, —Para que me rompa el cuello o la espalda, ¿no? Como soy el más grande y el más fuerte, siempre toca recurrir a mí, ¿no?

—¡Que te calles y abras ya, Tigre! ¡Me asfixio! —gritó impaciente la primera voz.

Una uña de gato atravesó desde dentro la parte superior de la caja y empezó a moverse para abrirla. Quien fuera que usará esa uña, la usaba como un abrelatas para salir de la caja. De ella salió Pulga, que respiraba ansioso recuperando el aliento, mientras sus otros tres amigos; Pelaje, Tigre y Grillo salieron de la caja.

—¡Libertad! ¡Casi no lo cuento...! —Pulga exclamó Pula dramáticamente.

—¡Pulga, quillo! —Pelaje frunció el ceño, —No seas tan dramático, 'miarma', que tú tuviste la idea de entrar en una caja en primer lugar.

—¡¿Y a quién de vosotros se le ha ocurrido meternos en una caja pequeña?! —preguntó Pulga enfadado después de recuperar el aliento.

—Fue Tigre quien vio la caja y dijo que nos metiéramos en ella. —respondió, —Él dijo... '¡Olé! ¡Una caja para escondernos!'

—Ay... no me fijé en el tamaño de la caja, Pulga. —se lamentó Tigre.

—¡Pues, hijo, a la próxima, mira el tamaño de la caja cuando nos vayamos a esconder! —Pulga salió de la caja.

—Bueno, no nos pongamos nerviosos, 'miarma'. —Pelaje trató de animar a sus compañeros, —Lo importante es que parece que estamos en la bodega y nadie nos está viendo.

—Cuanta razón tienes, hijo. —Pulga se calmó de forma positiva, —Ahora hemos de encontrar alguna cocina donde guarden comida de humanos. Ya estoy harto de comer sobras caducadas y raspas de pescado podrido.

—Lo primero que tenemos que hacer es vigilar que no haya nadie en la cocina.

Pelaje tenía razón, ya que el barco no admitiría animales en cubierta, y si les descubrieran, los marineros pensarían que no obedecieron las normas del barco, o bien, se podían preguntar si son las mascotas perdidas de niños. Era arriesgado y no podían dejarse ver por los humanos. Sin embargo, no sabían que Pedro había echado al hombre vigilante con el susto provocado por los petardos y que pronto Juan y su «tripulación» iban a custodiar la nave.

Para llegar a la cocina y atiborrarse de comida, tenían un plan. Grillo, con mucho sigilo, subió las escaleras hasta llegar a un pasillo corto. Mirando hacia ambos lados no encontró ningún humano a la vista, lo cuál era una buena señal para el plan. Dándose la vuelta, Grillo hizo un gesto con la mano para avisar a sus amigos de que la zona estaba despejada. Mirando a todas partes, los cuatro gatos vigilaban en caso de que hubiera alguien. Cuando llegaron a la puerta, que estaba abierta, pudieron ver la cocina. No había nadie todavía pero la comida que había olía tan estupendamente que cualquiera que entrase no podría resistirse a tomar una cucharada o un bocado de los muchos manjares que había allí.

—¡Madre mía! ¡Menudo banquete tienen los lobos de mar, miarma! —exclamó Pulga impresionado por el aspecto apetitoso de los platos.

—¡Y no hay nadie vigilando! —Pelaje miró excitado a ambos lados, —¡¡Al ataque!!

La Isla PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora