Capítulo 12

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Después del desayuno, el grupo se reunió para una asamblea dirigida por Alex. El líder había escuchado una sugerencia de Toni, y no dudó en anunciarla al grupo.

—El motivo de esta asamblea es porque Toni me ha sugerido que sigamos buscando en la playa más provisiones que podamos encontrar y usar. —explicó al grupo reunido, —También cree que a pesar de que la mitad del barco en que hemos estado y del que pudimos salir haya desaparecido en el mar arrastrado por la marea, haya podido soltar unas cuantas provisiones más. No estamos seguros, pero merece la pena comprobarlo.

—¿Y para eso nos has reunido a todos y has montado esta ridícula asamblea? —frunció Juan el ceño, —¿Para perder el tiempo escuchando las sugerencias de un crío?

—¡No soy un crío! —protestó Toni.

—¡Juan! ¡No seas grosero! —se enfadó Jenny.

—¡Eso! ¡Todas las mañanas te despiertas de mal humor! ¿Por qué? —añadió Clara.

—Sabía que tenía que ser yo el líder. —Juan se dio la vuelta cruzando los brazos.

—¡Ya te vale, Juan! —se enfadó Alex, —Hemos estado aquí durante días y hemos encontrado un puñado de provisiones suficientes para seguir sobreviviendo.

Juan solo se rió y dijo, —Ya, claro. Pero apuesto a que yo podría encontrar más provisiones. Docenas de ellas.

—¡No seas orgulloso! —protestó Jenny en defensa de Alex, —Alex está haciendo un muy buen progreso.

—Ya veremos cuando pase algo que cambie eso.

La discusión, por suerte, no terminó con una pelea. Los pequeños estaban un poco preocupados pero Jenny los calmó asegurando que no va a pasar nada malo. Pedro, para animarles, les contó unos cuantos chistes para que se rieran, aunque solo muy pocos les hacían reír, cosa que sin embargo no desanimó a Pedro.

Una hora después, fueron a la playa a buscar posibles provisiones arrastradas por la marea. Todos se dispersaron en tres grupos y empezaron a buscar. Parecía que después de una media hora, no encontrarían nada; pero Luis, Toni y Clara pudieron encontrar unas enormes cajas de madera. No tardaron en llamar a los demás y todos cargaron entre todos las cajas para llevarlas al carro que Pablo había traído en caso de llevar cargas pesadas, tanto para evitar romperse un hueso como para que llevar las provisiones fuera más fácil. Luis ayudó a Alex a cargar el carro hasta la cueva, y una vez dentro, una por una, los chicos las iban abriendo. Encontraron: más comida, refrescos y agua mineral, ropa de verano e invierno, lámparas de aceite y bañadores.

—¡Es del barco en el que estuvimos! ¡No hay duda! —exclamó Luis.

El pequeño tenía razón, ya que Juan reconocía las cajas y el tamaño de estas: eran del puerto de su pueblo.

—¡Igual las ha rechazado la marea, miarma! —bromeó Pulga haciendo que Pedro se riera del chiste.

—¡Tenías razón, Toni! —sonrió Alex.

—¡Sí, eres un super genio! —añadió Clara saltando de alegría, —¿Cómo sabías que iba a pasar?

—Bueno... —pensó Toni mientras intentaba dar una respuesta clara a la pregunta, —Estaba pensando en que podía haber posibilidades de que sucediera tal hecho. En los ratos libres estaba haciendo unos estudios sobre la carga del naufragio. Algunas de las cajas estaban hechas de madera insumergible y hubo posibilidades de que subieran a la superficie y pudieran flotar en el agua. También estudié las corrientes de viento que de vez en cuando ocurrían en la isla. Hubo una posibilidad de que las olas del mar hubieran sido capaces de empujar las cajas a la playa. Todo era una posibilidad, pero jamás pensé que mi teoría fuera capaz de ser correcta.

La Isla PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora