Capítulo 9

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El vuelo de Heriberto se retrasó por una tormenta, así que llegó a la ciudad más tarde de lo que esperaba. Apenas si le dio tiempo de ducharse, vestirse y salir por insistencia de Salazar a celebrar su cumpleaños. La última vez que vio a Victoria le pidió su número y los mejores momentos de su día eran cuando podía escribirle para saber cómo estaban ella y su hija.

Heriberto habría querido verla esa misma noche, pero la última conversación con su amigo lo había dejado intranquilo. Conocía a Salazar y, su mente maquinaba más cosas de las que expresaba, así que negarle algo en esas circunstancias no estaba en su lista de cosas por hacer.

Salazar no solo había sido su mejor amigo desde que tenía uso de razón, sino que habían compartido el miedo de morir a tan corta edad. Heriberto podría decir, al mirar atrás, que era afortunado. Sus padres habían sido una fuente de consuelo y habían dedicado su vida a estar a su lado y ayudarlo a sobrellevar los efectos de la leucemia. Sin embargo, Federico no podía decir lo mismo.

Su madre había muerto apenas era un bebé, y eso había sido el detonante de una grave depresión en su padre. Las cosas no mejoraron tras la leucemia de Federico, tras lo cual su padre se volvió descuidado como padre. De no haber sido por la abuela de Salazar, Heriberto no querría pensar qué habría sido de él.

La infancia y adolescencia fue un vaivén para ambos, mucho más para Salazar; pero su amistad nunca se vio inalterable. A pesar de que las personalidades de ambos eran contrarias, tanto que nadie podría pensar que eran almas gemelas. Por eso, Heriberto no dudó en pasar sus mejores épocas con Salazar, y no se arrepentía de nada; hasta ahora que extrañaba ver a Victoria.

- Llegó el cumpleañero – gritó Salazar a todos los presentes cuando hizo acto de presencia Heriberto en su departamento y se escuchó un coro de voces y silbidos. Entonces, lo abrazó con efusividad, algo de lo que se burlaban todos en el hospital, pues ninguno de los dos temía mostrarse cariño en público. – Feliz Cumpleaños, mi amor.

- ¿Cuántos tragos llevas?

- Tendrás que darle turbo para alcanzarme – le dijo sonriendo y pasándole un trago al mismo tiempo. Heriberto saludó a todos en el lugar, y efectivamente eran puros hombres, la mayoría médicos del hospital.

Después de un rato agradable de conversación, tragos, comida y chistes; Salazar anunció que el regalo de Heriberto llegaría a la media noche. El aludido enarcó una ceja y sacudió la cabeza, imaginando de qué podría tratarse. Sin embargo, el no haber comido nada en el día le estaba pasando factura, y sus sentidos no parecían estar muy claros después de unos cuantos tragos.

Pasada la media noche, la puerta del departamento sonó y Salazar lanzó un chiflido para que todos prestaran atención.

-          Bueno

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- Bueno... ha llegado el momento cumbre de esta celebración. Espero que todos estén preparados, especialmente tú, mi querido amigo. – Salazar fue a abrir la puerta y comenzaron a entrar un grupo de mujeres, atractivas y dispuestas para animar la celebración.

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