Capítulo 3

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Después de acabar su jornada en el bar, Victoria salió enfundada en un traje distinto. Por mucho tiempo que pasara, no iba a acostumbrarse a la vida de secretos que llevaba. Salía del bar con un gorro donde ocultaba su cabellera larga azabache y una gabardina negra que escondía bien su figura femenina. Si hubiese salido así a la luz del sol, cualquier se daría cuenta que no era más que un disfraz, pero su salida del bar estaba adornada por la oscuridad de la madrugada.

Después de un camino no tan corto en autobús, Victoria finalmente llegó a la pequeña casa donde vivía con su pequeña María. Las lágrimas inundaron sus ojos apenas entró, pues sabía que no encontraría a María dormida en su cama, no podría sentir su olor y su corazón palpitar a su lado. Verla dormir era la única razón para volver a casa, para reír en las mañanas al prepararle el desayuno, para jugar en los pocos tiempos que tenía libre, la única razón para vivir.

Se lanzó a la cama y miró el reloj que le anunciaba que tenía una hora, cuando mucho dos, para prepararse para ir a trabajar al taller de costura. Respiró hondo sabiendo que no podría dormir, así que miró la luna que se asomaba en su ventana. Entonces, irremediablemente sus pensamientos se vieron asaltados por un hombre.

Verlo en el bar era lo último que esperaba. Aunque él jamás habría podido asociarla con Ámbar, algo dentro de ella se removió; sintió miedo de que el médico supiese su verdad. Recordó cómo le impactó verlo y como su mirada era totalmente distinta a la que le había dirigido esa misma mañana en el hospital.

Ámbar le había cautivado, había deseo en sus ojos, ella conocía bien el efecto que tenía su actuación en los hombres. Pero Victoria había sentido ternura de su parte, un sentimiento ajeno a la lujuria que esa noche había visto en sus ojos. Sintió cierta desazón en su interior y resopló al ver que dedicaba demasiado tiempo a un hombre que no valía la pena.

- Todos son iguales... - Se levantó y comenzó a preparar una pequeña maleta para su estancia en el hospital. Después desayunó y cuando fue la hora, emprendió su camino al taller donde trabajaba como costurera.


Casa de Modas Iturbide

Si hubiese justicia en el mundo, Victoria estaría trabajando en otro departamento de Casa Bernarda. No obstante, solo era una costurera más, con el ínfimo sueldo que pagaban por tal puesto de trabajo.

- Buenos días - dijo al llegar y aunque trató de pasar desapercibida, Benjamín el encargado del taller no tardó en abordarla.

- Al fin llegas Victoria.

- ¿Necesita algo? - dijo deteniéndose y suspirando para no mostrar su desagrado.

- Me han encomendado la tarea de asegurarme de que cumples con tu trabajo. De lo contrario, estás fuera. - Victoria lo miró achicando los ojos, pero finalmente asintió.

- Supongo que estás ansioso de cumplir con tu labor y encontrar una manera de hacer que me echen. - Dijo ladeando la cabeza y sonriendo sin alegría.

- Me ofendes Victoria. Sabes perfectamente cuáles son mis sentimientos - Victoria se puso mortalmente seria, y se tensó al verlo acercarse a ella hasta quedar muy cerca - Lo que menos quiero es que te vayas. De hecho, con una sola palabra tuya, podríamos hacer que todas tus faltas quedaran en el olvido.

- No dudo que sea así. - Dijo con voz dura, para luego respirar hondo y soltar - Pero bueno, me esforzaré por no faltar; y si no se te ofrece más nada me iré a trabajar. - Aunque se dio la vuelta y fue a emprender su camino, Benjamín la retuvo un instante sosteniendo su brazo.

- Te convengo Victoria y lo sabes. - Le dijo al oído y pegando su cuerpo al de ella. Victoria se tensó y cerró los ojos pensando por un momento si valía la pena pasar por esos momentos, pero la imagen de su hija en la cama de un hospital fue suficiente para decidir quedarse en su sitio y no hacer lo que verdaderamente deseaba - Podrías ser más amable conmigo y...

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