Capítulo 17

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Heriberto estaba sentado con la espalda puesta en la cabecera de la cama, con Victoria sentada en su regazo. Hacía poco sus respiraciones se habían calmado después de haber vuelto a hacer el amor, y aun estaban unidos de manera íntima.

Victoria se movió un poco y él gruñó satisfecho al sentir que su miembro respondía irremediablemente. Ella sonrió y él correspondió a su sonrisa con cierta ternura. Las fuertes manos de Heriberto acariciaron las caderas femeninas y las subió recorriendo la curvatura de la espalda, hasta llegar a la nuca y acercarla aún más para besarla de nuevo. No se cansaba de sus besos; trataba de encontrarle un sabor para etiquetarlos, pero pronto comprendió que nada era tan sublime.

Cuando abandonó sus labios, ambos suspiraron de forma trémula, prueba de que les afectaba el entregarse de esa manera

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Cuando abandonó sus labios, ambos suspiraron de forma trémula, prueba de que les afectaba el entregarse de esa manera. Victoria lo abrazó, ocultando su rostro en el hombro masculino y él pasó una y otra vez su mano con suavidad en su espalda, y besó su hombro. Después de unos minutos en silencio, ella comenzó a hablar.

-          Perdóname – Heriberto quiso separarla para ver su rostro y hacerle ver que no había nada que perdonar

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- Perdóname – Heriberto quiso separarla para ver su rostro y hacerle ver que no había nada que perdonar. Sin embargo, ella se aferró a él y mantuvo la misma posición, consciente de que perdería el valor si miraba sus ojos. - Lamento si te he hecho daño. Jamás pensé encontrar a un hombre como tú. Fuiste una novedad que me llenó miedo y esperanza a la vez.

- ¿Miedo? – preguntó él extrañado.

- El miedo más aterrador que hubiese podido sentir nunca. – Victoria se irguió en su regazo y lo miró a los ojos y luego a los labios. – Sentí terror de pensar en enamorarme de ti.

- No tienes que temer amarme.

- No... no tengo miedo de amarte; eso me sale tan bien como respirar. – él sonrió pero ella se mantuvo seria, aunque las caricias de sus dedos al mentón masculino contrarrestaban su semblante. – Mi único miedo es hacerte daño.

- Sé que no me harás daño a propósito. – comentó él acariciando su cabello.

- Quizás no a propósito, pero no dejo de pensar que esta relación es una bomba de tiempo. – dijo y tembló. Entonces, después de mirarlo con tristeza se levantó y él gimió al sentir como se deshacía del contacto íntimo y el roce le resultaba gratificante. - ¿Puedo usar tu baño?

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