1. Felicidades, ya eres sugar daddy

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Capítulo 1
Felicidades, ya eres sugar daddy.


Jerome

Choco mis dedos contra la superficie de cristal de la mesa. El café se encuentra totalmente vacío, por suerte. Pasan algunas personas por la calle y se nos quedan mirando. ¿Desde cuándo es raro sentarse bajo la sombrilla de un café en medio de un tornado? No quiero exagerar, no hace tanto viento.

Las manos de Santiago hacen todo tipo de movimientos sobre la pantalla de mi celular. Hace unos meses que le conté sobre mi triste «vida» amorosa y sexual y desde entonces parece que se propuso como reto personal conseguirme una mujer a como dé lugar.

Mis treinta y cinco años de vida no se basan en la mejor niñez, ni en la mejor adolescencia alocada donde se tuvieron todo tipo de experiencias sexuales y otras. Fueron más leer, números, preparación, violín, timidez extrema al hablar con mujeres (eso hasta los diecisiete), regaños de mi madre gracias a mis hermanos, y mi grandísima estupidez que dio inicio a mi vida de adulto y padre a mis dieciocho años.

Porque sí, a los diecisiete años creí haberme enamorado a primera vista de la mujer más guapa que había visto en toda mi vida. Sucedió en aquella pasarela, ahí fue donde conocí a Régine, mi difunta esposa. No hay mejor palabra que lo describa: forzado. En aquellos años ya no tenía madre... Mamá. Y hacía algunos meses acababa de fallecer también mi padre. Yo estaba deshecho por todo eso, me sentía fatal y no quería ver a nadie ni salir a ningún lado. Fue mi hermana, Florence, quien me animó a acompañarla y acepté, pensando que eso me alegraría... Y vaya que lo hizo. Esa misma noche perdí mi virginidad con una modelo reconocida, casi, a nivel internacional.

¿Que si fue buena idea? Veamos.

Semanas después, Roméo entró a mi habitación mientras estudiaba. Me miró muy burlesco y me dijo que abajo estaban buscándome. Yo imaginaba que Evangeline me regañaría por algo, pero lamentablemente no fue así. Cuando bajé, lo que hallé fue al resto de mis hermanos sentados en el salón, a Régine llorando, su madre consolándola y a su padre totalmente enfurecido.

«¡Estoy embarazada!» fue el grito que me llevé como respuesta de Régine cuando, como todo un tonto rompecorazones, le pregunté qué hacía en mi casa. Y claro, yo me quedé afónico. Su padre también gritó, ya ni recuerdo qué, e intentó ahorcarme. Fue gracias a Marcus, Roméo y el mayordomo que no me estranguló ahí mismo. Hablamos, o bueno, Evangeline habló civilizadamente con ellos, llegando al acuerdo de que yo me casaría con ella. Una de las cosas que más me instó a aceptar fue que mi suegro me mostró discretamente una pistola en su pantalón.

—¡Ya está!

Celebra Santiago con mucho orgullo y estirando sus brazos como si hubiese hecho el trabajo más pesado. Pone el celular en la mesa y lo empuja ligeramente hasta que lo tomo. En la pantalla veo la interfaz de un sitio de encuentros, Eclipseweb, y un mensaje en la parte superior que me da la bienvenida como sugar daddy. No sé qué significa eso, apenas sé español perfectamente.

—¿Y qué hago ahora? —le pregunto sin despegar la vista de la pantalla.

Él bufa y se acomoda a mi lado en su silla.

—Pues busca chicas, Jerome —agarra el celular para mostrarlo—. Mira, aquí están, solo ve pasando. Si quieres más información de una, pica en su perfil.

Lo pongo en práctica. Pico en el perfil de una y sale su nombre, pero dudo que en realidad se llame «conejita azul».

—Si vas más abajo verás cuánto gasta, el tipo de hombre que quiere y, bueno, lo demás.

Katalina I y IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora