Muerte al basilisco

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-Muerte al basilisco-Editado

Theodore despertó por la mañana y vio que Luna seguía tumbada junto a él, durmiendo apaciblemente. Se tensó inmediatamente. Ahora que se sentía más lucido dedujo que lo mejor era marcharse, porque tenía miedo de lo que Luna pensara si se daba cuenta de que había estado toda la noche recostado a su lado. Probablemente se asustaría o se enfadaría.

Aún así, observó detenidamente sus rasgos. Tenía las mejillas sonrosadas y el pelo le enmarcaba el rostro.

Era preciosa.

Algo avergonzado, se incorporó muy despacio intentando no despertarla y salió de aquella sala misteriosa.

Luna, al oír una puerta cerrándose, se despertó y se extrañó al ser consciente de que no sabía dónde estaba. Por un momento pensó que estaba soñando porque aquel lugar era maravilloso. Se frotó los ojos algo somnolienta y se levantó del cómodo diván donde había estado durmiendo. Creyó que había llegado a ese lugar sonámbula. Hacía más de dos semanas que no le ocurría, pero siempre volvía a su habitación. Sin embargo, esa vez había sido diferente. Había terminado en una sala muy acogedora.

Observó durante unos instantes las ciruelas dirigibles que flotaban en el techo y las cálidas llamas de la chimenea y pensó que no sería mala idea dormir allí algunas noches. Aunque en su dormitorio estaba en compañía, la mayoría de las veces se sentía sola. No solía relacionarse con las chicas de Ravenclaw. Siempre la llamaban Lunática y la trataban con menosprecio. Con Hermione y las demás no le sucedía pero tampoco podía estar a expensas de dormir todas las noches en la habitación de Gryffindor. Podían castigarla si la pillaban. Además, aquel sitio donde se encontraba era perfecto. En él no se sentía sola.

Después de observar durante un rato la sala, se acercó a la puerta y se marchó de la estancia. Cuando salió, la puerta desapareció de inmediato, quedando sólo la lisa pared. Justo en ese instante, supo de qué se trataba.

La sala de los Menesteres.

Su padre le había hablado sobre ella pero nunca la había visto en Hogwarts. Sabía que solamente tenía que desear y la sala aparecería equipada con sus necesidades. Miró por los pasillos pero aún era temprano y no había alumnos por los alrededores, así que con aire sonriente, se fue trotando y canturreando a la sala común de Ravenclaw.

***

Lavender se preocupó en cuanto Hermione se levantó aquella mañana. Tenía mal aspecto y los ojos algo hinchados.

— Hermione, ¿te encuentras bien?

— S-sí, claro — tartamudeó en un hilo de voz.

Ginny se sentó en la cama y le llevó la mano a la frente, ignorando su último comentario.

— Pues a mí no me lo parece. ¿No tendrás fiebre?

Hermione se mordió el labio. Nunca podría contarles lo que había pasado con Malfoy.

— No, Ginny... de verdad, no me pasa nada. No he dormido muy bien.

Parvati no le dio mucha importancia. Creyó que Hermione simplemente se encontraba mal. Además, había algo que la inquietaba hasta el punto que de haberla despertado en mitad de la noche.

—¿Creéis que Malfoy y los demás se atreverán a ponernos las manos encima?

Ginny se estremeció. No pensaba dejar que Zabini volviera a tocarla.

— Espero que no. Creo que han aprendido la lección esta vez.

A Hermione la recorrió un escalofrío. Desde luego Malfoy sí se había atrevido a ponerle las manos encima. Estaba demasiado impactada aún como para poder olvidar lo que había sucedido. ¿Cómo había podido tener la osadía de tocar todo su cuerpo? Tocarlo de la forma en la que lo había hecho.

El príncipe durmiente de las serpientesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora