Nochebuena: Juegos nocturnos

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-Nochebuena: Juegos nocturnos-Editado

Luna subió las escaleras para ir a la habitación de Hermione sin soltar en ningún momento la mano de Theodore. No sabía si el regalo le gustaría pero confiaba plenamente en lo que Parvati le había dicho ese día. Lo importante era que lo hiciese con amor y ella lo había hecho con todo su cariño hacia él.

— Theo, siéntate en la cama y cierra los ojos — dijo con una sonrisa cuando entraron en la habitación.

Theodore, en cambio, tenía los nervios a flor de piel porque sabía que no tenía mucho tiempo para hablar con ella a solas pero no iba a desaprovecharlo.

— Está bien — dijo con voz entrecortada.

Luna lo miró muy seria.

— Pero no los abras — insistió.

— No lo haré. Tranquila.

En cuanto Luna vio que cerraba los ojos, nerviosa, rebuscó en las bolsas que había por la habitación hasta dar con el regalo. Quería darle el peluche antes de enseñarle la criatura así que sacó la serpiente de la bolsa, se acercó a la mullida cama y se sentó junto a él. A theodore, por otra parte, le emocionaba el hecho de que Luna se hubiese molestado en comprarle un regalo porque le hacía recobrar las esperanzas, porque sentía que de algún modo, le importaba aunque fuese un poco. Estaba tan distraído que no se dio cuenta de lo cerca que estaba Luna, y cuando por fin lo hizo y percibió su delicada fragancia, notó un escalofrío recorriéndole todo el cuerpo.

— Ya puedes abrir los ojos, Theo— musitó ella muy cerca de su oído.

Él accedió y al ver un regalo envuelto en un papel verdoso con tortuguitas sobre su regazo, soltó una risa de lo gracioso que le resultó. Con mucha curiosidad se preguntó qué habría en el interior, así que no se lo pensó y abrió el paquete con un leve temblor en las manos.

Por un momento se quedó en silencio, anonadado, observando aquella serpiente de peluche con ojos azules.

— Oh, Luna — dijo al cabo de unos momentos muy feliz y apretujó el peluche entre sus manos con suavidad — Me gusta mucho. Eres un encanto... muchas gracias.

Luna no pudo controlar el repentino rubor que apareció en sus mejillas al escuchar que la llamaba encanto. Nunca antes le habían dicho algo así y el corazón comenzó a palpitarle con fuerza. Quizás por las cosas que Theodore le susurraba o quizás por el simple hecho de tenerle tan cerca como la noche anterior cuando lo besó en la discoteca. Ansiaba que ese momento volviera a repetirse. Sólo de recordar lo guapo que estaba Theodore con traje, se moría del bochorno.

— ¿Quieres ver la criaturita? — comentó dulcemente intentando parecer relajada como de costumbre aunque en realidad estaba más que nerviosa. El color de su rostro la delataba.

Theodore se ilusionó porque tenía ganas de ver cómo sería la criatura tan especial que había nacido del huevo que le había regalado a Luna.

— Sí, me gustaría mucho.

— Espera aquí.

Luna se levantó y fue a buscar su mochila, donde tenía la pequeña caja con la mariposa. Desde que había bajado a cenar con las demás no la había revisado y tenía que cuidarla muy bien para que no le pasase nada. Cuando se cercioró de que la criatura estaba bien, cerró la caja con mucho cuidado, de espaldas a Theodore y volvió a sentarse en la cama junto a él.

— Ábrela tú — sugirió tendiéndosela en la mano, con nerviosismo.

Theodore asintió, destapó la pequeña caja y cuando por fin vio la mariposa se quedó fascinado. Brillaba y sus colores eran muy intensos. El bichito, al darse cuenta de que podía salir, comenzó a revolotear por toda la habitación y los dos lo observaron durante unos instantes sin decir nada, en completo silencio.

El príncipe durmiente de las serpientesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora