1. Leonardo

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De niño Leonardo juega en el jardín todo el día y colecciona insectos y mariposas que pueblan un zoológico en miniatura en su habitación. Su mamá lo llama para venir a almorzar y lo regaña porque tiene las manos llenas de tierra y en su cuarto la jauría tortura los nervios de la pobre mujer con sus zumbidos. Leonardo agacha la cabeza y, avergonzado, va a lavarse las manos. Su papá no presta atención a las actividades excéntricas de su hijo ni a los cuadernos llenos de bocetos de plantas y animales.  Solo se limita a verlo a la hora de dormir, momento que le cuenta un cuento, el mismo todas las noches, cosa que no molesta al niño que escucha la historia con una sonrisa en la cara y emocionado como si se encontrara ante una nueva aventura.

- ¿Estás seguro que quieres escuchar éste? ¡Puedo inventar otro! –le dice el padre

- ¡Cuéntamelo una vez más! –le responde el pequeño.

Leonardo pasa de ser un niño a un adolescente solitario en esa enorme ciudad de Florencia. Siempre llega de la escuela y se recluye en su cuarto, cuyas paredes están recubiertas de bocetos. Le fascina la anatomía humana y pasa sus horas dibujando cuerpos, músculos, órganos. “¡Si sólo pudiera inventar una máquina tan perfecta!”, piensa para sí.

Leonardo vive solo con su madre, Eva Caterina da Specchio. El padre, Adamo da Specchio, dejó a su mujer cuando Leonardo tendría unos cinco años y viajó a América con una maleta que contenía tres camisas, una brújula y un libro en español. Cada navidad y en su cumpleaños le manda postales a su hijo de las tierras del nuevo mundo: México, Uruguay, Canadá, El Salvador. Leonardo siente tener una correspondencia ridícula con Cristóbal Colón. Lo que disfruta de estas cartas son las fotos de su hermano, un niño idéntico a su madre mexicana, con la piel tostada por el sol del nuevo mundo y los ojos verdes de su padre, que Leonardo también heredó. Al ver los ojos de ese niño, el joven siente ver una porción de sí mismo en otra persona: ese capricho de la naturaleza de colocar dos trozos de una misma alma en dos personas completamente distintas separadas por un océano lo abruma.  

El divorcio dejó a Eva Caterina sumida en una depresión eterna. Sabe que ha enloquecido, y las excentricidades de su hijo de 15 años, como dibujar cuerpos desnudos, leer libros de filosofía y anatomía, dibujar las estrellas que ve de un telescopio y no tener amigos, cosas que antes le causaban espanto, hoy sólo le son indiferentes y las utiliza como un pretexto para decirle a todo el mundo que la suya es una familia desquiciada y su genética maldita.

Leonardo ha aprendido a sentir compasión por esa mujer que fracasó en su sueño de ser esposa y madre de familia modelo. El chico le da un beso a esa pobre mujer cansada que se queda días enteros recostada en el sofá de la sala sin mover un músculo. Sabe que ella no pertenece a este mundo y le costó caro nacer en la época equivocada. Y es que desde que adquirió conciencia, Leonardo tuvo la certeza que él tampoco pertenecía a este mundo o esta dimensión. El destino les jugó una mala pasada a los dos, ubicándolos en un tiempo y lugar donde no podrían sobrevivir.

 Por sobre todas las cosas, el espejo era lo que más atraía la curiosidad del chico. Un espejo tiene la maravillosa cualidad de duplicar la realidad. En culturas antiguas se creía en los espejos como puertas a otros mundos o portales de comunicación con otros seres para recibir oráculos y mensajes. Desde niño pasaba horas frente al espejo, pensando que él es el reflejo de su verdadero yo que vive tras ese cristal y que le hace la cruel broma de imitar sus movimientos. Un día, piensa, ese Leonardo en el espejo romperá el cristal y saldrá a recobrar lo que es suyo, mientras él se queda del otro lado, en el lugar donde siempre debió quedarse.

 Leonardo firma su nombre al revés, como lo haría en otro tiempo su compatriota del mismo nombre, Leonardo da Vinci, como señal de que él es un habitante de ese mundo detrás del espejo, que siempre le ha atraído y que para él no es otro que el mundo de las ideas del que habló Platón, donde todo lo perfecto y deseado es posible. Leonardo ve esta doble realidad en la naturaleza del espejo como la metáfora del mundo de las acciones y el mundo de las ideas expresado por Platón. Él siente que la realidad, con sus hambrunas, guerras e injusticias es un reflejo efímero de ese paraíso perfecto que Dios creó: este mundo imperfecto y caído ha sido maldecido por la estupidez humana. Esto que consideramos realidad podrá terminar, mas no así el mundo de las ideas visible solo a través del espejo y los sueños, que el alma utiliza para dejarse escuchar.

Al terminar la escuela media superior, Leonardo decide que es inútil estudiar una carrera universitaria en este mundo de conocimiento limitado y mediocre, y se dedica a limpiar mesas y servir cafés en restaurantes. Trabaja todas las noches, lee por las mañanas y duerme por las tardes.

Leo tiene un hermoso cabello castaño ondulado que le cae sobre la frente resaltando sus ojos verdes, y que combina con la incipiente barba que se dejó crecer y su piel blanca que se broncea fácilmente, muy característica de los italianos. Sin darse cuenta, pasó de ser un niño raro a un adolescente desgarbado, que al final se ha convertido en un joven hermoso que hombres y mujeres siguen con la vista mientras camina por la calle.

 Cuando tiene 21 años, Eva Caterina se deja vencer por la tristeza y Leonardo la encuentra en el sofá, muerta de causas naturales. Se realiza un entierro simple al que asisten unos cuantos amigos lejanos que Leonardo no identifica y parientes fríos que nunca ofrecieron su ayuda a la madre o al muchacho huérfano. El chico vende la casa de su niñez, donde aún rondan por el suelo las libélulas y mantis religiosas disecadas y dibujos de cuerpos desnudos. Leonardo se pone sus botas de trabajo, toma una maleta con ropa, libros, el dinero que le dieron por la casa y compra un boleto para el primer tren que lo saque de esta Florencia, tierra del Renacimiento de una cultura en peligro de extinción. Leonardo decide que ha llegado el momento de ir en busca del espejo místico, su lugar de origen.         

 En el tren, Leo se entretiene con un libro sobre la kabbalah: como Dios no nos castiga, sino que son nuestras acciones, positivas o negativas, las que se reflejan y rebotan en el enorme espejo místico. Es algo similar al principio del karma que maneja el budismo, el cual decreta que recibimos todo aquello que merecemos por nuestras acciones y pensamientos. Mahatma Gandhi expresó esa filosofía del espejo en su vida: la actitud que se toma ante la vida es la misma que la vida toma hacia uno mismo. 

Espejo Místico y lo que dejó una devastadora Guerra MundialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora