Prólogo

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El crujir de la madera les hizo saber a los dos adolescentes que estaban metidos en problemas.

—¿Cómo se les ocurre asustar así a esos chicos? —su bastón se estrelló con fuerza contra el porcelanato. Las facciones de los testigos de su furia temblaron al compás de los golpes—. ¿Qué parte de mis historias no entendieron? —el aliento rozó sus frías narices, su mandíbula postiza casi se cae a causa de que el enfado se haya transportado a su boca—. Estos adolescentes se asustan fácil, son como crías de moscas.

—Padre... —la fémina intentó hablar, pero el duro aspecto de su progenitor era demasiado para ella. Cuando de regaños se trataba, el mayor sabía muy bien como educar a base de ello.

—¡Silencio, Juana! —enmudeció a la joven, que asintió tímidamente—. Y vos también, Dakota —sintió venir el reclamo de su hijo varón. Y apenas lo llamó por su nombre, su sangre subió a niveles inimaginables.

—¿Y porque me tendría que callar, Guillermo Rawson? —preguntó con un tono gentil pero con una inmensa malicia en sus adentros. Sabía perfectamente que a su padre no le gustaba que lo llamaran por su nombre completo, sino por su apellido, como lo solía hacer su abuelo—. A ninguno de esta familia nos gusta que nos llamen por nuestros nombres, entonces no lo hagas, padre.

—A mí en verdad no me molesta —levantó su mano.

—Apóyame en esta, Juanita.

—Por favor, solo salgan a ser amables y disculpense con ellos para así las aguas están mermadas. Necesitamos tener buena impresión con ellos —objetó—. No tuvimos una visita en un año, ¡y aquí han llegado muchos jovenes! —esbozó una sonrisa alegre. Y el tono cálido de su voz tomó de sorpresa a Dakota, quien lo observaba tiernamente.

Es cierto que su padre muy pocas veces solía ponerse contento por tener presencia humana. Más que nada porque le recordaba a las bestias necrófagas que se hallaban afuera de las cuatro paredes. Las personas no se diferenciaban mucho de los monstruos, ambos harían todo lo negativo en el mundo para obtener lo que quieren: alimento y demostrar su supremacía.

Pues ellos jamás se parecerían a esa clase de personas. Su padre les había enseñado hecho y derecho que en este mundo no hace falta ser malvado para prevalecer. Bastaba con ser amable y entregar una sonrisa a todo el que se moviera. Claramente no a los muertos, ellos te enseñaban sus dientes, pero no como una sonrisa.

—Bien —concluyó Dakota—. Espero que no sean problemáticos, esta familia es bastante sagrada —bufó para luego desaparecer por la puerta junto a la joven.

—¡Sonrían, recuerden! —la voz temblorosa los despidió con la mano.

Day Z T6 Sin Mirar AtrásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora