Capítulo 23

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 La brisa nocturna la acarició bajo la oscuridad. Las farolas eléctricas de las calles y de los hogares dejaron de funcionar cuando todo se fue al carajo, pero Guillermo Rawson era un hombre de la vieja usanza. Por todo el recinto de las cabañas estaban esparcidas las farolas que se alimentaban con madera. El viejo las encendía solo algunas noches, en las que no había hora pico de caminantes, aunque, desde su corta estadía en Carlos Paz, en ningún momento pudo presenciar algunas de esas "horas pico".

La ciudad parecía muerta de pies a cabeza. Ningún alma circulando por los alrededores. Bueno, si es que a los muertos les quedaba un poco de alma.

Villa Carlos Paz era el rojo en un mundo de blancos y negros. Así que, en verdad, la ciudad no estaba enteramente muerta, sino agonizando. Aún restaban esperanzas, y ellos la representaban.

Roma se puso de pie y encaró hacia la cabaña enfrente de ella. Desde que llegó a Villa Titina, Emiliano se encerró en su habitación y no se dignó a asomar el rostro. La pelinegra supuso que la pérdida de Avril debió sentarle como la mierda. De todos los chicos, ellos dos eran los que más cercanía tenían con ella. Avril desde chiquita siempre fue muy apegada a Roma. De hecho, fue la única que tuvo la fortuna de ostentar el título de "mejor amiga".

Nunca la sustituiría por nadie más.

Aquellos días de secundaria quedaron aplazados. La realidad era lo suficientemente estremecedora como para vivir recordándolos. Eso sí, siempre que escuchara el nombre de su mejor amiga sería imposible que su rostro no volviera a tomar vida, a latir con firmeza en lo profundo de sus recuerdos.

Un alboroto en el interior de la cabaña la hizo sobresaltarse. Por muy poco el corazón no se le sale por la boca. Se acercó hasta la puerta y la abrió apenas, solo para tener una visión clara del origen de aquel griterío.

Jason: —¡Duele cuando haces presión! —chilló y pateó el suelo insistentemente—. ¡Que duele, te dije!

Con este último grito, Lucía se hizo para atrás con las manos en alto. Concluyó que era imposible tratar médicamente a Jason. Ni con la ayuda de su novio podía mantenerlo quieto para pasarle una gasa con alcohol. Lo peor le vino a Rafael que, ante la testarudez de querer sanarlo, casi se tropezó tras recibir un empujón como respuesta a su dosis de bondad.

Rafa: —Si no te limpias, las heridas pueden empeorar —advirtió, como si estuviera al borde de darse por vencido. La respuesta de Jason con el dedo de en medio no se hizo esperar—. Como quieras —desistió, lanzando el botiquín a la mesa.

Jason ni se inmutó. Para él, en ese momento el mundo era igual de ruidoso que una mosca volando en una sala vacía: indetectable y tan minúsculo como irrelevante.

Roma presenciaba el dramatismo que Rafael se montaba desde la distancia, y luego a Lucía frenando sus impulsos por querer medicar a Jason a la fuerza. Esto, indudablemente, obtendría una consecuente golpiza como respuesta. Menos mal que tenía a su novia para impedírselo.

Pese a que los dos chicos parecían los únicos lunáticos, lo cierto era que cada uno del grupo necesitaba de un fin de semana sin tener que lidiar con muertos. Y no solamente se refería a los que merodeaban por ahí afuera, sin ningún propósito y buscando personas que devorar. Estos días posiblemente serán los que más recordarán, y no porque adoraran hacerlo, sino porque fueron tan traumáticos que despertarse cada mañana significaba un desafío y no una fortuna.

Seguir siendo un vivo entre los muertos era algo de celebrar, pero no si tu día a día será tolerar pérdidas cercanas y ver cómo la sociedad que creías invencible, se desmorona por los mismos que la edificaron. A fin de cuentas, es el mismo humano el que se autodestruye, o alguna desviación genética de él...

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⏰ Última actualización: Aug 11 ⏰

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