Capítulo 21

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La cerradura cedió, al igual que la cordura de aquellas bestias que intentaban, por todas las formas, ingresar a la central médica. Eran corredores. Feroces y bravos corredores que los encontraron por métodos desconocidos. ¿Acaso los escucharon charlar sobre las conspiraciones de Zimmer? ¿O estuvieron allí, presentes mientras las pruebas se eran ejecutadas? Porque en la cabeza de Nicolás aún se mantenía latente el fastidioso sonido de la máquina de pruebas a la que Bird tuvo que someterse. Provocaba sarpullido en los oídos. Era un siseo estremecedor y ruidoso.

Juana: —¿De dónde carajo salieron esas cosas? —preguntó con las paredes de su garganta temblando del susto.

Al parecer, la pequeña al detectar el ánimo de todos y ser consciente de lo que aquella alerta significaba, se escondió entre sus dulces manitas y se apegó al pecho de Juana. La adolescente, por unos breves segundos, se sintió la culpable de aquella reacción, ya que había esclarecido la conmoción del momento y el pánico que se fundó en todos los presentes de la sala. Las palabras de Zimmer sirvieron para anestesiar la culpa un rato:

“Esta pequeña es como un agujero negro, absorbe las emociones de su alrededor; las detecta y luego las ingiere. Es una característica usual en los chicos de su edad. Quizá de ahí viene su interés nato por el chisme”:

Zimmer: —Tené, Bird —de un escritorio blanco abrió un cajón y sacó unos auriculares rojos, del tamaño de las orejas de la niña—. Están tus canciones preferidas, ¿las recuerdas? —la niña asintió levemente para que después se le fuera colocado el dispositivo de audio.

¿Será este algún protocolo para que la niña no se interiorice en el momento? Como un chispazo mágico, cuando las notas musicales comenzaron a brotar del parlante, Bird se llevó el dedo pulgar a la boca y se abrazó aún más a sus rodillas. En poco tiempo, su expresión pasó a relajarse. Eso sí, seguramente aún seguía siendo bien consciente de que la estaban engañando y que disfrazaban su realidad con una mentira, aunque parecía no importarle.

Zimmer: —Tenemos que apresurarnos e irnos hacia la salida de emergencia —notificó con apuro.

Los chicos no tardaron y tomaron sus cosas antes de largarse por patas de aquella habitación que comenzaba a achicarse con el paso de los minutos. Y es que, con las bestias de afuera arremetiendo contra los últimos bastiones de seguridad, la tasa de éxito para salir vivos de allí parecía escasear. Las oportunidades se agotaban e, indudablemente, esta sería la última chance de escapar vivos de ahí.

El médico arrojó su bata blanca a un costado del pasillo. Se deshizo de ella. Luego doblaron en una puerta que conducía a un pasillo con asientos pegados a las paredes, seguramente eran las salas de espera para hacerse pruebas de cualquier tipo. Al final del pasillo, un tanto lejos, había unas escaleras de emergencia. Según Zimmer, arriba estaba la que los enviaba directamente al tejado, un lugar sin salidas y especialmente construido para una extracción en helicóptero, así que aquella era opción descartada. Y abajo, la indicada para el escape, estaba la que daba directamente a un callejón que conectaba con la calle en la cual aparcaron y la avenida en la que se hallaba el centro médico.

En una sorpresa poco deseada, el cristal de una puerta de madera explotó hacia fuera. Un brazo rajado por los cristales, buscaba ansiosamente el motor de las voces que lo hacía rugir del odio. Otro cristal también explotó, pero en el otro costado.

Zimmer: —¡Nos están arrinconando! —vociferó— ¡Rompieron las verjas de seguridad de cada consultorio y están ingresando por la entrada de atención al público!

Nico: —¡¿Cómo es eso posible?! —inquirió, pero su duda no fue contestada.

Zimmer trancó las puertas con unos muebles dispersos por la sala de atención. Difícilmente ahora los corredores podrían invadir el pasillo, aunque quizá otros pares de brazos se asomarían, igualmente, por el cristal hasta hacerlos estallar.

Day Z T6 Sin Mirar AtrásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora