𝑺𝒐𝒖𝒍𝒎𝒂𝒕𝒆𝒔 [Re-escribiendo]

24

Cuando llegó a casa después de ese día, el cual aparecía en su memoria con una tonalidad demasiado gris para ser real, se sintió asqueado, un asco hacía sí mismo por lo que había dicho, por las palabras que se atrevió a pronunciar con ferocidad y rencor, uno que nisiquiera sabía que sentía hasta que lo escucho mentirle como a todos los demás, con la naturalidad de un experto.

¿Desde cuando le importaba tanto que Willy le mintiera? Es decir, lo hacía con todo el mundo, no era algo inusual en su actitud ni algo nuevo en su relación, así que no existía razón plausible para que estuviera así de enfadado, limitando sus salidas de casa con tal de evitarlo e inventando excusas baratas para no ir a las reuniones que se hacían de vez en cuando en casa de Vegetta.

Le extrañaba decir que ahora no evitaba al que un día fue su pareja, sino al que deseaba serlo.

Y así fue como pasaron los días, con las flores que Willy le había regalado marchitándose poco a poco hasta que perdieron todo rastro de vitalidad. No le parecía justo, porque mientras él tardaba horas en tirar uno sólo de los ramos sin volverse un mar de llanto, estaba seguro de que él estaba por ahí haciendo de las suyas para entretenerse en lo que se le pasaba el berrinche.

Le maldecía cada vez que pensaba en aquella posibilidad y lo odiaba por la agobiante soledad que le hacía sentir, porque en cuestión de días se había acostumbrado tanto a su presencia que le resultaba raro no encontrarse con él dentro de casa, haciendo de las suyas.

Podía ser culpa de lo que compartían que se acostumbrara tan rápido a él, pero sabía muy bien que en parte era cosa suya más que nada. Salió de su habitación arrastrando los pies, bajo cada escalón con lentitud y llegó al piso de abajo, yendo directo a la cocina para buscar algún aperitivo.

Todo estaba en su lugar por lo poco que cocinaba, pero ahora pagaría por ver de nuevo el desorden, por bajar y encontrarse con el dulce aroma del desayuno. Busco entre sus cosas, abriendo y cerrando cajones, para ver si tenía lo necesario para hacer tortitas y agradeció a los dioses cuando logró encontrar todo.

Comenzó las preparaciones mientras leía las instrucciones de un libro que tenía de cocina y cuando sirvió la primera en un pequeño plato blanco, sobraba decir que no era lo que esperaba, le clavó el tenedor para darle el primer mordisco, lo cual no habría hecho de saber que aquello sería un duro golpe de nostalgia.

No debió ser tan duro, tal vez si lo hubiera dicho de otra manera Willy lo habría entendido mejor, tal vez ahora estaría sentado junto a él mientras lo escuchaba burlarse de lo poco que le faltaban a esas tortitas para ser un pedazo de carbón. Siguió comiendo, llenando sus mejillas cual ardilla mientras las lágrimas se acumulaban en sus ojos, haciéndolos arder hasta que la molestia le forzó parpadear.

Debía verse ridículo, sorbiendo por la nariz sin sutileza y sin parar de probar bocado. Le extrañaba, de verdad que si, y podría jurar que a lo largo de su vida jamás le había dolido tanto separarse de alguien. No era normal, la opresión en su pecho creciendo con cada día y el desgaste físico no podían ser normales. Tal vez lo mejor sería ir al médico.

Una vez terminó de comer, limpio sus hinchados ojos con la manga de su sudadera y dejó el plato en el lavabo para volver a su cuarto. Le dio la espalda a la puerta principal apenas unos segundos, menos de uno, pero eso parecía ser tiempo suficiente para hacer muchas cosas, puesto que, cuando se giró, la presencia de Willy bajo el marco de madera casi le da un infarto.

—¡Coño! — exclamó con la respiración acelerada, llevándose una mano al pecho para intentar calmar el rápido bombeo de su corazón.

—Hola — Le saludó con tranquilidad, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón marrón.