Prólogo

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Fue aquella noche en la que sólo se veía una estrella, cuando Itadori se propuso enseñarle a su amigo lo que era el amor.

—Eso no es una estrella, idiota. —Fushiguro se limpió las manos con una servilleta, arrojándola a la pequeña bolsa de basura que habían improvisado. —Es la Estación Espacial Internacional.

Podría ser una coincidencia que era la fecha de San Valentín, así como también lo era el hecho de que le hubiese invitado a cenar en el parque, tumbados bajo un roble. La espalda le comenzó a doler por la postura y dejó la porción de pizza sobre la esquina de la caja de cartón, sentándose con las piernas cruzadas.

—Lo que tú digas. —Soltó, frustrado por no haber podido decir nada de lo que quería. Siempre ocurría, no tenía la suficiente valentía para poder confesarse. Era bastante cobarde en aquel aspecto. —Siempre le quitas la magia a todo.

Lo cierto era que hacía una semana que no se veían. La universidad había separado, en gran parte, sus caminos y roto sus horarios. Sin embargo, poco a poco y, a base de organización, habían podido llegar a quedar varias veces al mes. Por suerte para ambos, las vacaciones de carnaval se acercaban y, con ellas, el tiempo libre.

Yuuji había dividido su corazón a la mitad entre lo que amaba y lo que le gustaría amar.

No tenía problema en reconocerlo, Fushiguro era la única estrella de aquella noche, pero también lo era la vida que quería para él. No quería que su extensa relación de amistad se fuera al traste por sus sentimientos, quería que fuera feliz de cualquier forma. Lo amaba así, sin ser de nadie, pero le gustaría amarlo si estuviera a su lado de aquella manera.

Suspiró, jugueteando nerviosamente con sus manos, pensando en lo tremendamente estúpido que había sido al caer por él.

—¿Sabes qué día es hoy? —Alcanzó a decir con un hilillo de voz. La brisa removió instantáneamente su pelo, advirtiendo la no tan lejana llegada de la primavera. Vio que el otro negaba lentamente, serio. —Catorce de febrero.

—Es decir, un día cualquiera. —Megumi metió las manos dentro de los bolsillos, apoyándose en el tronco del árbol. Miró al cielo, más bien indiferente.

Itadori creyó que se desmoronaba allí mismo. Un nudo se formó al final de su garganta. Lo que le podría haber servido para declararse, había terminado siendo todo lo contrario. Ni siquiera sabía demasiado bien qué podía decir a aquello. Se encontraba estupefacto.

—¿Por qué dices eso? Es bonito.

—No hay nada de bonito en que decapitasen a un tipo hace siglos. —Frunció el ceño, sin pensar demasiado sus palabras. A veces, no tenía en cuenta el hecho de que podían herir como cuchillas. —Además, el amor no existe.

Y todas ellas se clavaron en el pecho de Yuuji.

Se preguntó el por qué dolía tanto, si lo que había dicho no era tan importante. Se consideró débil. Aquello era lo que más odiaba de amar. No soportaba que algo tan supuestamente maravilloso como era el estar enamorado, llegara a ser punzante y perjudicial.

Probablemente volvería a casa, después de aquello, y se dormiría con lágrimas en los ojos. Justo aquellas que estaba ahogando, porque no entendía la situación y estaba enormemente confundido al no saber cómo actuar.

—¿No amas a tu familia? ¿A tus perros? —Algo alterado, se frotó los brazos por el frío que comenzaba a hacer. Eran casi las once de la noche y no se le había ocurrido llevar una chaqueta. —¿A tus amigos?

Le costó pronunciar lo último. Sabía a la perfección que no tenía demasiados.

—No me malinterpretes, Itadori. Me refería en un sentido romántico. —Lo miró con una extraña expresión y se incorporó. Se desabrochó la cremallera de la chaqueta y se la quitó, tendiéndosela. — Todo son meros químicos en el cerebro, ¿sabes? Podrías usar el tuyo de vez en cuando, al menos para comprobar la previsión del tiempo.

Aceptó la prenda, notablemente sonrojado, agradeciendo el hecho de que la farola que los iluminaba no fuera cercana. Olía a él, a perfume suave y a los chicles de menta que siempre masticaba.

—Gracias. —Susurró, envolviéndose con ella. Apoyó la espalda en el tronco, a su lado. —Creo que estás equivocado. No es sólo biología.

—Todos los comportamientos humanos se reducen a ella. —Lo interrumpió, rozando su hombro con el del otro al acomodarse mejor.

—No puedes definir a una persona con moléculas. —Se encogió, sintiéndose pequeño e incomprendido. Reprimió el deseo de apoyarse en él. —No lo entiendes.

—¿Me vas a decir que tú sí? —Miró la forma en que asentía, completamente seguro de lo que había dicho. Sonrió, pensando en lo mucho que ambos habían madurado desde que se habían conocido. —Pues explícamelo.

Itadori dio un respingo al sentir su brazo rodeándole para atraerle hacia sí con camaradería. Se quedó tenso, con la cabeza apoyada en su hombro y el corazón latiéndole a mil por hora.

—No sé cómo explicarlo. —Susurró, temiendo quebrantar el cálido ambiente que se había formado.

Y era cierto, no sabía. Tampoco estaba seguro de si era algo que podía demostrarse. Porque era eso, ¿cierto? El amor se expresaba con actos, no con palabras ni fórmulas matemáticas.

No encontraba la manera de enseñarle que sus ojos azules siempre le producían la misma sensación de comodidad, como si su mirada siempre hubiera sido su hogar; que sus palabras y su manera de pensar le causaban admiración y que su piel le parecía el mejor refugio de todos los posibles.

Y podía continuar pensando así durante mucho rato, describiendo todas y cada una de las cosas que amaba de Fushiguro. El tic nervioso de su pierna, sus delicadas manos, su sonrisa.

—Si tanta ilusión te hace... —También su tono de voz, que le calmaba en los días de estrés por los exámenes. —Feliz San Valentín, idiota.

—Feliz San Valentín.

Sí, había sido aquella noche, y la única estrella era él.

Nihilism || ItaFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora